El XIX Congreso del Partido Comunista de la República Popular China atrajo la atención de la comunidad internacional al haberse convertido este gigante asiático en un protagonista de primer orden de la nueva escena mundial. Al perfilarse como la primera economía en el mundo en los próximos años, desplazando a los Estados Unidos, el rumbo que tome China marcará en gran parte el que tome el resto de la humanidad en el siglo XXI. Los destinos de muchas economías dependen de lo que suceda en China, país sobre el que sabemos muy poco y sobre el cual predominan estereotipos y prejuicios desfavorables en vez de una alturada y necesaria discusión sobre su asombroso desarrollo económico
Por ello, es necesario resaltar el reciente artículo de Pedro Francke, “Pensamiento Xi Jinping” en la revista “Hildebrandt 13”. En él, Francke destaca los inmensos progresos que está realizando la economía china en diferentes sectores, incluidos los relacionados a las tecnologías verdes tan necesarias para abordar los desafíos del cambio climático y los diferentes indicadores que muestran que China se convertirá en los años que vienen en la primera economía mundial. Al caracterizar el modelo que está liderando este vertiginoso progreso económico, Francke señala que a pesar de que este país cuenta con un fuerte Estado regulador y está lejos del neoliberalismo simplón que impera en la región, no se trata de una economía socialista ni mucho menos comunista porque las desigualdades son enormes. Francke afirma que más bien es el modelo coreano o japonés, una suerte de capitalismo de Estado, lo que caracterizaría mejor al modelo adoptado por China para alcanzar su espectacular desarrollo.
Francke reconoce muy bien que las políticas que están dirigiendo el rápido crecimiento del coloso asiático no son un “neoliberalismo con peculiaridades chinas”, como nos quieren hacer creer los medios de comunicación hegemónicos. ¿Pero es realmente capitalismo lo que caracteriza el modelo económico chino?
Aunque existe un amplio debate sobre lo que es socialismo y nos podríamos perder en un bizantino debate sobre definiciones, podemos acordar que un país en que el Estado dirige y orienta el desarrollo económico, que además es propietario de los principales medios de producción y del sector financiero y que su crecimiento económico beneficia a los ciudadanos de menos ingresos, no es definitivamente lo que caracteriza un país capitalista.
En su informe al XIX Congreso del PCCh, el presidente Xi Jinping ha reiterado que el objetivo es culminar la construcción integral de una sociedad modestamente acomodada de un socialismo con peculiaridades chinas. Francke cuestiona esta caracterización por las marcadas desigualdades en la sociedad china. Analicemos pues, más en detalle, qué sucede con ellas en el desarrollo económico de China.
Un documento de trabajo realizado por el WID (Base de datos sobre la riqueza e ingresos a nivel mundial) dirigido por Piketty y titulado “Global inequality dynamics” (Dinámicas sobre la desigualdad global) da algunas luces sobre el tema. El estudio contrasta las informaciones sobre el crecimiento de las desigualdades entre China, Estados Unidos y Francia entre 1978-2015 y constata, efectivamente, que una de las dinámicas en la economía global ha sido el crecimiento vertiginoso de la diferencia en la distribución de la riqueza entre los sectores sociales. El documento señala además que China, de ser una sociedad muy igualitaria en los años 70, hoy ha alcanzado niveles de desigualdad social que la asemejan a la que existe en los Estados Unidos. No obstante, un análisis más detallado permite observar las diferencias. Según la información recabada, el ingreso personal ha crecido entre 1978-2015 un 811 por ciento en China, 59 por ciento en los Estados Unidos y 39 por ciento en Francia.
Sin embargo, los resultados han sido muy diversos cuando se analiza cómo se ha distribuido este enriquecimiento entre los diferentes sectores sociales. En China, el sector del 10 por ciento más elevado de la población ha visto crecer sus ingresos entre 1975—2015 de manera vertiginosa en un 1294 por ciento, pero el 50 por ciento más bajo de la población china ha visto al mismo tiempo ver crecer sus ingresos en un 401 por ciento. En cambio, en los Estados Unidos el top del 10 por ciento ha visto crecer sus ingresos en un 59 por ciento, mientras el 50 por ciento más bajo de la población ha visto sus ingresos disminuir en un 1 por ciento.
Como señalan los autores del estudio, el crecimiento de las desigualdades económicas en China aparece como más aceptable que el colapso producido en los ingresos del 50 por ciento de la población en los Estados Unidos.
Como se puede apreciar, el modelo chino ha realizado un gigantesco esfuerzo para sacar a millones de chinos de la pobreza, pero para ello ha utilizado métodos capitalistas con fines socialistas, que es lo que caracteriza su “socialismo con peculiaridades chinas”. El coeficiente de Gini, que sirve como un indicador de las desigualdades, alcanzó un pico de 0,49 en 2008-2009, pero desde esa fecha ha venido disminuyendo. El nuevo plan presentado por el presidente Xi Jinping plantea como uno de los objetivos la eliminación de la pobreza (56 millones de personas) hacia el 2020 así como avanzar en la disminución de las desigualdades, en la innovación tecnológica y en la protección del medio ambiente.
La sociedad China tiene todavía muchos desafíos internos y externos por delante para alcanzar a ser una sociedad socialista modestamente desarrollada. Debemos juzgar a la luz de los resultados si más allá de las palabras de un “socialismo con peculiaridades chinas”, son las grandes mayorías las que se están beneficiando del extraordinario rejuvenecimiento de este milenario país asiático.