Hace exactamente dos años, una nota publicada en estas mismas páginas a propósito del estreno de Tangerine comenzaba de la siguiente manera: “Sean Baker nació en Nueva Jersey, se crió y educó en Nueva York y vive y trabaja desde hace muchos años en Los Ángeles. Pero atiende el llamado en un hotel en Florida, donde anda atareado preparando un nuevo proyecto de largometraje, una historia protagonizada por chicos que transcurre en los alrededores del parque Magic Kingdom, cerquita de Orlando. No será, indudablemente, una película al estilo Disney”. Un concepto que podía intuirse fácilmente, no tanto gracias a las artes adivinatorias como al más común de los sentidos. Ahora puede afirmarse, sin lugar a duda, que Proyecto Florida (The Florida Project) no es una película que siga los lineamientos Disney, aunque haya sido rodada precisamente en las cercanías de los parques temáticos creados a la sombra del ratón más famoso de la historia del cine. La nueva película de Baker –que disfrutó recientemente de una nominación a los premios Oscar, gracias a la presencia de Willem Dafoe en un rol (no tan) secundario, y que se estrenará finalmente en la Argentina el próximo jueves– continúa investigando y describiendo algunos de los márgenes de la sociedad estadounidense. En Take Out (2004) –el segundo largometraje del realizador, codirigido junto a Tsou Shih-Ching– el protagonista era un inmigrante ilegal recién llegado de China a la ciudad de Nueva York, mientras que en Starlet (2012) la blonda protagonista revelaba a mitad del metraje que su profesión no era otra que la de actriz porno. Tangerine (2015), en tanto, recreaba una soleada California muy diferente a la de las postales turísticas, un sitio en el cual dos chicas travestis intentaban sobrevivir en las calles más hostiles, pero sin perder nunca el sentido del humor.
Pero tal vez la película con la cual Proyecto Florida mantiene una relación más cercana sea Prince of Broadway (2008): allí también había un niño pequeño, que se encontraba por primera vez con su padre, quien desconocía absolutamente la existencia del menor. “No es que esté siempre buscando un grupo marginal de gente para contar una historia. Lo que me suele llamar la atención es cierto ambiente o un tema en particular”, afirma Sean Baker en conversación telefónica exclusiva. En el caso de Proyecto Florida, la protagonista es una niña de seis años que vive junto a su madre en un hotel “económico” en la zona conocida como Kissimmee, ciudad vecina a la más populosa Orlando, muy cerca de las atracciones de Disney y otras empresas dedicadas al entretenimiento turístico. No es una vida sencilla y se acerca bastante a la idea de vivir el día a día, de lograr parar la olla. Sin embargo, Baker –una de las voces más genuinas, talentosas y consecuentes con su visión estética y ética en el mundillo del cine indie de su país– nunca se ha dejado seducir por el canto de sirena del paternalismo o el miserabilismo, dos ismos cuyas trampas resultan sumamente fáciles de pisar. “Cuando creo un personaje, aunque yo mismo no pertenezca a ese mundo o haya experimentado esas mismas cosas, siempre pienso de la siguiente manera: ¿cómo me gustaría verme representando si alguien más estuviera describiendo mi universo más cercano? Me gustaría que fueran sinceros, que me mostraran como un ser humano, con todas mis debilidades y fortalezas, con las fallas y también los dones. Esa es la responsabilidad que todo creador tiene a la hora de representar algo que existe, que es real”.
