El déficit en cuenta corriente ascendió a 4,8 por ciento del PIB en 2017. El rojo en el frente comercial, el déficit en servicios por turismo, la remisión de utilidades de las multinacionales que operan en el país y los pagos de vencimientos de deuda externa acumularon un rojo de 30.792 millones de dólares. Las cifras publicadas ayer por el Indec más que duplicaron el déficit del año anterior y marcaron un record histórico. El endeudamiento y el ingreso de dólares especulativos alivianan las tensiones provenientes del creciente déficit de la cuenta corriente. A lo largo del año pasado, el saldo bruto de la deuda externa aumentó hasta los 231.980 millones de dólares, lo que representa un incremento del 31 por ciento frente a 2016.
Cuando se comparan esas cifras con las heredadas al momento del recambio presidencial, se observa que los pasivos externos del Gobierno aumentaron un 55,5 por ciento en dos años. El incremento equivale a 82.828 millones de dólares que corresponden en su mayoría a bonos y préstamos asumidos por el Ministerio de Finanzas. “Las necesidades netas de financiamiento fueron cubiertas principalmente por emisiones de deuda del Gobierno general”, precisó el Indec en su informe. Las cifras oficiales permiten dimensionar la relevancia del endeudamiento que se convirtió en una necesidad ineludible para la sustentabilidad del esquema económico. La reinserción plena de la Argentina en los mercados financieros internacionales convirtió al país en uno de los principales emisores de deuda del planeta. El proceso no tiene correlato con una ampliación de la capacidad productiva ni colaboró con la realización de obras de infraestructura.
Los datos publicados ayer incluyen además la Posición de Inversión Internacional (PII), que permite calcular la estimación más conservadora para la magnitud de los capitales fugados. Con esa información, que no incluye ahorros en dólares por fuera del sistema financiero ni las inversiones o cuentas administradas a través de la red global de servicios financieros offshore, se estima que los argentinos tenían 271.399 millones de dólares en el exterior al finalizar 2017. La fuga de capitales es un rasgo estructural de la economía argentina desde mediados de la década del setenta. Origen, volumen y causas variaron a lo largo de ese período pero la purga es permanente. Si durante el kirchernismo se abastecía con los dólares del excedente comercial y las reservas del Banco Central, a partir de la llegada de Cambiemos la fuga se financia con el endeudamiento externo. Durante los primeros dos años del gobierno de Mauricio Macri los activos fugados crecieron un 14,8 por ciento.
El rojo en la cuenta corriente ascendió en el cuarto trimestre del año pasado hasta los 8738 millones de dólares y cerró 2017 con un déficit de 30.792 millones de dólares. Con ese dato el déficit en relación al PBI saltó de 2,6 por ciento en 2016 hasta 4,8 por ciento el año pasado. El deterioro se explica en parte por la profundización del proceso de apertura importadora y el estancamiento de las exportaciones que resultó en un saldo negativo anual en el frente comercial de 5522 millones de dólares (la medición es con otros parámetros al del informe del intercambio comercial que elabora el Indec). Ese escenario se profundiza con el desempeño de los servicios, fundamentalmente en turismo, donde el déficit escaló hasta los 9778 millones de dólares. La remisión de utilidades y dividendos de las empresas junto con los vencimientos de capital e intereses de la deuda externa representaron la salida neta de 15.906 millones de dólares.
Como enfatiza el investigador de la Universidad Nacional de Quilmes Germán Herrera Bartis, “la agudización del déficit en la cuenta corriente constituyó el elemento precursor común de las principales crisis argentinas desde 1980 en adelante”. El economista explica que las tensiones en el frente externo que emanan de semejante escenario “pueden maquillarse, como sucede en la actualidad, acudiendo al endeudamiento y alentando la entrada de dólares especulativos, pero si la política económica no atiende el problema, las tensiones pueden derivar en crisis de magnitud”. Las señales de alarma llevaron al Gobierno a aplacar su política de endeudamiento externo y recurrir a la plaza local.