Pasan las modas, surgen nuevos directores, actores y actrices, cambian la tecnología de las cámaras y los métodos de proyección, pero Hollywood sigue –y todo indica que seguirá– manteniendo la férrea convicción de encontrar héroes donde sea, aun en circunstancias en las que el heroísmo tiende a cero. Ahora le llega el turno a Jeff Bauman, un pibe de 28 años que el 28 de abril de 2013 no tuvo mejor idea que reconciliarse por enésima vez con su novia yéndola a esperar a la meta de la Maratón de Boston. Aquel día hubo un atentado con dos bombas estratégicamente colocadas entre el público, una de las cuales explotó a apenas centímetros del buenazo de Jeff. El resultado fue la amputación de sus piernas por arriba de la rodilla, una silla de ruedas como nueva compañera y un tortuoso proceso de rehabilitación. “¿Soy un héroe porque estaba ahí parado y me volaron las piernas?”, pregunta incrédulo mientras, ya dado de alta, recorre el camino hasta su casa devolviendo saludos a los civiles que lo vitorean desde los puentes y los márgenes del camino. “Y esto recién empieza…”, adelanta el padre. Con esa duda atravesando lateralmente gran parte del metraje, Más fuerte que el destino –título de stock del Stronger original– inicia un recorrido donde el drama personal se entrevera con una circunstancia pública.
Pasaron apenas cinco años y ya hubo dos películas centradas en aquellos eventos. La primera fue Día del atentado, de Peter Berg, todo un especialista en historias sobre laburantes queriendo hacer bien su trabajo. Ahora llega ésta del ecléctico David Gordon Green (Prince Avalanche, Pineapple Express), que desplaza el núcleo narrativo de la recreación verista de los hechos y la investigación policial a los sentimientos y sensaciones de los personajes ante las consecuencias de la explosión. De hecho, los médicos y agentes del FBI que aparecen en escena o son filmados de espaldas o quedan directamente fuera de campo. Lo que le importa a Green es el entramado emocional de Jeff (Jake Gyllenhaal) y el resto del clan Bauman: mamá encuentra en la desgracia de su hijo la posibilidad de acceder a sus quince minutos de fama y conocer a Oprah Winfrey (“Sin ella me hubiera suicidado”, dice como al pasar), los hermanos disfrutan las invitaciones VIP a eventos deportivos, papá putea de lo lindo al jefe de Jeff… todo un compendio de seres nobles aunque hoscos, tan bondadosos como brutos, que remiten a la disfuncionalidad familiar del cine de David O. Russell.
Entre toda esa fauna sobresale la figura de Erin (Tatiana Maslany), aquella ex novia destinataria del saludo en la meta que nunca se concretó y que ahora, con más culpa que amor, se hace cargo del muchacho. No la tendrá nada fácil al lado de ese sobreviviente que no termina de entender qué ocurrió ni mucho menos por qué le tocó a él. De allí que Jeff pase de la exposición pública a un ostracismo que funciona como reverso de la construcción heroica, y la película, del drama levemente matizado con momentos de comedia negra al drama más puro: todo y todos, invariablemente, lo trasladan al momento más horrendo de su vida. Pero, se dijo, al film le importa el núcleo sentimental disparado por los hechos, y todo ese “detrás de escena” de los reconocimientos ajenos funciona como subtrama periférica a las idas y vueltas entre Erin y Jeff. Green navega las aguas del drama romántico sin caer en el sentimentalismo y apoyándose en las interpretaciones de Gyllenhaal y Maslany, a quienes les reserva una larga secuencia con gritos y litros de lágrimas, la huella más visible de exceso en medio de un film casi siempre sobrio y contenido.