En las bambalinas del rocambolesco festival Pan Caliente realizado el 2 de enero de 1982 en la cancha de Excursionistas –si se puede llamar bambalinas a la parte de atrás de una caja de un camión que servía de escenario– fue el primer encuentro. Después hubo más, hasta llegar a la grabación del disco debut de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota en 1985. El matrimonio conformado por Donvi y Esther Soto le tiraba data concreta a la tríada del Indio Solari, Skay Beilinson y la Negra Poli. Donvi –pedagogo, sindicalista, trotskista, duende– se trenzaba en charlas teóricas con el Indio; Esther Soto –hechicera de los números, el pensamiento a tierra que sostenía el vuelo ideológico y poético de su marido– le indicaba a la Negra Poli cada uno de los pasos que tenía que dar para ser una banda autogestionaria y no morir en el intento. Donvi murió el 27 de octubre de 2012; Esther Soto, el miércoles pasado.
La pareja pavimentó los caminos alternativos del negocio de la música en plena dictadura, en Villa Adelina, con MIA (Músicos Independientes Asociados) como punto de partida. Fundaron una pyme que priorizó las experiencias artísticas antes que el rédito económico. Difícil mensurar las invenciones de la pareja a mediados de los 70’: cómo explicar en 2018 los formidables ficheros federales que intercomunicaba a melómanos de todo el país, un mix entre un proto facebook y el crowdfunding tan en boga. Proyectaron trabajos musicales y literarios que fueron de sus hijos Liliana y Lito Vitale hasta, ayer nomás, Gabo Ferro. “¿Vos viste lo que es Gabo? Para mí es un genio. Como Alberto Muñoz”, me decía hace unos meses en el patio de su casona de San Telmo. Tomaba mate, fumaba un rubio tras otro y seguía echando de menos a Donvi. “Lo extraño horrores. Pero tengo que rearmarme como sea”. Y se rearmó: se había volcado al mundo editorial y escrito compulsivamente cuatro libros de poesía y de prosa poética: Adalay-las almas sin edad, Epifanías profanas, Memorias de un alma irreverente y Nocturnal. Había descubierto, además, el chateo a altas horas de la madrugada. La cadera maltrecha detuvo su impulso lírico crepuscular. La operaron en el Sanatorio Güemes, y no pudo recuperarse. Se fue con su mirada pícara siempre joven el día del comienzo de otoño, a los 84 años. En paz, como quien ya había dado todo.
Esta foto acompañó la entrevista publicada por Radar en 2015. “Volvamos a publicarla porque ella la amó”, pidió Nora Lezano, su autora.