Lo vi jugar. Lo vi pasar a velocidad crucero pegado a la raya de cal sentado sobre un riel de ferrocarril en una vieja cancha de los sábados. No recuerdo bien el rival, pero estoy casi seguro que era Justo José de Urquiza. El prócer que les da nombre a dos equipos del Ascenso. En esa escena pintoresca aparecen mi viejo Bernardino, su amigo Eugenio y yo, un pibe de 14 años. Los tres comenzábamos a asombrarnos por sus gambetas indescifrables.
Corría 1972. Seguíamos a Defensores de Belgrano en el campeonato de Primera C. René, el Quenó, el Hueso –como le decían en aquella etapa antes de ser el Loco lindo que fue– nos llenaba la panza de fútbol. Flaquito, medias bajas, pelo largo a la moda de la época, era como un duende en patines. Zigzagueaba y hasta daba la sensación que venía hacia nosotros en esa comunión hincha-jugador que solo se concibe alambrado de por medio.
Aquel título de campeón en el 72, era hijo de un descenso anunciado. René había debutado en 1971. Lo había promovido a Primera José Arce Gómez con 17 años. Pero ni el pudo torcer la historia de un equipo que se caía a pedazos. A Defensores lo había acercado José Salegas, un ex jugador y utilero histórico del club del Bajo Núñez. Eran vecinos de la villa que erradicó la topadora de un intendente de la dictadura: el brigadier Cacciatore. El mismo que decía admirar Mauricio Macri.
Houseman fue decisivo en ese torneo. Hizo 15 goles. Le cometieron varios penales. Dejaba tendales de marcadores ridiculizados que lo molían a patadas. Asistía –como se dice ahora– a Albino Valentini, un nueve grandote que había llegado de Excursionistas y metió 23 goles. Curiosidad de clásico barrial: el club con el que siempre se identificó ese wing al que muchos veteranos comparan con otro Loco del fútbol, Corbatta.
A René siempre lo llamé René –ya afuera de la cancha y cuando me lo cruzaba en la calle o en el bar de la calle Echeverría donde le hice la primera entrevista– porque lo veía todavía con el respeto de aquel pibe-hincha. Gracias a él pude entender –antes que con ningún otro jugador–, la idea mejor sintetizada de Dante Panzeri: fútbol, dinámica de lo impensado.
Fue un crack, palabra inglesa que sigue definiendo a un futbolista brillante. Acaso entre las pocas que sobreviven de esa lengua –como córner y offside– en el juego más bello de todos. Crack en un sentido más amplio, disruptivo, que rompe moldes y no solo esquemas defensivos. Un fenómeno con un metro cuadrado de espacio, donde armaba jeroglíficos que nos hacían jugar hasta a nosotros. En sueños. Al otro lado del alambre, en una cancha raleada de pasto que el sembraba con su talento sin igual. Repito: ¡Jugaba en Primera C! Saltó al Huracán del 73 y vino lo demás.