Rodeado de más de 700 fotografías suyas, Aldo Sessa recuerda a El Hombre Ilustrado de Ray Bradbury, pero con una diferencia. Al igual que cada tatuaje del protagonista del libro narraba una historia, cada imagen en la pared del MAMBA también cuenta algo; pero a diferencia del atormentado vagabundo imaginado por Bradbury, a este hombre de 79 años se le nota sereno, feliz de compartir sus memorias visuales. “Yo soy un viejo fotógrafo cuya tradición es hacer la gran foto en cámara: no hago trucos, hago todo lo mejor que puedo para hacer un gran negativo. Es el bagaje académico de un fotógrafo de otra época”, dice Sessa, que supo colaborar con Bradbury ilustrando en 1980 su libro Fantasmas para siempre.
Seleccionadas entre más de 800.000 imágenes de su archivo personal, entre las fotografías de Sessa, que también es artista plástico, hay de todo y más: postales de la Buenos Aires de las décadas del 50 y 60 en blanco y negro, imágenes de cuando trabajó en el Teatro Colón cuya iluminación a veces parece una pintura impresionista (hay bailarinas salidas de un cuadro de Degas), fotos de la Boca que parecen citar a Quinquela Martín, juegos digitales surrealistas que recuerdan a Salvador Dalí, fotos de gente rompiendo las cámaras de seguridad de los bancos en la época del default del 2001, animales, paisajes y personajes retratados en sus viajes por Nueva York, India, Marruecos, Egipto, Turquía, Israel, Tailandia o Inglaterra. Retratos implorados, robados o producidos, anónimos o míticos, recientes o de hace más de medio siglo.
Hace rato que las fotografías de Sessa son ya un patrimonio histórico incalculable, pero también son parte de la extensa obra de un artista plástico, experto en iluminación y aventurero insaciable, capaz de esperar durante horas a que Juan Pablo II levante su sotana solo para ver que sus zapatos son Gucci. “Me gustaría que los chicos vean que se puede hacer una foto buena de cualquier cosa, con cualquier cosa”, comenta Aldo, que nació en 1939 en coincidencia con el primer centenario de la fotografía y que además de ser un experto en su historia colecciona cámaras viejas: “Yo creo que se tiene que diferenciar, el retrato de estudio y el retrato callejero. Yo te puedo hacer ahora mismo un retrato en la calle, pero eso no tiene nada que ver con lo que se puede lograr dentro de un estudio, con el juego de las luces. Siempre hice muchos retratos iluminados porque me fascina iluminar”.
El amor a la fotografía flotaba en el aire de su casa: “En mi familia todos sabíamos revelar, hasta mi abuela: siempre estuve muy relacionado con la iluminación porque teníamos una empresa familiar que había fundado en 1928 mi abuelo, Alessandro Connio, ingeniero y gerente de banco, que fundó los Laboratorios Alex de Cine. Cuando terminaba el colegio iba a Alex y me pasaba un mes hasta que nos íbamos de vacaciones en cada sección para ir aprendiendo lo que era la truca, los títulos, el revelado, la copia, química. Y desde entonces me relacioné de muy joven con muchos directores de fotografía y particularmente con un técnico que era director de fotografía que se llamaba Pablo Tavernero: nos reuníamos los sábados en un bar de la calle Callao a hablar aspectos técnicos de la luz”.
Sessa empezó a estudiar pintura a los 8 años e hizo su primera exposición de pintura a los 12: “En la época de Alex yo aprendí a iluminar: para mí la iluminación es como comerme un festín. Es como un festín lumínico. La luz a mí me obsesionó porque la empecé a manejar muy bien, pero lo mismo me pasa aunque no tenga una máquina encima: la luz es un milagro de Dios en el instante. Lo que tiene de bueno la fotografía es que es una magia solitaria que se puede registrar con un aparato. Muchas veces pensé que era desgracia no haber estado en la época de Napoleón con una cámara. Es una lástima que no haya existido la fotografía hasta 1839 porque es fabulosa la documentación que se podría tener ahora”.
Más allá de su maestría técnica, hay una cierta empatía que evidentemente Sessa tiene de manera innata, pero que también desarrolló con su amiga Indra Devi: “Lo que siempre intento es iluminar la mirada. Primero te relajás vos, pero si te voy a fotografiar yo te miro con calor, con cariño: así llevo a que también se relaje la otra persona, es un estado de espíritu. Eso lo aprendí con Indra Devi, una dama muy interesante que conocí furtivamente en el Colón un día que ella estaba atrás del escenario; ella había hecho unos cursos de respiración para el Bolshoi, y de repente veo que se revoluciona toda la escena justo cuando se estaba por abrir el telón, y me viene a buscar el jefe de escenario para pedirme que sacara una foto. Así que me llevaron a ver a esta mujer minúscula con un sari que estaba con Natalia Bessmertnova, una prima ballerina que lloraba como lloran las actrices, como si tuviera dos canillas abiertas en cada ojo. Y ahí me pidió que necesitaba que le sacara una foto con ella y que la necesitaba a la mañana en el cuarto del hotel. Como nunca le cobré un centavo a nadie por una foto le dije que se la sacaba pero que no sabía cuándo se la iba a poder dar. Pero cuando me fui de ahí me quedé pensando: ‘¿qué le puede haber pasado tan importante con esta mujer?’. Así que me pasé la noche revelando y se la dejé a las 10 de la mañana en el hotel.”
