Juntas a la par marchan las dos tareas que hacen del colectivo La Sonora una de las agrupaciones clave de la escena musical de La Plata. Una es que, básica y elementalmente, se trata de un grupo de música. Como tal, acaba de publicar Huellas en el agua, notable disco de músicas instrumentales cuya columna vertebral anuda al jazz con el candombe rioplatense. Un trabajo de ocho piezas que arribará hoy al escenario porteño de Circe (Córdoba 4335). Otra de las aristas es que el colectivo no se queda ahí… también abarca un proyecto educativo que forma e informa inquietos músicos de varias partes del globo. “Todos buscan eso del yo argento, y se pasan dos semanas con una frecuencia de argentinidad que ni nosotros tenemos”, se ríe Alejandro Díaz, uno de los iniciadores del proyecto, cuyo origen se remonta a fines de la década del ochenta. “Ha venido gente de Europa, de la India, de Pakistán, de Corea, de Palestina, en fin y, como dice Ale, comen empanadas y asado, toman mate, comen dulce de leche, bailan tango… se argentinizan por un tiempo”, agrega el percusionista Juan Pablo Castrillo, uno de los integrantes del colectivo platense que nació de sus entrañas.
El intercambio se materializó gracias a una casualidad: mientras el grupo –que ya había iniciado su experiencia pedagógico-musical en La Plata– giraba por Europa, se enteró de que se había caído un proyecto sudafricano que iba a da un taller en la Universidad de Malmo. Y allí estaban ellos, justo. Allí, en Suecia, la cosa se puso seria. “Como ya habíamos viajado mucho por Brasil, Uruguay y Centroamérica (se nota en el disco) teníamos un compilado de data que nos sirvió para armar un método funcional”, evoca Díaz, pianista él. “Entonces, cuando pasó lo de Suecia estábamos preparados”. La idea de meter candombe y tango en los estudiantes de Malmo prendió mecha rápido, entonces, y el reguero de chispas recaló también en el “Guildhall School of Music” de Londres, donde comenzó un vínculo que perdura. Una cruzada basada en un intercambio cultural dinámico y territorial que consiste en enseñar tango, candombe y folclore a los extranjeros, pero “en el terreno”. “Lo importante es hacerle un caldeamiento a los pibes y meterlos en una cuerda de candombe o en una milonga cerrada, como es la del barrio La Loma, por ejemplo. O también insertarlos en grupos y ensambles. Además de eso, hacen experiencias comunitarias, van a trabajar a los barrios, y se pegan un viaje porque, si bien son gente muy caminada, con mucho mundo, esto les impacta”, cuenta el pianista.
El colectivo funciona como tal desde 1995, y en la actualidad, el grueso de los contingentes proviene de la mencionada Guildhall y también de la Universidad de Lund, Suecia. “Ya tenemos una práctica, y no solo musical, con gente de otras latitudes. Hemos dado cursos en barriadas inglesas como Brighton o Luton, y nos ha servido para manejar códigos de interacción”, refleja Díaz.
El disco que acaba de publicar esta agrupación “sociomusical” cruza jazz, candombe y toques tangueros en formato de trío (piano, bajo y percusión) que, además de los partícipes de esta nota, incluye a Diego Amerise, el bajista que se tuvo que ir después de la foto. “Diría que el disco es un homenaje a Charly García”, sorprende Díaz. “Y esto tiene que ver con la sonoridad… el sonido del piano es un CP 70 de la época de Serú Girán, y el bajo tiene un rol muy melódico. Yo fui criado escuchando esa banda, soy un fanático, y el sonido de Charly siempre está muy presentes en mis músicas, pese a que son instrumentales”.
García manda pero no es todo, claro. Hay otras referencias clave como un candombe dedicado al pianista Ricardo Nolé (“PraNolé”), otro a Hugo Fattoruso con una versión de la inspirada “PPP” (“Piano, Pandeiro y Passarinho), y una visita a “Chayita del Vidalero”, con su autor Ramón Navarro incluido. “Para Nolé, porque es un gran tipo, un tremendo músico y, de alguna manera, nosotros nos metemos bastante con la cuestión del candombe y él, tanto como Fattoruso, ha llevado ese ritmo a las teclas con mucha excelencia. Respecto de la versión que hicimos del Hugo hubo como una asociación con músicas de otros discos nuestros, donde yo laburaba con muchos compases irregulares, y me pegó por ese lado. Sentí una identificación ahí, porque es un tema que tiene mucho compás aditivo… parece un choro, pero después pasa a un 5 por 8, pasa a un 7… cambia constantemente. Y toda esa locura irregular la sentí como un punto de enlace. En efecto, cambiamos los giros de la melodía hasta que en un momento nos desprendimos de la versión original”, explica el pianista.
Otra perla del trabajo discográfico es el recitado del histórico Ramón Navarro que le da el toque telúrico útil para entroncar con la pata pedagógica del proyecto. “Hacíamos una versión rockera de ese tema, con un ostinato que se repite muy fuerte, pero sucedió que la escuchó el hijo de Ramón y se la llevó al viejo, que no tuvo problemas en grabar ese recitado”, explica Díaz, no sin antes dejar testimonio sobre dos de las piezas propias: “Milonga turbia” y “Norte”, dedicada a Egberto Gismonti. “La milonga es bastante tristona y tiene unos acordes que la enturbian un poco, pero yo diría que no es tan turbia, sino más bien tranquila con sus improvisaciones en bandoneón y piano. No sé, por ahí lo más original que tiene es el uso de la percuta dentro de un aire tanguero”.