“El espectáculo en vivo está en crisis”, dice en cuanta entrevista concede el director de ópera y ex cantante lírico Marcelo Lombardero. Y aunque podría parecer que el también ex director del Teatro Colón habla específicamente de un universo acotado, sus dichos trascienden la ópera y valen para toda la cultura. Según los datos disponibles en el Sistema de Información Cultural de la Argentina --bajo el ala del Ministerio de Cultura--, en los últimos años bajó ininterrumpidamente el consumo de entradas de cine, teatro y música en vivo, y la venta de discos y publicaciones. El único rubro que salvó las papas y apuntó alto fue el de los contenidos digitales.
El modelo del streaming es actualmente el más rentable y se replica en contenidos audiovisuales, con Netflix a la cabeza. Según una proyección de la consultora PwC para el período 2017-2021, el sector medios y entretenimiento --sin contar el teatro-- crecerá en consumo y publicidad más que el PBI en Argentina, donde la cultura es una fracción de la economía que no es central, aunque hace 15 años que aporta un 2 por ciento al producto global del país. En esa tendencia, los puntales serán precisamente los servicios on demand.
Netflix es el puntal global en contenidos por suscripción, muy por encima de Amazon TV, Time Warner y otros, y tiene un uso aceitado de la estadística y los datos de sus usuarios, que son unos 120 millones en el mundo según su último reporte a accionistas. Consultados por el NO, sus representantes explicaron que no brindan datos discriminados sobre suscriptores, pero destacaron a un argentino que vio casi 300 veces Buscando a Nemo en 2017 y precisaron que el nuestro es el séptimo país en su ranking de consumo diario.
Y aunque a principios de mes se decretó que las plataformas de streaming cobren IVA en el país, por lo que los abonos, que valían entre 100 y 200 pesos, tendrán un aumento del 21 por ciento, si se tiene en cuenta lo que valen un paquete básico de cable (670 pesos) o una entrada al teatro (300 en adelante) o al cine (200, en promedio), no parece que vaya a afectar a su mercado.
En el teatro, señalan en el circuito off y también en el comercial, se había perdido un 30 por ciento de espectadores en 2016 pero se recuperó un poco en 2017, apuntalado por algunas mega producciones comerciales. En líneas generales, el panorama no es tan alentador: cayeron subsidios y aumentaron los costos, y sólo las grandes obras anduvieron. En la producción musical también son los grandes festivales los que sostienen la industria: abarcan poco más del 50 por ciento de los ingresos. Pero los espectáculos en vivo ya no son lo que eran, dicen los propios artistas.
Para salir hay que salir
La forma de llamar al público es generando algo diferente. En ese plano, hay renovaciones en cada rubro. El punto de encuentro fuera de casa sigue siendo un rito tribal, una celebración. Mariano Tenconi Blanco, uno de los más destacados dramaturgos y directores de una generación joven y prolífica, señala que “las nuevas plataformas no reemplazan al espectáculo en vivo porque nada es comparable a estar en el momento exacto viviendo eso que sucede solamente ahí y luego desaparece”. No ve una crisis. Su última obra, Todo tendría sentido si no existiera la muerte, se destaca por sus modos narrativos, recortados en escenas cortas y remates constantes, que se asemejan a pequeños episodios.
Por su parte, Lucas Lagré, actor y director que lleva varias obras en el circuito de Microteatro --una experiencia nacida en España en 2015 y traída en 2017, con obras de 15 minutos en pequeños ambientes-- entiende el tiempo como un factor limitante: “Ya no se puede sostener una obra de tres horas, a no ser que realmente lo valga”. Una de las responsables de Microteatro, que apunta a seducir a un público no acostumbrado al teatro, es Julieta Novarro: “Hay un cambio de paradigma, una necesidad del espectador de tener el poder, decidir sobre cuánto tiempo, cómo, de qué manera”.
La obra de Tenconi dura precisamente tres horas. “Tenía que ser larga porque me interesaba que fuera una experiencia, y el espectador debía compartir ese tiempo con la ficción para que lo atraviese de otra manera. No tuvimos miedo a las demandas de inmediatez o reducción que parecerían primar hoy. El trabajo sobre la percepción del tiempo es una de las herramientas más maravillosas del teatro”. Una de las protagonistas de la pieza, Maruja Bustamante, dice que el teatro “tiene que ser creativo y movilizante” y destaca que “sigue siendo un lugar de encuentro”.
De hecho, Lombardero aboga por un espectáculo que dialogue con la sociedad, con su coyuntura, con sus necesidades y problemáticas, y Tenconi dice que aunque no sabe si a priori tuvo vocación de que el espectáculo fuese empático --como dice Bustamante que lo es--, entiende que “la obra trata temas enormemente convocantes, como el sexo y la muerte, y lo hace de un modo que genera cercanía. Con una actuación intensa, con permisos y cierta desmesura, y de algún modo muy argentina, lo que genera mucha atracción”.
Desde la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales (AADET), enfocada en el teatro comercial, explican que el problema no es Netflix, aunque ven allí una competencia indirecta y los preocupa la generación de nuevos públicos: lograr que los jóvenes vayan al teatro y forjen esa costumbre tan arraigada en el argentino. Desde el circuito independiente, el director y dramaturgo Sebastián Kirszner --que además tiene su propia sala, La Pausa Teatral-- señala que “abundan propuestas pero pocas capturan a un público ‘genuino’” que no sea de familiares, amigos y compañeros de teatro. Y eso se agrava por la crisis económica. Él, explica, intenta pensar quiénes son los interlocutores de la obra: “¿Hay un público para éste relato, para éste tipo de obra?”. Y hacia adelante espeta: “Cuando esos niños que nacieron con toda esta tecnología se hagan adultos, ¿irán al teatro?”.