El creciente saldo negativo de la suma del déficit comercial, del desequilibrio del rubro turismo y de otros servicios, de las ganancias enviadas por las multinacionales a las casas matrices y del pago de los intereses de la deuda externa es el talón de Aquiles de la economía argentina. El sendero de esos números que conforman la Cuenta Corriente de la Balanza de Pagos, que refleja el ahorro externo, o sea el endeudamiento neto de la economía con respecto al resto del mundo, ha encendido una luz de alerta. El Indec informó un déficit de la Cuenta Corriente del año pasado menor al estimado por consultoras de la city pero igualmente preocupante, al ubicarlo en cerca de 31.000 millones de dólares, equivalente a 4,8 por ciento del Producto Interno Bruto. Esta cifra que casi duplicó a la del año anterior es casi idéntica al 4,85 por ciento de 1998, de acuerdo a información del Banco Mundial. La proyección para este año, realizada por Carlos Melconian, el economista macrista rechazado por el jefe de Gabinete, Marcos Peña, aumenta ese desequilibrio hasta 6,5 por ciento del PIB, equivalente a unos 38.000 millones de dólares. Ese número sería el peor de la serie desde 1976, al superar el registro más negativo de 6,2 por ciento de 1980.

El aspecto principal para evaluar ese déficit en términos de la estabilidad de la economía es si puede ser financiado. En los dos años del macrismo no hubo dificultades para hacerlo, con una necesidad de financiamiento total de 44.975 millones de dólares, que formaron parte del festival de endeudamiento global de 82.828 millones de dólares, iniciando así el tercer gran ciclo del endeudamiento argentino, como identificó tempranamente el economista Jorge Gaggero. Mientras el mercado local e internacional continúe acercando recursos para cubrir ese bache no habrá una disrupción de la magia macrista. 

Puertas

El escenario novedoso que irrumpió desde mediados de enero es que las puertas del financiamiento externo se han cerrado, aunque no en forma permanente estiman financistas, sin quedar claro si se trata de una expresión de deseo o de una estrategia de distracción acerca de una situación preocupante. El ministro de la Deuda, Luis Caputo, fue con sus colaboradores más estrechos a Nueva York a principios de este mes para intentar la reapertura del mercado, y recibió como respuesta que lo quieren mucho pero que este año no intente emitir más deuda en esa plaza. La versión oficial disfrazó el fracaso diciendo que el gobierno decidió no colocar nuevos bonos en el exterior para no afectar las cotizaciones de los papeles ya emitidos. 

Grandes fondos de inversión y bancos internacionales apostaron a favor de la economía argentina en la primera mitad del mandato de Macri, obteniendo elevadas ganancias por la suba de precios de los bonos y por las comisiones cobradas en emisiones de deuda. Pero la debilidad creciente del sector externo, los números fiscales que no los convencen y un escenario financiero internacional más complicado provocaron una repentina prudencia. La última gran prueba de amor de Wall Street hacia la Argentina fue a principios de año cuando absorbió 9000 millones dólares de nuevos bonos. Esos recursos son insuficientes y faltan muchos más dólares para cubrir el bache cada vez más grande de las cuentas externas. 

Caputo se lanzó a esa tarea con una frenética campaña de emisión de deuda en el mercado local, al tiempo que empezó a negociar con un grupo de bancos europeos un crédito de 2000 millones de dólares con garantía de títulos de deuda. En esa transacción que se está demorando, adelantada por voceros oficiosos de Caputo a inicios de este mes, el HSBC, entidad que forma parte del grupo de pertenencia del macrismo, se comprometió a aportar 1000 millones. 

La defensa oficial a Caputo por sus offshores y operaciones con la deuda argentina, al estar él en los dos lados del mostrador, se explica por la tarea clave que cumple en conseguir el financiamiento necesario para mantener a flote a la economía macrista.

La restricción para conseguir dólares en el exterior no afecta solamente al gobierno nacional; las provincias y las grandes empresas también tienen cerrado en forma temporaria ese grifo. Esto implica una dificultad adicional para financiar el desequilibrio de la Cuenta Corriente de la Balanza de Pagos. Sin la posibilidad de conseguir dólares provenientes del exterior en forma de deuda, la provincia de Buenos Aires tomó la decisión de colocar títulos de corto plazo en pesos en la plaza local. Otras provincias van a hacer lo mismo. Empresas que tenían planificado abrir su capital, ampliarlo o vender acciones del grupo de control en el mercado internacional han postergado ese plan. El Citibank y el HSBC dejaron trascender que antes de fines de mayo terminarán con esa sequía en el exterior colocando bonos por unos 1000 millones de dólares. 

En estas emisiones o en el préstamo directo de bancos al Gobierno, la tasa de interés será probablemente más elevada que en operaciones anteriores. El aumento del costo del financiamiento traerá a la vez dudas acerca de la sustentabilidad de las cuentas públicas, exigiendo el mercado un mayor ajuste, lo que arrojaría a la economía a un círculo vicioso de deterioro y empeoramiento del sector externo.

