Una mente maestra, El Profesor, y ocho peones, peritos en distintas especialidades delictivas, a quienes se conoce por sus alias geográficos: Tokio, Berlín, Nairobi, Moscú, Río, Denver, Helsinki y Oslo. Cada uno con su máscara de Salvador Dalí, ellos se meten a robar la Casa de Moneda, el edificio público madrileño donde se imprimen los euros. Y la premisa dispara el máximo impacto mundial que ha dado la televisión española en tiempos de plataformas online, el policial La casa de papel. Los nueve episodios de la primera temporada le bastaron a esta serie para convertirse en hit (su leit motiv, la tradicional canción antifascista italiana Bella Ciao, hoy hasta puede escucharse en los subtes porteños, en cocolicheras versiones de artistas callejeros). Y Netflix ya anunció para el próximo 6 de abril la llegada a su menú de la segunda y última temporada –ya estrenada en España, el año pasado– que constará de seis capítulos de poco más de una hora de duración. La casa de papel combina el mito del crimen perfecto, las alusiones futboleras y un ritmo de thriller que genera en el espectador lo mismo que, en la ficción, la banda busca deliberadamente causar en la opinión pública, la tendencia a simpatizar por los ladrones. Ellos aspiran a que las víctimas no sean personas reales, le están robando al sistema, por algo es que las máscaras de Dalí recuerdan la del icono hacker Anonymous. PáginaI12 entrevistó al realizador zaragozano Alex Rodrigo, quien dirigió cinco de los quince episodios de La casa de papel, entre ellos el capítulo final.
–Acaso con la excepción del personaje de Berlín, ninguno de los miembros de la banda parece un villano clásico, todos los atracadores parecen generar empatía. ¿Qué pasa con el bien y el mal en La casa de papel?
–En La casa de papel, los límites del bien y el mal están ahí para dinamitarlos. Es algo que partió del propio creador de la serie, Alex Pina, quien trabaja muy bien estos conceptos del cine contemporáneo. ¿Son malos los atracadores? No. Hablamos de un grupo de almas desahuciadas que, en un momento dado, se meten en esta locura de atraco para poder dejar atrás las miserias de sus vidas. ¿Son buenos? Tampoco. No están ahí por solidaridad ni altruismo. Si generan empatía es porque han sido más listos que nadie y están robándole dinero al mismo sistema capitalista que, durante la crisis española, dejaba a la gente sin casa y sin trabajo mientras regalaba liquidez a los grandes bancos. Están robándole a un monstruo... Y eso genera empatía. El caso de Berlín es distinto porque hablamos de una persona exenta de empatía. Pero ocurre algo muy loco: es el personaje favorito de muchísima gente. Eso es algo con lo que no contábamos, y es para mirar a nuestra sociedad y preguntarnos “¿Qué pasa aquí?”.
–La casa de papel tiene un elenco extenso: bandidos, policías, rehenes... ¿Cómo administrar tantos personajes sin que se borronee la historia central?
–El trabajo inicial viene del propio guión. Los guionistas eran muy conscientes de las piezas del rompecabezas que tenían, así que debían administrarlas de la forma más inteligente posible. Sabiendo la historia que hay que contar, cada personaje tiene sus subtramas y sus arcos dramáticos. Cada capítulo es capitaneado por dos o tres personajes, mientras los demás dan soporte a la trama principal (y hacen avanzar, a pequeña escala, sus tramas personales). Cuando nos centramos en la trama de Denver y Moscú, por ejemplo, es algo que afecta a personajes como Tokio y Nairobi. El hecho de estar encerrados y tener que compartir tanto hace muy orgánica la interacción entre personajes. Del mismo modo, los directores debíamos elegir en cada momento desde dónde contar la historia, cuál era nuestro punto de vista. En este sentido, Alison, una de las rehenes, era una pieza muy valiosa a nivel narrativo: cuando vives el atraco desde el punto de vista de un rehén, todo cambia. La elección del punto de vista ha sido un trabajo muy importante de los directores, porque son los cimientos de todo: encuadres, realización, dirección de actores, etc.
–¿Qué es “lo más español” que tiene la serie y qué es “lo más internacional”?
–Lo más internacional es sin duda la premisa: un grupo de atracadores que van a realizar el atraco del siglo, asaltando el lugar donde se fabrica el dinero. Y lo más español son los detalles con los que están construidos los personajes: Moscú era un minero sindicalista, Denver es lo que aquí llamamos “poligonero”, el joven pobre de una zona suburbana; Arturo es lo que aquí llamamos “cuñado” (el que de nada sabe y de todo se cree el más listo). O cómo a Raquel la ningunean en el trabajo por ser mujer. Todas esas características que arrastran las vidas de los protagonistas son muy españolas.
–¿Y cómo explica el éxito internacional de la serie?
–Para nada nos imaginábamos esto. Es cierto que, mientras rodábamos, teníamos la sensación de estar haciendo algo sin referentes en la ficción, algo único, pero eso puede ser sinónimo de éxito rotundo o de fracaso estrepitoso... Por suerte, ha sido lo primero. El impacto viene de la novedad, de la disolución del límite entre “buenos y malos”, del misterio que genera la mente del Profesor, de la ansiedad que produce convivir con un grupo de personajes que están encerrados jugándose la vida... En definitiva, de vivir una historia frenética en la que continuamente todo puede saltar por los aires.