Como muchas historias de adolescentes, ésta también comenzó en un campamento. Fue en abril de 1995, en Córdoba, y el contingente no estaba compuesto por egresados llevados por una empresa privada sino por jóvenes movilizados en base a un dolor difícil de cicatrizar y a la necesidad de reconstruir una memoria adulterada. Eran hijos de desaparecidos por la última dictadura militar, un colectivo que tomó forma de tal en aquella expedición serrana. Hasta entonces habían sido una diáspora dispersa entre la inhibición cultural y la impunidad judicial empujada por el gobierno de Carlos Menem, que indultaba a los militares condenados y consagraba como jefe castrense a Martín Balza, quien confesaba abiertamente los vejámenes cometidos por su casta entre 1976 y 1983.
“El país debe asumir su propia historia”, concluía la carta inicial de la flamante agrupación Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio, publicada en Página/12. Esa proclama era precisamente la contracara de lo que el actual gobierno estimula entre su afán de marketing y slogans confusos tipo “mirar para adelante sin reparar en el pasado”.
Asumir la propia historia implicaba hacerse cargo y pasar a lo ejecutivo para que la lucha no evanesciera en lo testimonial. Así surgió la acción característica de HIJOS, el escrache. Un exitoso dispositivo que no sólo cumplió con su objetivo inicial de generar condena social allí donde faltaba la judicial, sino que también hizo ancho un relato que se volvió inclusivo al arrimar voluntades más allá de la sangre y de los vínculos filiales con las víctimas del terrorismo de Estado.
Giselle Tepper es una de la exponentes de este fenómeno que se dinamizó con el tiempo: la incorporación a HIJOS de personas que, justamente, no eran hijos. “Muchos dejaron de pensarse como hijos de militantes para verse, directamente, como militantes en sí”, define. “HIJOS se formó en un momento de plena impunidad, cuando los genocidas caminaban por la calle y hablaban en televisión. Creo que eso generó el acercamiento de quienes sentimos que los delitos de lesa humanidad afectaban a toda la sociedad. Cuando la agrupación empezó a pensarse más fuertemente con una idea que usamos como frase, y que dice que ‘somos todos hijos e hijas de la misma historia’, abrió una mirada que antes no teníamos tan incorporada quienes no somos familiares de víctimas directas del terrorismo de Estado. Se comenzó a pensar que somos parte de la misma lucha.”
A partir de 2006 se reabrieron los juicios, tras la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, pero los escraches continuaron enfocados en la sombra que se mantenía oculta: la de los responsables civiles de la última dictadura. Y la mecánica volvió a imponerse en los últimos meses “para denunciar retrocesos, como los de los genocidas excarcelados o con el beneficio de la domiciliaria”, enfatiza Giselle, que es encargada de la comunicación de HIJOS Capital. Y la autora de los tweets de la agrupación, entre ellos el viralizado sobre la muerte del recordman en condenas a perpetua por delitos de lesa humanidad Luciano Benjamín Menéndez.
Aunque el más recordado fue el escrache al represor Jorge Rafael Videla, en 2006, en su departamento de Avenida Cabildo (que decoraron con bombuchas llenas de pintura roja arrojadas desde una grúa), el primero se lo habían hecho nueve años antes a Jorge Magnacco, obstetra de la ESMA quien arrebató del vientre materno y entregó a apropiadores a varios de los hijos de HIJOS. Fue a él a quien justamente escracharon el fin de semana pasado después de una serie de acciones que incluyeron evidenciar cómo había vulnerado la prisión domiciliaria mientras era sometido a juicio de una manera ridícula para alguien tan siniestro: después de declarar en los tribunales de Comodoro Py, volvía caminando a su casa en la zona coqueta de Retiro para ir a comprar facturas a una panadería que, encima, se llamaba “Los nenes”.
A 23 años de su fundación, hoy los hijos de HIJOS y sus herederos en la lucha siguen empujando el carro y participando también de otras acciones que van desde ser querellantes en diversas causas hasta administrar la radio online La Imposible en La Casa de la Militancia, su edificio en la ex ESMA, donde opera la regional Capital, la más voluminosa de las 35 de esta organización, diez de las cuales están en el exterior.
“Mantenemos muchos de los objetivos con los que se empezó, como la restitución de la identidad de los hermanos apropiados, el juicio y castigo a todos los genocidas y partícipes civiles y la reivindicación de los 30 mil detenidos-desaparecidos”, repasa Tepper. “Hace dos años, además, se retomó una consigna que había dejado de usarse: el reclamo por la libertad de presos políticos. La lucha contra la impunidad y el respeto por los derechos humanos son dos de los ejes principales.”