Doris Payne tiene 86 años, y una extensísima carrera de casi siete décadas como… ladrona. De guante blanco, valga la aclaración, sustrayendo con egregio garbo joyas desde la más tierna juventud. De hecho, según el propio relato de la mangante afroamericana, sus primeros pasitos en el “oficio” fueron siendo aún una adolescente en la segregacionista Estados Unidos. Habiendo entonces ingresado a una tienda de paquetes relojes, el vendedor -que no quería ser visto conversando con una chica negra- le hizo corte de manga para atender a otro cliente, pidiéndole que abandonara el negocio de inmediato. Al racismo recalcitrante, respondió Payne con picarona idea: la de llevarse el ejemplar de oro que acababa de probarse y aún reposaba en su muñeca. Ejemplar que devolvió previo a retirarse, aunque la semilla ya había sido plantada en la cabecita de la entonces purreta, para la que quedó claro clarísimo cuán sencillo hubiera resultado robar. Supuesto que corroboró al poquito tiempo, cuando se hizo de un diamante valorado en 22 mil dólares, con la esperanza de que la guita del choreo sirviera a su madre -una bella mujer Cherokee- para abandonar a su padre -un minero afro que solía golpear a su señora hasta el desmayo-. Un atraco inicial al que siguieron tantísimos…
Sin más, se estima que la mujer nacida el 10 de octubre de 1930 en Slab Fork, activísima en sus haceres y quehaceres delictivos, ha robado alhajas y alhajitas por varios millones de dólares a lo largo de su vida. Y conforme la vocación, no pierde las mañas. Ni gana el deseo de jubilarse. Así lo demuestra su más flamante intentona: sucede que la octogenaria dama, notoria y prolífica, fue detenida los pasados días cuando trataba de afanar un collar de casi 2 mil dólares de la tienda Von Maur, en Atlanta, Estados Unidos. Con tan mal tino que autoridades en alerta notaron cómo guardaba el lustroso adminículo en su bolsillo, y acabaron por apresarla. “Para Doris Payne, los viejos hábitos son difíciles de sacudir si los antecedentes policiales sirven de indicación alguna”, advierte el New York Times al hacerse eco del episodio, sumando datos como su detenimiento en la cárcel de DeKalb County, su espera de juicio y sentencia. Anota además cómo el mentado hecho “es el último en una larga serie de robos similares, muchos de ellos exitosos, que la han convertido en una suerte de leyenda internacional entre ciertos círculos criminales.”
Y en -relativa- estrella de cine, a juzgar por la óptima recepción que tuvo The Life and Crimes of Doris Payne, documental de los realizadores Kirk Marcolina y Matthew Wilson Pond que, “con recreaciones estilizadas, abarcativo material de archivo y entrevistas cándidas a su protagonista, revela cómo Payne logró inmiscuirse en el jet-set y entrar a cualquier local Cartier o Tiffany’s, inclusive de Monte Carlo o Japón, saliendo con pequeñas fortunas”. Palabra de los mismísimos directores, que en clave edulcorada definen al film como “un sensacional retrato que expone a una rebelde que desafió los prejuicios sociales y conquistó su propia versión del Sueño Americano, mientras robaba nuestros corazones”. Y en ínterin, alguna que otra cosita, en tanto durante el rodaje, los dires recibieron el llamado de un oficial de la policía que quería corroborar cierto cuento de la dama. Sí, sí: la señora los había usado de coartada… Por lo demás, ciertamente DP robó el corazoncito de la multipremiada actriz Halle Berry, que de añares a la fecha busca que productoras den luz verde a Who Is Doris Payne?, ficcionalizada biopic con guión de Eunetta Boone, donde ella interpretaría a la glorificada Doris, que además de estelarizar elegantes atracos en California, Colorado, Nueva York y Ohio, repitió fórmula en París, Milán, Tokio y Mónaco. También en Grecia, Suiza, Gran Bretaña.
Es que la empeñosa Payne ha perseverado en el delictivo oficio (pasando a razón de cinco años en prisión, de sumar las condenas que ha recibido); a punto tal de reconocer haber perdido la cuenta de cuántas gargantillas, anillos, aros, pulseras ha manoteado con el correr de los años. Siguiendo cierto refinado modus operandi; que en palabras del diario El Mundo, podría resumirse del siguiente modo: “Siempre viste de forma exquisita, hace gala de su encanto sureño y muestra ante los vendedores una conducta intachable, matizada con sus dejes de adinerada consentida”. Sin jamás recurrir a armas o violencia, cabe subrayar. “Interpreto el papel de alguien más. Me camuflo”, admitió en cierta oportunidad la hábil mujer, que dice tener la capacidad de que “los blancos me olviden”. Dice también no anticipar lo que sucederá una vez que ha entrado a una tienda. “Jamás le digo al empleado qué quiero ver, jamás le pido que me acerque algo que cuesta 10 mil dólares. Ellos toman esas decisiones en base a cómo me presento, a cómo me veo”, explica la villana de mil amores, ducha en emplear más artificio y astucia en la seducción que en cumplir las reglas.
Tan encantadora (un juez alguna vez declaró que es “tan simpática como la señora de Santa Claus”) que a pesar de que en los 70s la Alianza por la Seguridad de los Joyeros lanzase boletín tras boletín alertando sus fechorías, no faltan a la fecha representantes del gremio prontos a defenderla. Tal es el caso de Alfredo Molina, presidente y propietario de la lujosa joyería Black, Starr y Frost, que ha dicho de DP: “Es una persona de corazón abierto; de ningún modo es una amenaza para la sociedad. No estoy de acuerdo con lo que ha hecho, pero es apenas un producto de lo que nosotros, como sociedad, hemos creado”.
“No siento arrepentimientos por robar, solo por haber sido atrapada”, expresó tiempo atrás quien utilizase -por lo menos- 22 alias, casi una decena de fechas de nacimiento, distintos números de seguridad social. En cierta oportunidad, cuando se le ordenó que firmara unos papeles de la corte, al casillero de “ocupación” lo llenó sin que le temblara el pulso, puso: “ladrona de joyas”. “Son sus cuernitos de diabla los que sostienen su halo de santidad”, declaró sobre Doris una amiga de infancia; mientras John J. Kennedy, presidente actual del Jewelers’ Security Alliance, admite que merece un lugar especial en el panteón de bandidos: “Es extraordinariamente raro que un criminal tenga tan larga carrera. Por lo general, o se detienen porque tienen suficiente dinero, o y ya no quieren correr el riesgo”. No así ella que con 86 pirulos mantiene la afición impoluta.