El abordaje jurídico de los delitos sexuales como crímenes específicos de lesa humanidad, da cuenta de la importancia de incorporar la perspectiva de género a la hora de escuchar, registrar y contemplar los testimonios de las mujeres detenidas y torturadas durante la última dictadura cívico militar. Así lo sostiene una investigación* realizada en 2015 para la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, que efectuó un análisis crítico de los discursos registrados en 93 sentencias dictadas entre 2006 y marzo de 2014, en los que se evidencia una disputa en la propia nominación de los delitos sexuales: mientras el sistema judicial los ubica como una práctica de tormento en general, los testimonios lo hacen como un crimen en particular, atravesado por el género.
De los 93 fallos analizados hasta el 2014, se registran 68 testimonios en los que se declara haber sufrido algún tipo de delito sexual, pero sólo en 7 juicios se obtienen penas por violaciones sexuales o abusos, es decir como delitos autónomos; aún considerándose a la desnudez forzada como uno de ellos. Sin embargo en diciembre de 2016, la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad del Ministerio Público Fiscal de la Nación, publicó un informe en el que señala que hasta esa fecha se registran 18 sentencias que han conducido a la condena de 78 imputados por crímenes de violencia sexual. Es decir que, en los últimos dos años de juicios, se les ha dado sentencia como delitos autónomos a más del doble de casos que en los ocho años anteriores.
Es evidente que toda legislación, entendida como discurso que condensa un entramado de poder, garantiza la reproducción de un sistema y resiste el avance de las nuevas representaciones sociales, fundamentalmente las que lo cuestionan. El ejemplo más resonante es el de la figura de “femicidio” que siendo uno de los más antiguos crímenes de la humanidad, alcanza en nuestro país un estatus legal hace tan solo seis años. Es que la batalla por el lenguaje merece especial atención cuando a la retórica judicial se refiere. La antropóloga Rita Segato pone el acento justo a la incidencia que las leyes tienen en hacer “audible” las experiencias deseables o no deseables por la sociedad y ese ordenamiento de conceptos y nombre, nos permite a lxs ciudadanxs darnos una idea de que lo que estamos viviendo está bien o está mal. Y de allí, celebrarlo o condenarlo.
Mirar con perspectiva de género nuestros propios relatos también es una invitación a la reconsideración de nuestras prácticas individuales y colectivas. Por eso, desde el feminismo decimos que lo personal es político. En el testimonio de las víctimas subyacen nuevas conceptualizaciones que resignifican lo que incluso habían vivido hace muchísimos años, bajo otra nominación. Y en el marco de un avasallamiento generalizado de derechos esta identificación es muy impactante, es síntoma tal vez de que el movimiento está transformando hasta el pasado.
El acoso y la violencia sexual dejan una camino de huellas en el que numerosos micromachismos legitimaron ese abuso que siempre es de poder. Como dice Segato, lo que necesita el patriarcado es demostrar en qué lugar está cada quién en la sociedad y velar por la reproducción de una estructura de poder y del orden imperante.
Cada año que pasa los movimientos de derechos humanos y feministas nos empujan a transformar el registro que tenemos de esas desigualdades y construir nuevos sentidos para lo que queremos vivir mañana. Por eso, en el marco de un nuevo aniversario del Golpe genocida, el feminismo también nos permite echar luz a escenas de nuestra historia y resignificar toda una narrativa que emerge para seguir tensionando nuestra mirada sobre el presente y construir para siempre un futuro en el que podamos ser libres y felices.
* Autora de Las cosas por su nombre. Delitos sexuales en el marco de la última dictadura cívico-militar en Argentina. Un análisis desde la comunicación y la cultura (2015). Integrante del Observatorio de Género y Políticas Públicas.
** Socióloga. Coordinadora del Observatorio de Géneros y Políticas Públicas.