desde Río de Janeiro
La gente saliendo a la calle, encontrándose para denunciar –y llorar– el crimen de Marielle Franco se pareció a la marcha del NiUnaMenos y a las últimas convocatorias del 8M. La manifestación de hace una semana atrás transpiró recuerdos y demandas que también eran parte de la agenda política de la concejala negra asesinada. Por momentos tuvo la misma energía de la Primavera Feminista de 2015 que brotó en las principales ciudades de Brasil para decirle NO al proyecto de ley federal que proponía abolir el aborto incluso por causa de violencia sexual en un país que registra 500.000 violaciones por año. También se mezcló el “fuera Temer” que desde el impeachment de Dilma se levantó con el “No acabó, tiene que acabar, quiero el fin de la policía militar”.
La marcha del 15 de marzo pasado fue un duelo por el asesinato de Marielle a sangre fría, impregnado por la crisis de institucionalidad política y la violencia de las fuerzas de seguridad.
Las muchísimas mujeres afrodescendientes que se autoconvocaron levantaban carteles que decían “Luto es lucha”. La concentración fue en las escalinatas del histórico edificio de la Asamblea Legislativa del estado de Río de Janeiro donde Marielle trabajó por más de 10 años. Un grupo de cuatro activistas de entre 22 y 25 años estaban ahí reunidas, miraban para abajo y, de a ratos, lloraban abrazadas. Otro grupo de 24, 55 y 60 años que habían llegado desde Japeri, uno de los barrios con el mayor índice de pobreza se abanicaban para secar la transpiración y el llanto. La temperatura superaba los 30 grados. Comentaban que los que perpetuaron el crimen no se imaginarían la repercusión internacional que tuvo. “La mataron”, dijo la más joven. “Fue un mensaje de la policía militar a la intervención federal en la seguridad pública que acaba de cumplir un mes”, arriesgó.
¿Por qué la asesinaron? Río de Janeiro hoy no habla de otra cosa. En las manifestaciones, en la caja del supermercado, en los trabajos, en el café da amanhã de cualquier casa. En dos días, hubo 1,6 millón de menciones sobre Marielle en Twitter. La inmensa mayoría adhirió a mensajes de luto y a la visión de que fue ejecución y no crimen común. La principal hipótesis corre en este sentido, el de la intimidación policial. Fake news divulgadas por un diputado federal distrajeron por muy poco tiempo: tuvo que retractarse y reconocer que no había verificado las fuentes. Retiró el post y cerró sus cuentas oficiales en las redes.
Marielle murió de la misma forma que muchas de las personas a las que representaba. Dos días antes del asesinato había denunciado en sus redes el homicidio de dos jóvenes en la comunidad de Acari y operaciones truculentas contra los habitantes de la región bajo el control del Batallón 41 de la Policía Militar que se conoce como el Batallón de la Muerte y fue responsable por 112 homicidios el año pasado. Desde finales de febrero Marielle integraba la comisión de concejales que auditaba el trabajo de los militares en la intervención federal. Su preocupación por la seguridad pública y la violencia policial había aparecido desde que empezó a estudiar y quedo plasmada en el título de su tesis de maestría: “UPP (Unidades de Polícía Pacificadora): la reducción de la favela a tres letras”.
Marielle era fuego y del signo de Leo en el horóscopo. Su regente era el Sol que se asociaba a ese mulherão, llena de energía, belleza y coraje, dueña de un carisma natural que despertaba atención en quienes la escuchaban, como la recuerdan colegas y amigos de la época de la facultad.
Tenía una actitud corporal de abrir el plexo solar, echar los hombros para atrás y decir que la realidad era muy difícil e indignante y que por eso había que cambiarla con acciones concretas.
Guerrera, sin medias tintas, osada, expuesta hasta las tripas, así escrachaba Marielle el desempeño de la polícia en las favelas cariocas. El día que asumió como legisladora, su madre le comentó a Chico Alencar (PSOL-RJ), uno de los fundadores del PSOL y exmilitante del PT, que temía por la vida de su hija.
