Petra es una mujer anómala por el solo hecho de tener éxito, de producir un dinero virtuoso en el que las otras mujeres van a meter sus manos mientras parecen acariciarla. Aunque, a decir verdad, los bocetos de sus diseños de moda los fabrica Marlene como una obrera callada que mira la escena desde su escondite. El dinero funcionará como una acción nombrada y ausente mientras todo parece girar sobre las experiencias amorosas de Petra que nunca pueden desligarse del sometimiento. Rainer Fassbinder entiende las emociones atravesadas por la trama del interés y hace de estos personajes femeninos una llama salvaje capaz de reproducir el daño sufrido. Ellas pueden tiranizar a quien se anime a mostrarles su ternura. Lo hace Karin cuando es tomada por Petra en un impulso amoroso que es, en realidad, una expresión del vacío de las clases altas para mitigar su soledad. Lo que podría leerse como un enamoramiento repentino es el ejercicio del poder de Petra para hacerse de una pareja gracias a su fama y al desamparo de la joven que busca trabajo. Pero no pasará mucho tiempo hasta que Karin convierta esa adoración que emana de Petra en un capital que le permitirá doblegarla, incluso vengarse de sus privilegios de clase.
En Las amargas lágrimas de Petra Von Kant las mujeres aman a las personas que las degradan y por allí pasa la correntada del conflicto. Por un sentimiento siempre frustrado, en tensión con la felicidad pragmática que propone Sidonie de la mujer que finge ser dócil pero en realidad consume la fuerza de su opresor.
Leonor Manso plantea una puesta arriesgada donde la pose, lo artificial, operan para componer esas imágenes de maniquíes desnudos, ese rojo sobre blanco que juegan de manera dramática el vestuario de Renata Schussheim y la escenografía de Graciela Galán en una sintonía narrativa que da cuenta tanto de la frialdad como de un mundo despojado de interioridad, donde los seres parecen objetos exhibidos en una vitrina. En esa estilización actoral, que por momentos se anuda con una emoción desesperada, el texto de Fassbinder encuentra su intensidad. La dinámica entre una conmoción extrema que se debe llevar a un registro expresionista donde la actuación funciona tanto en el campo de la anécdota como de la estructura, permite cierta distancia. Fassbinder presenta un laboratorio humano encandilado por la mercancía.
Los planos de la escena, la repetición de Marlene como un ser que debe interpretar su propia ausencia, delatan categorías sociales que los personajes intentan mantener o sobre los que realizan disputas impiadosas para no ser usados.
La pasividad burguesa está en el cuadrado blanco de la cama. La pieza que sostiene ese mundo melodramático se parece al personaje de Lucky que Samuel Beckett creara en Esperando a Godot. Marlene es la mujer máquina cuya subjetividad ha sido entregada por completo a su dueña.
Y, al mismo tiempo, Petra es el único ser susceptible de alcanzar cierta singularidad que le permita humanizarse. Su inteligencia para ver lo que ocurre, para identificar los mecanismos que obturan la posibilidad de amar con libertad y desposesión, encuentra su límite en la premura por sobrevivir que las demás ostentan sin pudores. Hay que aceptar las reglas y seguir la simulación, parecen decir las mujeres que no poseen ni la plata ni el talento de Petra. Como si el cuestionamiento de los vínculos fuera un lujo de los ricos y las mujeres que necesitan de un hombre o de otra mujer para subsistir, utilizaran el amor como una enfermedad que deja a Petra vulnerable y confusa en su enorme cama burguesa. Y
Las amargas lágrimas de Petra Von Kant se presenta de miércoles a domingos a las 20.30 en el Teatro San Martín.