Moonee tiene seis años y es un torbellino incontenible, demoledor. Transcurre el verano y no hay escuela. La nena y dos de sus amiguitos dan vueltas por los alrededores del hotel donde pasan gran parte del día y de la noche: el Magic Castle, cuyo nombre remeda al célebre parque de atracciones sin ofrecer ninguno de sus atractivos. Con la excepción formal de una piscina y, desde luego, todas esas escaleras y pasillos y zonas comunes compartidas por los huéspedes, lugares ideales para esconderse y hacer lío e incluso algún desastre. En la banda de sonido suena “Celebration”, de Kool & the Gang, mientras corren los títulos de apertura. Moonee y compañía corren delante de las paredes que encierran los cuartos del complejo, pintadas de un rosa tan furioso que parecen estallar en la pantalla, como si se tratara de la fachada de algún juego mecánico. La primera travesura de una extensa saga es tan simple como inmortal: encaramados en la baranda del primer piso, los escupitajos caen sobre el parabrisas del auto estacionado ahí debajo. La reprimenda no tardará en llegar, en primer lugar, de la dueña del vehículo bañado en saliva. La respuesta de los chicos –una dosis recargada de palabrotas de todo tenor– suena un tanto extemporánea, como si esas puteadas surgieran de la boca de un médium de mayor edad. Luego llegará el reto del gerente del establecimiento, Bobby, un Willem Dafoe en estado de gracia que, poco a poco, irá adquiriendo otros roles además del consignado por su profesión: consejero, padre sustituto, incluso ángel de la guarda. Moonee se porta mal. Siempre se está portando mal. ¿Pero qué otra cosa podría esperarse? La contención no es el fuerte de su madre Halley, una chica que parece estar despidiéndose de su veintena de años como puede, a los tropezones.
¿Cómo se llega a un relato como el de Proyecto Florida? ¿Es posible imaginarlo desde cero, sin ninguna referencia real? “La idea original fue del coguionista de la película, Chris Bergoch. La zona donde transcurre la historia no es muy conocida. Y la situación que se vive allí está algo escondida para la mayoría. Chris comenzó a contarme lo que ocurría y a enviarme links a artículos periodísticos, algo que comenzó a interesarme, ya que definitivamente había potencial para contar una historia de ficción que transcurriera en ese mundo. Eso fue en 2011 y pensamos que era una buena continuación para Starlet. Pero eso no ocurrió y luego hicimos otra película, Tangerine, que irónicamente fue la que nos permitió conseguir la financiación necesaria para poder filmar Proyecto Florida”. En otras entrevistas el realizador ha hecho mención del concepto de hidden homeless (los sin-techo ocultos), referencia a la invisibilidad de un importante grupo de personas que viven mudándose de hotel en hotel con todas sus pertenencias a cuestas, pagando por un techo día tras día, noche tras noche.
El castillo mágico
Emocionar sin golpear. O bien golpear sin que se note, como un sacudón que llega desde algún lugar desconocido. Sean Baker construye el universo del Magic Castle y la vida de algunos de sus moradores pacientemente, con un pincel de cerda fina que va dibujando los contornos y dándoles color a las formas de manera delicada, sin pretender nunca que una simple pincelada termine por dar una idea precisa y determinante de esas criaturas. (Todo lo opuesto a lo que hace el Bobby de Dafoe cuando pasa la brocha gorda por un muro algo descolorido). Halley gana el dinero necesario para pagar el alquiler del cuarto ofreciendo perfumes truchos en la puerta de otros hoteles mucho más coquetos, acompañada siempre de su hija, de manera de conjurar algo de piedad. A veces, intenta vender alguna pulsera electrónica –de esas que sirven para ingresar al verdadero reino mágico– obtenida de maneras definitivamente poco santas. Es eso o prostituirse. O las dos cosas, porque a la hora de la supervivencia una no quita la otra. Moonee lo mira todo y todo lo absorbe, como una esponja. Pero no se limita solamente a mirar y a escuchar: ella sabe cómo conseguir dinero para comprar un helado, conoce perfectamente los alrededores y cómo moverse en ellos, entiende lo que dicen y piensan los adultos, mucho más que otros niños. Ella también es una sobreviviente, a pesar de tener una edad en la que apenas debería saber cuánto es dos más dos. A Baker parece interesarle la descripción de ese ambiente tanto como la interacción entre los personajes, sus miedos y deseos. “La película es una forma de echar luz sobre esa clase de situaciones. Es bastante triste, todos esos chicos creciendo en esos hoteles, que definitivamente no son el lugar más feliz de la tierra para crecer”.