En su primer año de mandato de concejala presentó 16 proyectos de ley en la Cámara de Concejales de Río de Janeiro.
Uno fue la creación del Dossiê de la Mujer Carioca para elaborar estadísticas sobre la violencia contra la mujer; la asistencia técnica, pública y gratuita para construir casas de interés social para las familias de bajos recursos. Además, una campaña para combatir el acoso y violencia sexual en el municipio de Río de Janeiro. Otras de sus preocupaciones fueron elaborar un programa de acompañamiento humanizado al aborto legal y que se lo reconozca jurídicamente en el municipio de Río. Para darle visibilidad a los temas que ella defendía, propuso la inclusión del Día de la Mujer Negra y el Día de la Visibilidad Lesbiana en el calendario oficial de la ciudad.
Todas sus propuestas tuvieron un pedazo de su vida. Cuando su hija, Luyara, tenía tres meses, trabajó en el mismo jardín maternal donde la cuidaban. Allí fue observando y viviendo las necesidades de madres y padres que trabajando y estudiando de noche no podrían cuidar a sus bebés por esas horas. Ideó entonces un programa de espacio infantil nocturno para repartir las responsabilidades que como decía, caían principalmente en la figura de la madre.
A Luyara la cuidaban mucho la abuela y la tía, o sea, la madre y hermana de Marielle. Su situación de madre soltera, como ella se definía, la ponía en un lugar diferente al de las compañeras de la carrera en la Universidad Pontifícia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC-RIO), en uno de los barrios más costosos y con otra realidad. Marielle llegaba a las clases algunas veces con Luyara, haciéndola partícipe de su vida. Como em la sesión de fotos de la graduación donde la atención de la mayoría estaba en concentrarse en la imagen, Marielle ponía un ojo a la cámara y otro en Luyara, que corría de un lado al otro por el campus universitario.
Otra de las mujeres de su vida fue Monica, su compañera desde hacía 10 años, con quien convivía. Karen Soares, socióloga y amiga de la facultad, recuerda que al inicio, en las reuniones de sociales y fiestas, Marielle la presentaba como amiga. Y luego, ya en 2010, después de algunas idas y venidas, como novia. “Cuando volvió después de un tiempo a aparecer como Monica, fue como tener una sensación de alivio, de que estaban finalmente juntas. Nunca hablamos abiertamente el tema, y tal vez al inicio no era fácil por la tradición más católica de la familia”, arriesga.
Marielle nació y creció en una favela: el Complexo da Maré, un conjunto de 16 comunidades bordeada por la Avenida Brasil. Este domingo, militantes de derechos humanos y amigos la recorrieron a lo largo de 3 kilómetros al ritmo de los instrumentos y la danza Maracatú con un grupo de mujeres músicas aficionadas del que Marielle participaba. La cultura de reminiscencias afro la impreganaban por todos lados, desde su cabello crespo, turbantes y labios gruesos y rojos.
Su primera militancia llegó en la adolescencia con el movimiento pastoral. “Fui catequista y es importante mencionarlo porque es una parte que está presente en mi lugar y mi historia”, comentó en una entrevista que concedió a meddium.com hace un año.
Después le llegó todo junto: el embarazo, el casamiento por iglesia, la vida de pareja, la crianza de Luyara, los bailes y la violencia doméstica.
En una entrevista durante la campaña electoral de 2016 a concejala, sentada en posición de loto frente a las cámaras, le contó a la periodista cómo una noche, hace muchos años, su exmarido le dislocó la mandíbula. La población de mujeres negras cumple a rajatablas con las estadísticas más altas de violencia doméstica. El total de sus víctimas en Brasil llega a los 2,4 millones de mujeres, según datos de la Pesquisa Nacional de Salud, divulgados en 2015. Y el Indice de Vulnerabilidad Juvenil a la Violencia (2017) indica que las jóvenes negras entre 15 y 29 años están expuestas dos veces más a la muerte que sus pares blancas.
