Mirando las imágenes de los funerales políticos de Edson Luís en 1968 y de Mirelle Franco hace una semana, ambos en Cinelândia -en el centro de Río- y con cincuenta años exactos de distancia, parece imposible no ver allí la continuidad de un mismo terrorismo de Estado, apenas desafiado por las luchas en torno a los derechos humanos en Brasil. Edson Luís, estudiante secundario de 18 años baleado por las fuerzas de la dictadura militar en una protesta; Mirelle, concejal de Río, activista feminista y por los derechos humanos, ejecutada por fuerzas que, bastante nítidamente, son indisociables de la impunidad de la Policía Militar en el contexto de la intervención de Río decretada por el gobierno de Michel Temer, como ejemplo de sus promesas de orden y seguridad (se sabe que las balas que la mataron son de la misma partida con la que se llevó adelante una masacre reciente en São Paulo a manos de miembros de PM paulistas.) Dos funerales políticos en Cinelândia: 50 años y un mismo automatismo impune -frecuentemente celebrado por las clases medias y altas- del terror.
Sin embargo, estas continuidades, este espejeo que parece evidenciar con tanta nitidez la continuidad de un régimen no debe ocultar una diferencia y una novedad enorme que se especifica en el cuerpo y la biografía de Mirelle Franco. Porque resulta bastante claro --las inmensas movilizaciones en Brasil y en otras latitudes asi lo indican-- que la ejecución de Mirelle en una calle carioca, saliendo de un acto en la Lapa, es un gesto espectacular, destinado a ser visto por quienes se identifican con las luchas de Mirelle: un acto de disciplina terrorista, una indicación de que cualquiera puede caer bajo esas balas. Dado que este asesinato cruzó un límite que no se había cruzado desde el retorno de la democracia en Brasil, el del asesinato de una figura política. En un país donde el número de muertes negras, trans, lésbicas y gays tiene proporciones genocidas esa gestión brutal no habían alcanzado a politicos. Mirelle se vuelve el nombre de ese límite que ya no existe.
Dado que el espejeo entre el funeral de Edson y Mirelle debe ser también la muestra de un desplazamiento sísmico, radical, “desmesurado” al decir de María Pia Lopez : el de la potencia de una política feminista que se visibiliza como el eje opositor al giro conservador de Brasil y de la región. La posibilidad y la potencia de un feminismo negro, disidente, de una mujer abiertamente lesbiana, en alianza con cuerpos trans. Mirelle había llegado a la política por su doble militancia feminista y por los derechos humanos ante la brutalidad policial en las favelas. Impulsó la campaña de Indianara Siqueira, primera concejala trans en Río. La noche de su asesinato venía de una reunión con mujeres negras en Lapa. “Ocupar la política y no dejar que hagan leyes por nosotras”, decía en una entrevista reciente: supo leer que, en el contexto abierto por el golpe restaurador contra Dilma y por el avance de la política evangélica, la potencia de un feminismo que ocupa, en la fuerza de sus cuerpos, los espacios que no les están reservados y que desde ahí es capaz de trazar una nueva inflexión y una nueva conjugación de lo político.
La muerte de Mirelle es la demostración de que el enemigo del régimen que nos gobierna y nos promete precariedad y deuda tiene un enemigo nítido: el cuerpo de lo femenino, un cuerpo hecho de desobediencias a los mandatos de la raza y del género. El cruce de esas desobediencias -la revocación del qué es, y el cómo se es, “mujer”, “negrx” o “indix”- revela su aliento radical, el alcance de un horizonte posible. Mirelle encarna ese cruce, tan insistente, tan poderoso, que sólo se puede detener con una ejecución hecha para la foto y para la cámara. Brasil subió, una vez mas, los decibeles, pero tuvo que hacerlo porque el desafío que lo atraviesa desorienta y saca de su eje a la apuesta restauradora del golpe. La ejecución de Mirelle es el indicio mas notable (no el único) de que está teniendo lugar un sismo que muda el eje de lo politico. Y los Michel Temer del mundo , a pesar de sus acrobacias, no pueden terminar de leerlo ni de capturarlo. De ese exceso y de esa desmesura (y de esa astucia) está hecho el cuerpo de Mirelle, que, junto a otrxs cuerpos (como el de Lohana, entre nosotrxs), son la supervivencias de un futuro a contrapelo rabioso de los sueños restauradores, de la postal inmóvil con la que quieren gobernar el presente.