Estamos atrapados en los laberintos de la sobresaturación de la información. Fíjense que solo hablamos de información y no de la calidad de la misma. Estamos inmersos en un régimen invasivo de datos en el que el hecho, la verdad, lo superficial y lo importante muchas veces se vuelven indistinguibles, un régimen cuidadosamente configurado sobre el escenario de lo publicable y lo publicado.
Buena parte de la sociedad, ante los millones de dólares sin declarar y de dudosa procedencia del propio presidente y de sus funcionarios, asume una actitud complaciente; actitud que no interpela el significado de ese tipo de hechos para nuestra vida política y cotidiana. Sin embargo, frente a la catarata de sospechas arrojadas con el carácter de cosa juzgada, rumores interesados, noticias falsas y basura farandulera arrojada desde la usina de algunos medios y de los trolls, la postura suele ser otra. En estos casos, se articula una reproducción ad nauseam del discurso mediático y se engarza una retórica que promueve la relevancia de la banalidad, la suspensión del juicio crítico y la incapacidad de seleccionar información. Como ejercicio de autocrítica, surge -al menos- una pregunta: ¿Nos damos tiempo para hacer pausas y reflexionar acerca de los diferentes niveles de tratamiento de la información y de juzgamiento de la misma por parte de los medios?
El acceso a la información y al conocimiento son bastante diferentes a su comprensión. La sobresaturación de los datos que incorporamos día a día conspira contra lo último, particularmente en un contexto en el que la disponibilidad de aquella es algo natural. Por supuesto que no se trata de coartar esa disponibilidad sino de que intentemos desarrollar cierta capacidad crítica - individual y colectiva - de lectura, de selección y de reconocimiento del lugar desde el que habla cada medio. En definitiva, se trata de detectar qué temas están dispuestos en la agenda mediática para saturarnos, qué significa que dichos temas se traten una y otra vez, todo el tiempo. Retomando el título de esta columna: ¿cuáles son los temas que se nos impone, y por qué? ¿Qué implica el modo en que por un lado, se estigmatiza e invisibiliza a Milagro Sala y otros referentes populares y, por otro, se ensalzan continuamente las políticas neoliberales de nuestro actual gobierno nacional?
Decimos lo que pensamos sobre lo que se nos muestra insistentemente, replicamos en modo automático durante años la fórmula que asegura un status quo que permite naturalizar modelos de reflexión política, de prácticas discursivas y de formas de lo institucional que se presentan como normales. Así, el hecho de que el Estado cierre escuelas y decida recortar presupuestos a las universidades públicas se digiere como un hecho incontestable, cuya trascendencia se presenta con el mismo nivel de naturalidad y relevancia que la diaria novedad de la situación amorosa de la pareja mediática del momento.
El relato articulado por la prensa sobre quiénes son los buenos y quiénes los malos, que busca incidir en la subjetividad de los sectores medios y populares, y que se repite militantemente, solo consigue que la desigualdad continúe creciendo. Al mismo tiempo, esa construcción enfatiza la existencia de ciudadanos de primera, de segunda, de tercera y la presencia de otros, de entidades de otras nacionalidades o culturas que no alcanzan la categoría de personas. Como sociedad, estamos agobiados de escuchar siempre las mismas voces “autorizadas” repetir los mismos textos que reproducen esta construcción. Vemos en los noticieros un sensacionalismo que se fogonea insistentemente, multiplicado hasta el infinito; el show televisivo y facebookero no se detiene, debe circular la idiotez por siempre para sobrevivir. Con el actual gobierno nacional se ha potenciado la presencia de la falsedad, de la idiotez y del engaño en las noticias. Solo se busca que las neuronas queden refritas y no sirvan para nada, de no darnos ni un minuto de calma para que no logremos pensar, reflexionar, hacer una pausa y procesar las barbaridades que ocurren en Argentina.
Por lo tanto, es imprescindible –casi urgente–, recuperar espacios de ausencia de medios encendidos en nuestros hogares, en el auto, en el trabajo: nuestra mente necesita de una pausa prolongada. En tanto somos sujetos de experiencias necesitamos la que nos permite transitar la comunicación interpersonal, más tranquila, menos veloz y alejada de la retransmisión de lo que escuchamos decir en la tv, la radio y los espacios virtuales. Recuperemos la experiencia del territorio y de la discusión reflexiva, con personas que tengan ganas de esforzarse un poco en no repetir lo que otros dicen.
* Universidad Nacional del Comahue.
** Secretario de Extensión Fa.Hu.-UNComahue.