Qué te pensás, pendejo, que nos vas a cargar a todos?”. La voz de papá le llegó pesada y al plexo a José Luis Calderón, que venía con el pecho inflado luego de convertir dos goles en el clásico de La Plata con la camiseta de Estudiantes. Luego de ver a su hijo revolear la remera y abrazarse con el Profe Daniel Córdoba, el patriarca de la familia, fanático de Gimnasia, estuvo casi una semana sin hablarle al flamante crack. Hoy, que ya no lo tiene, Caldera, ese implacable tanque que despintó áreas rivales por todo el fútbol argentino, siente que su viejo estaría orgulloso de su nieto Lucas, un pibe de 19 años que es el tercero del linaje y que acaba de saldar la deuda histórica al pasar del Pincha al Lobo, con edad de Cuarta División. Y José, que como su predecesor demuestra poco pero siente mucho, casi que se quiebra al hablar de lo que le pasó al ver a su hijo con la cinta de capitán del club al que él tenía entre ceja y ceja en su época de jugador.
Enganche: -¿Tu viejo era fana de Gimnasia?
José: -Sí, era enfermo de Gimnasia. Él decía que era basurero en la época de [Oscar Emir] Venturino (ex presidente de Gimnasia, de 1969 a 1979, que tenía una empresa de recolección de residuos). Mi papá y mi abuelo eran de Gimnasia.
Enganche: -¿La pasión por el fútbol se hereda o se construyó sola?
Lucas: -Siempre estuve al lado de él cuando jugaba y creo que en gran parte se hereda. Mi hermano también juega al fútbol. Por estar tantos años en el fútbol, creo que en gran parte se hereda.
Lucas es delantero y dicen que tiene un aire al Kun Agüero. Es más habilidoso que papá, cuentan, pero el tiempo dirá si lleva encima su constancia, su templanza física y su ángel para el gol. Se parece, pero no se parece. Y eso queda claro cuando discuten sobre botines (a ambos los viste la marca Umbro) y el más joven elogia los de colores rimbombantes, mientras que el más grande dice que no hay como los de cuero, negros y lo más sobrios posibles. A su modo, ese salto temporal queda saldado cuando se miran para conversar de la pelota.
Enganche: -¿Había un mandato para que jugara al fútbol o pensabas que era mejor que ni juegue?
José: -Tanto a él como a Santi, que tiene 10 años, no los obligué, pero una pelota nunca faltó en casa y solos se van metiendo. A sus cuatro años estábamos en México y lo llevé a ver un entrenamiento de una escuela de fútbol. Era a partir de los 6 años, pero él quería ir y quería ir, entonces se lo dije al técnico. El entrenador lo dejó jugar y, obviamente, a los 4 años contra los 6 del resto, casi no la agarraba, pero se fue metiendo. Nunca fue “es el fútbol o nada”. Pero a medida que van pasando los años y va tomando la decisión de jugar, el apoyo es incondicional. Vamos y te acompaño hasta donde vayas.
Enganche: -¿Ni en los malos momentos propios dudaste si él tenía que encarar esto?
José: -Siempre le dije que si estaba convencido de lo que fuera a hacer, yo iba atrás suyo, espalda con espalda a donde quiera. Siempre traté que de mi experiencia aprendiera algo, porque si ante la primera adversidad tirás la toalla y cambiás de rumbo, seguramente cuando vayas para otro lado vas a volver a cambiar de rumbo y te va a pasar lo mismo. Y así te vas a pasar toda tu vida cambiando de rumbo. Siempre le digo: apuntale a tu objetivo y dale para adelante.
Enganche: -¿En qué no te parecés a papá?
Lucas: -En la personalidad. Soy un tipo más tranquilo, no un loco como él. Pero somos muy parecidos en otras cosas. Me enorgullece ser parecido en el resto. Por mi parte, soy tranquilo y tengo carácter, pero me tenés que buscar para que saque la locura que tengo adentro.
José: -Él personalidad tiene, pero la demuestra de otra manera, porque es mucho más tranquilo. Igual, cuando tuvo que enfrentar las cosas, lo hizo. Cuando tuvo que elegir un camino, lo eligió. Él es menos chocante y yo soy frontal. Yo tengo una manera fea de decir las cosas y él dice lo mismo que yo pero de una manera más elegante y no es tan hiriente. Es más carismático.
Enganche: -¿Qué cosas de las que viviste al lado de papá te llevaron a querer jugar a la pelota?