 

Paciencia

Con el dato del déficit de Cuenta Corriente del año pasado y el estimado para éste se encendió la alarma acerca de la sustentabilidad del sector externo. Quienes son impacientes con un proceso económico regresivo en términos sociolaboral proyectan entonces una crisis de proporciones, en base a experiencias anteriores: 1981-1982 el estallido de la tablita; 1989-1990 la hiperinflación y 2001-2002 el colapso de la convertibilidad. Si bien esa posibilidad no se puede descartar, un reciente estudio relativiza esa traumática eventualidad. 

Eric Ritondale, economista jefe de la consultora Econviews, escribió en El Cronista un análisis de los saldos de Cuenta Corriente de todos los países desde 1980. Detectó que los déficits iguales o mayores al 5 por ciento del PIB son el 17 por ciento de los casos estudiados, que se eleva al 33 por ciento si se incluyen las economías más pequeñas, llegando entonces a la primera conclusión: los déficit mayores al 5 por ciento del PIB no son inusuales. 

Cuánto tiempo puede durar un desequilibrio elevado y cuál fue el desenlace son dos cuestiones evaluadas por Ritondale. Desde 1980 hubo 46 episodios de déficits elevados en 35 países (algunos tuvieron dos) que duraron cuatro años o más, siendo la mayoría países de ingresos medios. El 76 por ciento de esas economías achicaron la brecha externa con  crecimiento del Producto, y el 24 restante la resolvieron con una crisis. Los países que padecieron un descalabro económico y social reunieron rasgos comunes: tenían un tipo de cambio fijo o semi-fijo entre bandas y recibieron en forma plena un shock externo, como la crisis financiera de 2008 o la crisis asiática de 1997, que actuó de detonador del estallido. 

En esta instancia, Ritondale pregunta si esto significa que si la actual situación de déficit de Cuenta Corriente de la economía argentina terminará siendo una “buena” experiencia (salida con crecimiento del PIB), sobre todo si no hay ningún shock externo, o una “mala” (resuelta con una megadevaluación). Se responde: “No lo sabemos, aunque es bueno contar con un tipo de cambio flexible como amortiguador para facilitar el proceso de ajuste externo, mitigando riesgos mientras la economía sigue creciendo”. Advierte que la vulnerabilidad de la economía argentina es elevada porque, por ahora, no puede financiar todo el déficit fiscal en el mercado doméstico y en moneda local, y tampoco atiende el déficit externo con inversión extranjera directa, como lo hace, por ejemplo, Colombia hace 20 años. Después ofrece el tradicional recetario ortodoxo para abordar esas debilidades, pero la parte más interesante del estudio es el análisis agregado de países con déficit de Cuenta Corriente, su duración y forma de resolución.

Dólares

A este análisis global le falta incorporar un aspecto que se destaca en forma negativa en la economía argentina en relación a la mayoría de otras con déficit externos elevados: la intensidad de la fuga de capitales. La evaluación tradicional acerca de la balanza comercial, el giro de utilidades de multinacionales, el saldo de la cuenta servicios (turismo y otros), la carga por el  pago de intereses de la deuda y la necesidad de financiamiento vía deuda e inversión extranjera directa (productiva y especulativa) es insuficiente. Es necesario incorporar la permanente dolarización de gran parte del ahorro doméstico, sumando de ese modo una dificultad adicional a un contexto internacional ahora más complicado por la suba de la tasa de interés, que hace aún más vulnerable a la economía argentina. 

La compra para atesoramiento fue de 2576 millones de dólares en los dos primeros meses de este año. La demanda de dólares para turismo alcanzó los 2038 millones de dólares en igual periodo. Ambos rubros del balance cambiario sumaron 4614 millones de dólares en el primer bimestre, tendencia que es creciente y apunta a superar los máximos del año anterior, que anotaron los mismos niveles que los peores de fuga de los gobiernos kirchneristas.

El salvavidas inmediato de la economía argentina con déficit de Cuenta Corriente de 5 por ciento del PIB es el financiamiento externo. Este fue utilizado en forma irresponsable por el gobierno para atender el déficit fiscal cuando lo podía haber hecho con deuda emitida en la plaza local. Las dificultades que se han presentado ahora para seguir seduciendo a los fondos internacionales para que compren nueva deuda es un escenario no tan apacible para el macrismo. El FMI se presenta como prestamista de último recurso si el panorama se sigue oscureciendo.

La demanda de esos inversores para continuar con el grifo abierto o del Fondo será la de un mayor ajuste, vía reducción del gasto público o una devaluación más acelerada. Estas dos opciones tienen importantes costos sociales y económicos que plantean restricciones políticas al oficialismo con vistas a las elecciones del próximo año. Con la puerta del financiamiento externo cerrada, ese dilema a resolver de la Alianza Cambiemos para no desplomarse por el talón de Aquiles no es sencillo.   

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