Existen datos estructurales de la economía que se cumplen más allá de las políticas económicas de coyuntura. Por ejemplo, hasta que no se produzca una transformación profunda de la estructura productiva cuando el PIB crezca crecerán más rápido las importaciones que las exportaciones de bienes, lo que significa una tendencia a la restricción externa. El dato es archiconocido por todos quienes estudian la economía local, sean economistas o no. Luego están las formas de abordar este problema.
En consecuencia, frente a la previsión de moderado crecimiento que se tuvo ya con claridad hacía mediados de 2017 como resultado del aumento electoral del gasto –una suba del nivel de actividad que se arrastrará en los primeros meses de 2018, tanto por la comparación interanual como por el crecimiento efectivamente producido– rápidamente comenzó a preverse que el aumento del déficit comercial, pero también el del conjunto de la cuenta corriente, sería sensiblemente mayor al proyectado. Esta semana el Indec informó los datos del Balance de Pagos correspondientes al cuarto trimestre del año pasado que completó la información oficial para todo 2017, ya adelantada parcialmente por el ICA, el Intercambio Comercial Argentino.
Aunque los datos son relativamente conocidos y fueron analizados durante la semana vale la pena repasarlos brevemente todos juntos en tanto representan una buena síntesis del funcionamiento sistémico de la economía local. También porque en esta columna se considera que son los datos clave que sintetizan el modelo económico. No significa que las cuentas internacionales reemplacen a los agregados de las cuentas nacionales que componen el PIB, pero sí que de manera directa o indirecta las expresan.
Aquí se analiza solamente la Cuenta Corriente. El primer dato sistémico que surge del balance 2017, entonces, es que la economía importó muchos más bienes que los que exportó. Mientras las exportaciones permanecieron relativamente estancadas, crecieron el 0,9 por ciento, las importaciones treparon el 19,6. Esta diferencia se tradujo en un déficit por encima de los 5500 millones de dólares. No se trata de un número especialmente grave, representa menos del 1 por ciento del PIB, lo que importa aquí es la tendencia y los efectos estructurales. El gobierno sostiene que buena parte de este déficit se explica por la importación de bienes de capital necesarios para aumentar la producción y las exportaciones futuras. Al mismo tiempo es bastante más comprensivo en describir el detalle de que muchos de estos bienes de capital reemplazan a otros de producción local, como es el caso de material de transporte y maquinaria agrícola, sólo para poner dos ejemplos, a la vez que se importan muchos bienes de consumo final que nada aportan al desarrollo futuro y también destruyen producción local. Aquí el argumento es que estas compras al exterior sirven para estabilizar precios internos, una discusión superada y antigua y algo que no se visibiliza en los precios pagados por los consumidores, como es el caso de indumentaria y textiles, pero que tiene su expresión más absurda en la importación de alimentos.
El segundo dato sistémico es el déficit en el intercambio de servicios, que duplicó al de bienes y superó los 11.000 millones de dólares. Aquí el componente principal fue la importación de servicios turísticos, es decir los viajes de los residentes argentinos al exterior. La balanza de turismo y viajes sumó un rojo de 5500 millones de dólares, un número similar al total del déficit comercial. Otro aporte fue el déficit de transporte que sumó 3500 millones de dólares.
Finalmente la cuenta de rentas registró un desbalance de casi 16.000 millones de dólares, un reflejo directo de la remesa de utilidades de las empresas extranjeras por 7700 millones y de pago de intereses por el endeudamiento externo por 8300 millones.
Si se suman las tres cuentas se tiene el déficit total de la Cuenta Corriente, unos 31.000 millones de dólares, casi 5 puntos del PIB, el rojo máximo en lo que va del siglo y del que pueden obtenerse algunas conclusiones muy rápidas. Con prescindencia de sus efectos estructurales sobre los distintos sectores económicos, el rojo comercial no es ni remotamente el más relevante. El desbalance de bienes responde fundamentalmente a las importaciones de bienes de capital, con sus piezas y accesorios, y de bienes intermedios (los tres suman el 69 por ciento de las importaciones totales) en un contexto de exportaciones estancadas. Muchos más importante es el déficit de servicios, en el que se destacan los viajes al exterior, y todavía más el rojo de rentas, que se divide en remesas de utilidades y pago de intereses.
Sintetizando la síntesis, la economía local no exporta lo suficiente, gasta muchísimo en viajes por el mundo, remesa demasiadas utilidades de firmas extranjeras y paga crecientes intereses por su también creciente endeudamiento. Tal es su modelo de inserción internacional, una foto mucho más clara en términos de estructura de clases sociales asociadas que la que surge de mirar solamente el intercambio de bienes. La foto también representa una guía para las decisiones de política económica. Para muchos analistas, los desbalances se reforzarían por un presunto tipo de cambio sobrevaluado, un debate más amplio del que sólo se adelanta aquí que, efectivamente, un tipo de cambio “barato” alienta los viajes al exterior, aumenta la demanda de importaciones de bienes y engrosa el número de dólares de las remesas de utilidades. Al mismo tiempo también impulsa la demanda interna por el mayor poder adquisitivo medido en divisas y, con ello, el nivel de actividad. En tanto variable distributiva el nivel del tipo de cambio lleva en sí estas contradicciones.