Los clubes de fútbol nutren sus divisiones inferiores con menores que llegan desde todos los rincones del país. Una gran mayoría proviene de los barrios aledaños a los estadios y a las sedes de las instituciones. Desde siempre, esa forma fue reforzada por la labor de los captadores, la mayoría ex jugadores, que viajan a las provincias a reclutar talentos, alertados por contactos lugareños sobre las condiciones sobresalientes de tal o cual jugador.
El éxito en ese modo de captación de talentos llevó a los clubes a erigir pensiones, para albergar a los chicos que llegaban del interior y que por las distancias con sus hogares no podían ir y venir en el día. En esas instalaciones, los adolescentes viven. Duermen, desayunan, van al colegio, almuerzan, entrenan. Hacen su vida, se forman, como personas y como jugadores, alimentando el sueño de ser los nuevos Messi, Agüero, Higuaín. Claro, alejados de sus familias, que aceptan el sacrificio y el riesgo porque ven en esos chicos el trampolín que les permitiría saltar a una nueva realidad económica. Se supone que las familias dejan a esos diamantes futbolísticos sin pulir a cargo de gente preparada para acompañarlos en edades donde las vulnerabilidades son mayores. Y son tan determinantes las vivencias en esas pensiones que casi es un lugar común que al vivir el primer momento importante de sus carreras, los jugadores recuerden los duros momentos pasados en la pensión del club y dediquen el gol, el triunfo o su actuación a los compañeros que compartieron esos días.
Con las pensiones, los clubes asumen una responsabilidad sustancial en la formación de esos jóvenes en los que ven futuras estrellas. Y muchas entidades lo hacen poniendo al alcance de los chicos e incluso de las familias de las que provienen cuantiosos recursos materiales y personal especializado para que dispongan de la contención indispensable. Esa decisión fue el germen para los colegios primarios y secundarios que hoy tienen clubes de Primera División, y a los que asisten estos “pensionados” para completar sus estudios. De este modo, logran que los que no llegan al status de profesionales puedan seguir sus vidas por los caminos que decidan pero contando con las mismas herramientas que cualquier joven de su edad.
Queda claro que esos chicos son el eslabón más vulnerable de la cadena de producción de talentos del fútbol. Transplantados a un nuevo ambiente, lejos de los afectos, sometidos a una rutina ajena a la familiar, presionados por un sueño personal que alimentan las necesidades económicas de sus familias, pueden ser presa fácil de oportunistas de toda clase o, peor aún, de redes de abusadores, como en el caso de Independiente.