Lucas: -Cruzarse a un crack del fútbol y que lo salude. Ponele, se cruzaba con Zamorano y se saludaba y yo no lo podía creer. ¡Zamorano que jugó en todos lados! Esas cositas suman y te entusiasman para decir que querés hacer la misma carrera que hizo Zamorano y muchos jugadores de fútbol que se cruzaron con él. Eso es un incentivo.
Si La Plata es tierra de cábalas, José las destierra todas. Dice que la mejor cábala era entrenar como un toro cada día. Que prefería confiar en sus músculos antes que en los efluvios del éter. A su vez, alecciona a su hijo sin que este llegue a darse cuenta: “Yo antes iba a jugar y después me iba a trabajar. Un día en Cambaceres me pidieron que dejara de trabajar, que me pagaban un sueldo, y les dije que ni en pedo dejaba de trabajar. Hoy andá a decirle a un chico que juega a la pelota que vaya a trabajar. Arrancaba bien temprano en una panadería y después de ahí me iba a entrenar. Hoy el fútbol, como otras profesiones, tiene más intereses que otra cosa. Por eso le digo que juegue por la alegría, que no juegue pensando en el auto, en lo material”.
Enganche: -Claro, pero él tiene una realidad diferente al resto de sus compañeros: la tranquilidad económica…
José: -Él tiene la ventaja con el resto y es que me escucha.
Enganche: -¿Y el peso del apellido?
José: -Cuando lo voy a ver, me alejo. Ahí soy un padre más, que mira el partido y listo.
Enganche: -¿El fútbol los conecta?
Lucas: -Siempre estamos juntos para ver partidos y hablar de esto. En casa se consume la pelota todo el tiempo. El fútbol nos une y nos va a unir siempre. Siempre va a estar el partido del domingo, el del lunes o alguna Copa que se juegue en la semana. Vemos todo.
Enganche: -A veces hay personas que no se abrazan en la vida y en una cancha es diferente…
José: -Mirá, yo no soy muy expresivo, soy más del silencio. La alegría va interna. Y cuando me expreso de otra manera, expreso mi enojo o mi fastidio. Pero lo que hago con él cuando las cosas van bien, es marcarle algo, como para que sienta que no está tan bien como piensa. La exigencia es así. El fútbol es parte del diálogo permanente. En la buena, hay marcarle algo como para que no se la crea. Y en la mala, bancarlo como para que no piense que es el peor.
Dice el gran Caldera que su viejo, el Tripero, le enseñó eso. Nunca escuchó de su boca un “bien, José”. Jamás. Desde el marginado barrio de La Favela, donde esperaban los días de sol para tapar los agujeros del techo de chapa de su casa, José siempre encontró en papá al hombre que forjaba en silencio su espíritu competitivo.
Enganche: -¿Lucas, a vos te pesa el pesa el apellido Calderón?
Lucas: -No para nada. Lo tomo con naturalidad y con tranquilidad.
Enganche: -Hablemos de sueños. ¿Con qué soñás cuando apoyás la cabeza en la almohada?
Lucas: -Con llegar a Primera, mantenerme y jugar un Mundial en la Selección.
José: -Yo sueño con que él sea feliz, que disfrute los momentos. El momento es hoy, ahora. Está bueno pensar allá, en el futuro, pero para llegar a ese futuro tenés que pensar en el momento. Si mirás lejos, te olvidás lo que pasa cerquita. Siempre le digo que si uno va mirando el día a día, cuando te querés acordar lo que mirabas lejano te lo encontraste acá nomás, cerquita.
Enganche: -¿Te pasó?
José: -A él ya le pasó, hace poquito (se ríe).
Lucas tomó la decisión de dejar Estudiantes de La Plata y pasó a Gimnasia, su histórico rival. Allí se convirtió en referente y capitán en sólo algunas semanas. Aquella historia tuvo sus idas y vueltas, pero hoy sostiene un final feliz.
Enganche: -¿Pensabas pasar de un club a otro?
Lucas: -Pasó. Decidí irme de Estudiantes, me llamó Gimnasia y no dudé un segundo.
Enganche: -¿Y papá qué te dijo?
Lucas: -Me apoyó, como siempre.