Sin embargo, nada más alejado de Proyecto Florida que la idea de “película de denuncia”. Al menos no en ese sentido recurrente de relato cinematográfico tan concentrado en el mensaje que olvida por completo el medio, llevándose por delante a los personajes –simples peones utilitarios– en la persecución de un fin considerado superior a ellos. La de Baker tampoco es una creación huérfana: hay otras películas (otros chicos y otras chicas) que miran a Moonee desde el pasado, incluso desde una tradición. ¿O acaso no hay puntos de coincidencia en la historia de la jovencita de Orlando con el muchacho parisino de Los cuatrocientos golpes? ¿O con el jovencito rebelde de la ópera prima de Maurice Pialat, La infancia desnuda? “Creo que contar una historia desde la perspectiva de un niño logra que el espectador pueda identificarse, ya que todo el mundo tuvo obligatoriamente una niñez. Por un lado, está esa especie de conexión automática. Por el otro, de alguna manera eso simplifica el tema, lo lleva a un nivel donde todos pueden interesarse. Es posible que Proyecto Florida comparta algo esencial con la película de Pialat. Tal vez cierta sensibilidad o la manera en la cual se retratan las relaciones entre los adultos. Desde luego que hay realizadores que me han influenciado, pero en el fondo creo que muchos directores han descubierto que iluminar ciertas cuestiones ligadas a la infancia puede ser algo muy efectivo. Poderoso, incluso”.
Brooklynn Kimberly Prince tenía seis años en el momento del rodaje y es un torbellino incontenible, demoledor. “Brooklynn hizo varios comerciales y algún papel muy pequeño en una película y en cuanto la vimos nos dimos cuenta de que era la persona ideal para el papel. Va a ser una estrella y seguramente, en el futuro, muchos recordarán Proyecto Florida como su primera película”. La frescura que la diminuta actriz logra en cada una de sus escenas –una parte sustancial de la totalidad del film– no está reñida en lo más mínimo con una notable potencia dramática: lo suyo es una mezcla perfecta de naturalidad e histrionismo. A Brooklynn (sí, con dos enes) y al resto del reparto de pequeños secundarios, Baker y su equipo de casting les sumaron un reparto integrado, en su mayor parte, por actores y actrices que no habían participado previamente en una película. Y, por supuesto, a Willem Dafoe. “Voy a ser totalmente sincero”, afirma Baker desde su oficina en California. “Desde un primer momento supimos que, por cuestiones comerciales, para poder vender la película, necesitábamos uno o dos nombres conocidos, bien establecidos. En un momento pensamos que el personaje de Halley debía ser encarnado por una actriz de cierto renombre. Pero suelo tener la mente abierta a la hora de pensar conceptualmente el casting y me gusta mucho lo que pueden aportar aquellos que participan de una película por primera vez en su vida. Nunca los llamo no-profesionales, porque de hecho no lo son, sólo que los encontramos de formas no convencionales. Lo importante es que son rostros frescos, que la audiencia no ubica, y creo que eso refuerza la suspensión de la credibilidad, haciendo que el público se involucre en la historia más velozmente que si estuvieran viendo a alguien a quien reconocen de inmediato. Eso fue algo con lo que experimentamos a medida que atravesábamos todo el proceso, viendo si funcionaba o no. El casting de una película es como una mezcla de ingredientes, hay que utilizar los correctos para lograr un buen plato. Una vez que estuvo asegurado que podíamos contar con Willem Dafoe pensamos que era perfecto incluir a Bria Vinaite como el personaje de la madre, alguien que nunca había estado delante de una cámara profesional. Pero de no haber contado con un gran nombre en el reparto quizás ese personaje hubiera sido interpretado por una actriz conocida. De alguna manera es una suerte de balance, porque los financistas quieren recibir algo de dinero a cambio de su inversión”. ¿Existe espacio para la improvisación en una película como Proyecto Florida? “Siempre hay lugar para la improvisación y, de hecho, es algo que trato de alentar. Y he tenido suerte, porque usualmente me encuentro con actores que tienen esa habilidad y les interesa hacerlo. Por ejemplo, la escena en la piscina entre Halley y su vecina fue totalmente improvisada. Echamos a rodar la cámara y filmamos casi media hora. De todo ese metraje quedaron apenas algunos segundos en la película terminada, pero tal vez no hubiéramos podido lograr ese instante confesional de no habernos permitido la libertad de improvisar”.