Las vueltas de la vida lo llevaron a volver a encontrarse a Indra Devi, que pasó a visitarlo con una amiga en común: “No se iba más, pero antes de irse me dijo: ‘¿Qué hace usted mañana a las 7 de la mañana? ¿No va a venir mañana conmigo a la cárcel para hacer una sesión de yoga con los asesinos?’”. Indra Devi se ganaba muy pronto la confianza de los presidiarios más peligrosos.
Aunque las celebridades que supo captar con su lente sean muchísimas, las aventuras de Sessa, más discretas o más heroicas, siempre están signadas por una curiosa ecuanimidad: “Podría armarte una larga lista, pero la verdad es que me gustaría tratar de retratar a la gente que ocasionalmente me encuentre. Todos tenemos listas, pero la verdad es que hice muchos retratos. Por ejemplo, esa foto que está medio perdida: esa es una foto que saqué en Nueva York, adonde voy todos los años un mes. Siempre voy al mismo hotel, y estando ahí me crucé con un hombre en el ascensor y lo saludo y ni me responde. Algo muy raro en un norteamericano, pero me lo cruzo de nuevo y lo mismo. Al otro día lo vi en el desayuno y tampoco me dio ni bola. Y preguntando, porque me agarró curiosidad, me dijeron que era Buzz Aldrin, el astronauta que siguió en la caminata lunar a Neil Armstrong en 1969”.
Antes de la entrevista, Aldo ya estaba cámara en mano anunciándole a la gente del Museo que se iba a sacar unas fotitos y volvía. Luego, durante el viaje de regreso en taxi, se lo ve sacando fotos con su cámara digital: literalmente, Aldo Sessa no puede parar de tomar imágenes. “Vos te tenés que arrastrar, te tenés que tirar en un charco si el ángulo lo requiere: es algo matemático. Si vos querés hacer una foto hay un punto exacto para ese ángulo: y si en ese punto hay bosta de caballo te tenés que ir y tirar arriba de la bosta. Hay muchos retratos que cuando surgen los voy a buscar, sean de quien sean. No hay una moral en la fotografía, me encanta sacar fotos donde está prohibido: cuando más prohibido mejor”.
En este momento Aldo (que hizo libros en colaboración con Borges, Manuel Mujica Láinez, entre muchos otros) tiene seis fracturas en el hombro pero no se operó, ni piensa hacerlo: “Toda esta exposición la hice así, bancándome siete horas por día de trabajo y en 20 días voy a estar presentando un libro a Nueva York. Y no voy a parar, porque no quiero entregarles mi hombro a los médicos. No es alma de Tarzán sino confianza en que la suerte no me va a abandonar hasta que termine mi misión. Mi misión, no es algo heroico, ni glorioso, es hacer lo mío. A mí no me interesa que el retrato le guste a la persona, en lo más mínimo: a mí lo que me interesa es que me guste a mí. Es mi foto. No me interesa que una mujer me diga: ‘ay, que linda estoy’. Mi mujer muchas veces me dice: ‘che, pero la amasijaste’. No importa nada: dentro de 10 años me lo va a agradecer. Me paso con una mujer muy paqueta que me pidió que le hiciera un retrato, hace justo 10 años. Yo la encontré con una cierta enfermedad: tener una riqueza ilimitada. Creo que tener un cierto margen de riqueza es bueno para todos: 3 millones o 5 millones no le vienen mal a nadie, pero 500 millones no le hacen falta a nadie. Y ella vio las fotos y me dijo: ‘¿sabés que no me gustan las fotos?’. No te hagas ningún problema: cada uno se ve como piensa, como se imagina. Yo hice lo que pude, pero pensé: ‘dentro de 5 años me la vas a pedir de rodillas’. Y el otro día me acordé y la googleé y la verdad que en la foto que le saqué parece Miss América”.
La muestra Archivo Aldo Sessa 1958-2018: 60 años de imágenes se podrá ver en el Museo de Arte Moderno, Av. San Juan 350, hasta el 27 de mayo, de martes a viernes de 11 a 19, y sábados y domingos hasta las 20.