José: -Yo lo banqué en esa, pero le dije que cuando venga la buena, yo no voy a estar, me voy a correr. Si tiene éxito, yo no voy a estar porque el mérito, el esfuerzo y la decisión fueron de él. Él tomó la decisión de irse de Estudiantes. Yo lo único que le pregunté es si estaba seguro. Y me dijo que sí. Se fue, le dieron el pase, se tardó un poquito, hablé con el presidente (Juan Sebastián Verón) y se solucionó. De Gimnasia llamaron y su respuesta fue que quería triunfar en Gimnasia.
Enganche: -Arrancaste con la cinta de capitán y un gol...
Lucas: -Sí, fue un orgullo y una responsabilidad enorme que no me esperaba, pero que gustó. Cuando me dieron la cinta no lo podía creer y se me pasaron miles de cosas por la cabeza. Estaba ansioso por jugar.
Enganche: -¿Qué cosa de papá quisieras repetir?
Lucas: -Salir campeón de la Libertadores.
Enganche: -¿Qué cosa tuya quisieras que él no repita?
José: -Que le tenga que pasar lo que le tenga que pasar. El nombre se lo va a ganar él, eso lo tiene presente y por eso no carga con un apellido. Por mi parte, si hay un gol suyo, lo grito, voy a verlo y lo disfruto.
Enganche: ¿Si debuta en el Bosque vas a estar?
José: Sí, voy estar en la tribuna. Pero cuando venga la buena, me corro. Y cuando le toque alguna mala, aparezco.
Enganche: -¿Qué recuerdos tenés de tu papá como jugador?
Lucas: -Un gol de Estudiantes a Argentinos. Uno que entró en el segundo tiempo, con un centro del Chino Benítez y él llegó por el primer palo. Ese día estaba en la cancha y es uno de los grandes recuerdos que conservo de chico. Encima la noche anterior lo había soñado. Le había querido mandar un mensaje que decía “hola” y le pifié a las teclas y le puse la palabra “gol” . Se lo mandé y al otro día entró y la metió…
José cuenta que padre e hijo casi no jugaron juntos entre amigos porque, como buen protector, le enseñó a su pibe que las piernas eran para el club, no para joder en el barrio. Que si sus amigos se juntaban a un picado, mirara desde afuera, porque él tenía una obligación en los entrenamientos. Ese Caldera rígido y responsable que se muestra con una armadura va a desplomarse en el último diálogo de la charla, cuando increíblemente llegue al punto de llenar sus ojos de lágrimas al hablar de Lucas.
Enganche: -Dijiste que tu carácter que no lo expresás y que la cosas van por dentro. ¿En algún momento te emociona él, te toca una fibra?
José: Sí. El viernes me acosté a las 23, ponele. Él jugaba al otro día. A la 1.45 me levanté sin poder dormir y me fui a verlo a Paraná. Me fui solo. Lo peor es que a la mañana siguiente se despertó mi mujer a las 8.30 y me preguntó dónde estaba y le dije que me había ido a ver a Lucas a Paraná (se ríe). Cuando me vio no lo podía creer.
Lucas: -Le mandé un mensaje: “¿Y venís?”. Y me llamó: “Estoy acá a 130 kilómetros”.
José: Sentí que tenía que estar ahí. Presentí algo lindo. Y cuando lo vi entrar a la cancha se me llenaron los ojos de lágrimas. Capitán, jugando de 9... Lo cuento y me emociono mucho (se le llenan los ojos de lágrimas) porque sé lo que pasó, lo que sufrió y lo que luchó. Y bueno, convierte el gol y te emocionás. Antes era mucho más rígido. Un hijo te ablanda o será que nos estamos poniendo grandes y uno se pone más sensible. Es una emoción inmensa, pero todo lo que haga es suyo, es mérito suyo. Es un profesional hace dos años.
Enganche: ¿Y cuando se vieron después del partido cómo fue el encuentro?
José: -Después del partido el encuentro fue normal. Fue un beso y un “te felicito”.
Lucas: -Fue muy seco. Yo lo cargo y le digo que me de un abrazo.
José: -Él viene, te abraza, te agarra...
Lucas: -Le mando mensajes de WhastsApp y de vez en cuando se le cae un “te quiero”.
José: -Me manda “te quiero” y le respondo “yo también”. O “pá te extraño” y le respondo “yo también”. Hasta ahí. Cada tanto tiro un “yo también te quiero Lu”. Y ahí me pregunta qué me pasó para que le responda eso y le digo: “Ves, nunca estás contento”. Es muy cariñoso. Mi viejo nunca me dio un abrazo ni me dijo te quiero. Eso no existía. Yo de a poco me voy soltando.