Pizcas del otro mundo
Halley y Moonee se meten en otro hotel, de categoría, confirman al pasar un número de habitación cualquiera y terminan dándose una panzada del desayuno buffet a disposición. Una pizca de aquel otro mundo, tan cercano y, al mismo tiempo, tan inalcanzable. El mismo universo al cual parece llevar directamente ese helicóptero que a toda hora despega en el espacio abierto contiguo al Magic Castle, como una nave extraña y ruidosa que se ha convertido en parte del paisaje cotidiano. Bobby vigila todo y trata de ayudar a los clientes del hotel, protege a los chicos de una visita inesperada y extraña (el sitio es casi una vecindad, con sus vecinos de larga data y recientes incorporaciones), intenta darle algo de lustre a los cuartos y ejerce el control de policía en las inmediaciones de la piscina. El rodaje en formato analógico le brinda a Proyecto Florida un aspecto muy diferente al de su film anterior, Tangerine, filmado con un iphone de manera poco tradicional. Aquí los colores fuertes, contrastantes, forman parte de la historia, tanto como las idas y vueltas de la trama. “Siempre supe que quería filmar esta película en 35mm”, confirma Baker. “Lo cual, desde luego, es muy diferente a filmar con un teléfono celular. Son medios muy diferentes que requieren un tiempo de rodaje diferente; los procedimientos en el momento de filmar son muy diversos. Quería que esta película se viera muy controlada y clásica, en algún punto. Atravesamos una época en la cual el apoyo al uso del fílmico es muy importante. La decisión fue hecha de entrada y contamos con un director de fotografía muy talentoso, Alexis Zabe, que conoce muy bien el formato. En lo personal, apoyo el uso de cualquier medio, de todos los medios. El cine es el arte más caro y para hacer tu película a veces tienes que hacer lo que puedes hacer. Como filmar con un iphone. Pero al mismo tiempo no podemos olvidar que fue el celuloide el que permitió que se inventara este arte y hay que lograr que se siga utilizando”. Sólo la última escena de la película fue rodada con otro formato, más casero, por razones que no conviene revelar aquí. Sean Baker cuenta que el final de la película fue muy discutido y existieron otras opciones además de la idea que terminó triunfando. Incluso hay una escena que decidió eliminar del montaje, a su pesar. “En todas las películas hay una o dos secuencias que no funcionan en el conjunto, por una razón o por otra. Y este caso no fue la excepción. En Proyecto Florida hubo varias situaciones, pero quizás la más importante fue un momento, casi cerca del final, en el cual se veía a Halley en un vehículo policial, buscando a su hija. Bria brindó allí una actuación increíble y deseaba tanto que esa escena quedara en la película... sinceramente creí que podía llegar a estar nominada a los Oscars. Desgraciadamente tuvimos que sacarla, porque quebraba toda la estructura final de la película. Es triste, pero es algo que ocurre casi siempre”.
El Magic Castle Inn & Suites existe en la realidad y ni su nombre ni su fisonomía fue adulterada para el rodaje del film. Según el realizador, “es un hotel que, hasta hace un tiempo, no era muy diferente al de la ficción. Durante la época del rodaje estaban saliendo de esa situación y comenzando a trabajar más con turistas como clientes. Los dueños comprendieron que había un cierto cuidado en la historia, en la manera en la que íbamos a contar la historia de la gente que vive en esa clase de lugares. Creo que por esa razón fueron tan generosos a la hora de permitirnos rodar allí. Nosotros fuimos muy abiertos con ellos, les dejamos leer el guion en su totalidad. Eventualmente, creo que el dueño también vio que estaba todo bien y que, con algo de suerte, la película le traería más clientes. Algo que ocurrió, finalmente: se hicieron muchas notas periodísticas en el lugar y ahora les va algo mejor”. Una simple búsqueda en los sitios más populares para hallar pasajes y hoteles tira datos certeros: pasar una noche en el hotel donde se filmó Proyecto Florida cuesta unos mil pesos, habitación estándar con dos camas dobles, desayuno incluido. Por desgracia, sin Willem Dafoe como conserje.