Después de un tiempo se separó del que era su marido. Retomó un curso social en la favela de preparación al examen de ingreso a la universidad. Estudiar en Brasil es pujar por entrar a un sistema superior, donde pocos llegan. Dijo en una entrevista: “Quería ir más allá y entender la base de nuestra sociedad de clases”. Así, rindió el examen de ingreso y entró con beca completa a hacer Ciencias Sociales en la PUC-RIO. Tuvo beca integral pero aun así no podía dejar de trabajar para mantenerse. “Ella no podía darse ese gusto asique trabajaba, entre otros, en el Centro de Acciones Solidarias de la Maré” cuenta a Las12, Luanda Nascimento, la única excompañera de su clase que también era afrodescendiente.
Eran 2 mujeres negras en un grupo de aproximadamente 30 alumnos.
Marielle y Luanda se volvían hasta la mitad del camino juntas en el colectivo que las dejaba en la Leopoldina, en un lugar más céntrico y algo abandonado, con pasarelas, plazas oscuras y pistas de coches sin semáforos. Ahí cada una se tomaba el segundo transporte a sus respectivas casas, Marielle a la Maré y Luanda a la Ilha do Governador, las dos en el sentido norte de la ciudad. “Yo era medio miedosa y Marielle me animaba. Ponía el cuerpo primero y me daba la mano para atravesar esos carriles y avenidas enormes”, recuerda Luanda. Y si llovía, se envolvían los pies con bolsas de plástico para mojarse lo menos posibles los pies. “Ella no se quejaba nunca, era “leve” y se arriesgaba en las mínimas situaciones, sin dramatizar. Lo que no quería decir naturalizar”, agrega.
Una vez, hubo un casamiento en la zona alta de la Gávea, una de las más ricas. Los preparativos que preocupaban a Luanda no parecian ocuparla tanto a Marielle, “yo le decía que tenía que comprarme un vestido y ella pensaba ponerse uno que había usado en otras ocasiones. Nunca me voy a olvidar que me dijo con convicción que nuestra colega y amiga que se casaba, Amanda nos había invitado porque quería nuestra presencia. El resto, como el vestido, eran detalles”.
Otra de sus colegas, Bruna Bastos, la recuerda un momento que impactó no sólo a ella sino a casi todos: “Una vez, al terminar una clase, nos dijo que quería conversar con todos. Eramos un grupo pequeño así que nos pusimos en ronda. Nos contó que en esos días había perdido a su mejor amiga por una bala perdida en el Complexo da Maré. Era una de sus personas más queridas que estaba cumpliendo un sueño: entrar a la facultad, había sido clasificada y estaba por comenzar. Fue un shock de realidad para mí escuchar esa historia. Fue un baldazo de agua fría que nos traía a la clase de una de las zonas más ricas de Río de Janeiro. Nos mostró lo que pasaba en una parte de la ciudad por donde nosotros no circulábamos. Era como un territorio lejano. Lo contó de una forma tan sensible y tan real, ese fue su secreto para convertirse en la activista de derechos humanos y de feminismo negro que marcó a Brasil”.
En esa misma universidad hoy funciona un colectivo de unos 50 estudiantes negros llamado Nuve Negra que editan un periódico. Hace poco, lanzaron una campaña para mapear la cantidad de profesores negros en esa universidad, cuenta Andressa Barreto, estudiante de servicio social que lleva la bandera de Martin Luther King y dice que a Marielle la mataron porque cuando “la voz negra se posiciona, el Estado se siente amenzado”.
Marielle era defensora de los derechos humanos. Especialmente, de los vulnerados por la seguridad pública. Se abrió a ese debate, se unió a grupos de trabajo y ONG en la Maré y se hizo activista.
