La primera vez que fui a su clase toqué timbre unos minutos antes. Lai no salió en ese momento. Al abrirme, algo me dijo que no le había gustado la anticipación. Sebastián Pandolfelli, su mano derecha siempre, me puso al tanto de no llegar temprano, como de tantas otras cosas. El taller tenía sus códigos, los pequeños detalles que podían irritar al Conde. Sobre qué cosas no hablarle. Qué preguntas evitar.
Lai podía no participar mucho en sus clases. A veces, casi, hasta quedarse callado. Escuchar nuestras opiniones sobre lo que compartíamos. Controlar que todos tuviéramos cerveza en nuestras copitazas. Un día intervenía con la palabra justa. Con la misma intuición con la que detectaba al instante si uno tenía un problema. Porque algo queda claro al leerlo: la dureza del Monstruo era una fachada. Pocos autores lograron hablar del amor como Lai. De la lucha del Ser y el Anti-ser que habita en cada uno de nosotros.
“Lo que no es exagerado no vive” se lee en Beber en rojo. El genio de Lai fue excesivo. Desmesuradamente cargado de gerundios y adverbios terminados “mente”. No le bastó con Los Sorias y El jardín de las máquinas parlantes. Escribió uno de los libros de poemas más hermosos de la literatura argentina (Poemas chinos), libros de cuentos (compilados por Simurg en Cuentos completos), el ensayo Por favor, ¡plágienme!, y novelas que pueden leerse TODAS, sin distinción. Guerras astrales, yakuzas, zombis haitianos, golems, el mundo egipcio, todo tiene lugar en su obra. Hoy me vienen a la mente algunas páginas de Sí, soy mala poeta, pero... en la que dos sepultureros locos necesitan una zombi para filmar su versión de El fantasma de la Ópera. Lai nos la leía, a medida que la escribía. Se reía de sus “chistes esquizofrénicos” y de las historietas de Ocalito y Tumbita, que recordaba en clases divertido.
Muchas veces se pregunta sobre la utilidad de un taller literario. No sé qué hubiésemos sido sus discípulos sin Lai. Nos dio el mejor ejemplo siempre. Su compromiso con la literatura y el trabajo era total. Ensayaba tanto cuando tenía que contar cuentos o participar de una lectura, como si fuera su primera vez en hacerlo. Por sobre todas las cosas nos hizo descubrir el goce de la escritura, y cuánto mejor es crecer en el oficio compartiéndolo con otros colegas. Sebastián Pandolfelli, Selva Almada, Juan Guinot, Alejandra Zina, Natalia Rodríguez, José María Marcos, Odiseo Sobico, Leo Oyola, Gabi Cabezón Cámara, Fernando Figueras son algunos de esos compañeros de ruta.
Lai decía que más allá, en el otro mundo, no hay tetas ni cerveza. Por el genio que fue, y por cuánto lo merece, ojalá se haya equivocado y esté brindando con su amigo Fogwill.
* Escritor.