La última dictadura militar que usurpó el poder entre 1976 y 1983 sigue siendo una herida abierta no solo para la sociedad argentina, sino para las de todos los países de América latina en los que se vivieron procesos similares, gemelos e incluso cómplices del que tuvo lugar acá. El caso del Uruguay, como suele suceder, es el más próximo no sólo desde lo geográfico sino también en lo cultural, al menos cuando el asunto es visto desde Buenos Aires. Por eso la historia que cuenta el cineasta oriental Guillermo Casanova en su película Otra historia del mundo de a ratos puede experimentarse como propia. El tono costumbrista y el color local, el vocabulario y la idiosincrasia retratada, la música, los arquetipos y hasta la arquitectura barrial son percibidas de forma familiar. La distancia sin embargo es grande y está marcada por esos pequeños detalles que argentinos y uruguayos reconocemos de inmediato, pero que suelen pasar desapercibidos para quienes son ajenos al universo paralelo del Río de la Plata.
Esta es una historia de pueblo chico ambientada a mediados de los 80. En ella dos vecinos pícaros pero con consciencia política, rebeldes a su manera, deciden dar un golpe revolucionario secuestrando los enanos del jardín del coronel Werner. Este acaba de mudarse ahí con su mujer y su hijo y tiene una especial devoción por esos tradicionales elementos decorativos de la jardinería popular. Pero algo en el plan falla y uno de ellos acaba siendo uno de tantos desaparecidos. Con una fotografía prolija que recuerda a aquella con la que se suele identificar al cine de la época en la que transcurre el relato, Casanova va construyendo un paisaje que tiene mucho de folletinesco.
Dicho carácter se hace evidente en un conjunto de personajes que en la mayoría de los casos son más caricaturas que criaturas. Es que el director parece haber echado mano de aquella máxima atribuida a Karl Marx según la cual la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como farsa. Y si bien la historia real ciertamente fue una tragedia, el guion de Otra historia del mundo la aborda con decisión desde la farsa. También es cierto que buena parte de ese ambiente sin dudas proviene de la novela Alivio de luto, del escritor Mario Delgado Aparaín, en la que la película está basada.
El principal obstáculo narrativo de Otra historia del mundo, enviada por Uruguay a la preselección de los premios Oscar y Goya, es justamente esa decisión. Si bien el relato ofrece momentos logrados, el tono caricaturesco no consigue transmitir del todo el drama de aquellos años, volviendo inocuo lo que en realidad fue una historia terrible y violenta. Por supuesto que la elegida por Casanova es una opción válida que un elenco versátil se encarga de sostener con creces. Sin embargo el efecto que produce la suma de esas decisiones es la de estar ante un film deudor de una estética cinematográfica anclada y extinguida junto con esos mismos años 80.