Pronto se convirtió en un cuadro político. En 2012, cuando era asesora de la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa de Río, daba asistencia jurídica y psicológica a familiares de víctimas de homicidios o policías victimizados. En esa función, le tocó atender a Rose Oliveira, madre de un agente muerto que hasta hoy espera decisión de la Justicia. En una entrevista para el G1, Rose recordó a Marielle como la persona que más la ayudó “para registrar el caso, para iniciar el proceso y resistir a las audiencias”, recuerda Sinara Rubia, de Panteras Negras en Río.
Su situación como defensora de derechos humanos se encuadra en lo que la región de América Latina vive hasta ahora: en 2016 perdieron la vida 281 activistas en todo el mundo, y 217 eran de las Américas.
Según Amnistía Internacional, en 2017 Brasil registró el mayor índice de asesinatos. La mayoría de las víctimas fueron jóvenes negros varones, personas del colectivo LGBT, defensores y defensoras de los derechos humanos. Hace una semana le tocó a Marielle, la Berta Cáceres brasileña.
“Fue un crimen político motivado, primero, por las denuncias que estaba realizando sobre los excesos de la fuerza policial y después, por sus críticas a la intervención militar. Fue un mensaje para el activismo. Fue decir: ‘Hasta acá llegan’” dice Sinara.
Marielle Franco se declaraba preta (negra). Fue una de las 32 mujeres negras de un total de 811 concejales electos en 2016 en todas las capitales del Brasil. Y en el Parlamento local de Río, había tan sólo dos mujeres y negras: ella y Tania Bastos; esta última, por el Partido Republicano Brasileño.
Sus convicciones y militancia política desde el inicio de su carrera, a través del PSOL se acercaban mucho a los movimientos feministas brasileños, de una nueva generación que viene militando y pronunciándose de forma ferviente, ocupando las universidades y marcando presencia fuerte para darle visibilidad a lo que inició la generación de los años ‘60 con Lélia Gonzales, una de las personas más influyentes del movimiento antirracista y fundadora del feminismo negro en Brasil que creó un campo de actuación único al politizar las desigualdades de género y raza, otorgando así una identidad propia a la lucha.
Hace días, en el Fórum Social Mundial en Salvador de Bahia, la noticia del asesinato de Marielle cayó como una bomba. “Todos los movimientos y colectivos de mujeres se preguntaron por un momento “¿y ahora cómo seguimos?”, cuenta Luanda que estaba presente como activista y coordinadora de la plataforma Diáspora Black.
Marzo de 2018 es un mes simbólico: el 8M y en Brasil, se cumplieron los 30 años del primer encuentro nacional de mujeres negras que en 1988, Lelia Gonzales lideró. Ese momento histórico le dio las bases para identificar la urgencia que su realidad les pedía: articular la cuestión racial, a la de género y clase.Y ultrapasar así las fronteras de lo que el feminismo traía en aquella época.
La tarea de conjugar militancia política con movimiento feminista caracterizaban las formas de actuar de Marielle. Su formación fue ante todo político-partidaria que fue mechando con el diálogo con los movimientos pero desde su lugar. La noche de su asesinato, participaba de un encuentro en la Casa de las Pretas, un colectivo de mujeres negras, en el barrio de la Lapa en un debate sobre “Jóvenes Negras Moviendo las Estructuras”.
Las mujeres negras en Brasil pueden no estar en las cúpulas de la política pero sí están en los movimientos y colectivos en academias que debaten sobre diversos temas, comunicación en las favelas y diversidad racial en la moda, además de temas estructurales como la seguridad pública en un país donde, las mayores víctimas de homicidios en el país son jóvenes y negros.
Y ahora, las perspectivas de este 2018, según cuenta Mariana Xavier, 22 años, negra de la zona oeste, Santa Cruz, que coordina actualmente un curso social de ingreso a la universidad, exbecaria de la PUC, como Marielle, espera que “desde los movimientos surjan liderazgos que pasen a las columnas de la política; que haya mujeres negras candidatas en las elecciones generales de este año”, afirma contundente.
La marcha del jueves pasado se pareció al 8M y al “fuera Temer” pero tenía una diferencia: el grito de “Marielle: ¡Presente!”. Y un color, el negro, que es lucha. Y