El de Valeria del Mar Ramírez es el único caso registrado, aunque probablemente no el único, de una persona con identidad travesti trans que haya estado secuestrada en un centro clandestino de detención durante la última dictadura. Cuando tenía 18 años y empezó a asomar su travestidad –recién recibida de un secundario con formación católica– Valeria del Mar vivía de lunes a jueves con su madre y su padrastro en Villa del Parque. Al llegar los viernes salía de casa camino a Claypole, se montaba en lo de alguna amiga y hacía parada en el conurbano, donde la persecución y la violencia eran moneda corriente. Las más astutas se las ingeniaban: había que pararse en una garita de colectivos, simular esperar que pasara el próximo bondi y si venía la policía correr por los descampados. También había que arreglar con la comisaría, ya que solo tenían permitido prostituirse aquellas que le dieran un porcentaje diario a la inspección de turno. 

Valeria del Mar hacía la tarea: corría y pagaba coimas. Pero de todas formas cayó tantas veces detenidas que casi perdió la cuenta. Estuvo en Adrogué, Avellaneda, Burzaco, Luis Guillón, Esteban Echeverría, Turdera, Claypole, Rafael Calzada, Monte Grande y el Pozo de Banfield. La primera vez que la llevaron al Pozo de Banfield fue a fines de 1976. El jefe de calle les había avisado a ella y sus compañeras que despejaran la zona y una noche las levantaron a todas en una razzia. Como eran once, demasiadas travestis para una sola comisaría, las dividieron. Valeria estuvo en el Pozo por dos días y salió. Fue, casi, una detención como las que tantas veces había pasado, salvo que según en el mismo lugar ya habían pasado varios secuestros. 

En octubre del 77 la llevaron al Pozo otra vez, pero en esta ocasión no estuvo en una celda sino en uno de los llamados “buzones”, cuartos donde la luz solo entraba por una ranura en la puerta. Pasó dos semanas secuestrada sin que nadie supiera dónde la tenían y lo recuerda como una pesadilla: la violaban a diario y sufrió cantidad de vejaciones que declaró tanto en la Secretaría de Derechos Humanos como frente a jueces, durante una audiencia por el juicio que reúne las causas del Pozo de Banfield. Según surge del expediente, presenció un nacimiento en la clandestinidad: “Un guardia joven con acento del interior, alto y flaco, de tez blanca y con cabello castaño claro, me permitió salir a higienizarme al baño. En ese momento escuché gritos de una mujer y luego el llanto de un bebé. Entré al baño y encontré una chica de menos de 30 años con pelo castaño, muy pálida, con un solero amarillo claro hasta las rodillas. No podía mantenerse en pie y estaba llena de sangre. Le ofrecí ayuda y una mujer policía me gritó: “¿¡y vos qué hacés, puto de mierda!? Me tomó de los pelos y me arrastró hacia afuera, ahí vi al policía joven con el bebé en brazos”.

Valeria del Mar sobrevivió a la persecución en dictadura y también en democracia: no hay que olvidar que hasta 1998 las travestis y trans eran detenidas por el solo hecho de salir a la calle con el edicto del código de contravenciones que penaba la “ropa contraria al sexo”. Hoy en día es integrante de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina y su causa espera en la justicia. No recibe ningún tipo de pensión ni jubilación. Tiene 60 años y sigue esperando, sin demasiadas certezas, la fecha del juicio. Su caso no figura en el Nunca Más y aunque figurase lo estaría con otro nombre. Este 24 de marzo, a la hora de pedir memoria, verdad y justicia; la invitación es también a pensar un espacio para la disidencia: una deuda que aún tienen los procesos de memoria y de reparación colectiva.  l