El viernes por la tarde, cuando volvió del colegio, mi hija, de 12 años, vio mi cartera con un pañuelo verde de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito anudado y me preguntó si tenía otro, porque quería colgar uno en su dormitorio. “Sí, claro”, le dije y le busqué otro, mientras disimulaba la emoción por el pedido. No era la primera vez que me veía con el pañuelo, claro. Pero algo la movilizó para querer tener uno, ella también, entre sus cosas valiosas, en ese mundo tan personal que es el “cuarto propio”.

 Al día siguiente, ya estaba ahí, enganchado en su repisa, entre peluches, juegos, y mandalas. Conté la anécdota en Facebook y fueron varias las “amigas” que me contaron historias parecidas de sus hijas, nietas o sobrinas, sub 15. ¿Qué está moviendo a esas niñas, algunas con un pie casi en la adolescencia, otras todavía en la infancia, a sentir que ese pedazo de tela verde es parte de sus tesoros, de sus propias banderas?

El impacto de las movilizaciones de mujeres, lesbianas, travestis y trans es impensado, imparable. Veíamos a Beatriz Ramírez, esa abuela, de 84 años, enfermera jubilada, lagrimear desde un balcón, durante la marcha del 8M que avanzaba por la Ciudad de Buenos Aires y alzaba sus brazos y alentaba a la marea feminista que cantaba y pasaba frente a su casa. La discusión por la legalización del aborto no solo se disputa en las calles: también entró a las casas. Mis hijos me preguntaron por qué estoy a favor, me pidieron fundamentos, me interpelaron con sus dudas. Lo mismo está sucediendo en otras casas.

Me contaba una amiga economista que llevó a su hija de 9 años a la marcha del 8M, y cuando volvían en el colectivo la niña quiso saber por qué había tantos pañuelos verdes.

 –Le expliqué que eran para pedir por el aborto legal, seguro y gratuito y fuimos hablando sobre qué era cada cosa. Me preguntó si los embarazos venían así porque sí, sin que la mujer quisiera o si podían elegir. Todavía no hablamos con ella de sexo y  yo le estaba explicando que el aborto se lo hacían las mujeres que estaban embarazadas y por alguna razón no querían tener un hijo… --me contó mi amiga.

 Su hija le preguntó entonces si algunos podían obligar a alguien a hacer algo que la mujer no quiere y si eso sucedía, por qué no los metían presos. También le preguntó si dolían los abortos y por qué no podían las mujeres que querían abortar “pedir plata prestada para ir a hacerse uno a lugares limpios y con un doctor que supiera hacerlo y no a lugares feos”. Además, le preguntó por qué no los hacían “en los hospitales donde no se paga y listo”. Y quiso saber por qué una mujer no podía hacerse un aborto “si era su cuerpo”.

 Las preguntas de las niñas y los niños muchas veces nos sacuden por lo simples. Ellas y ellos ven con claridad lo obvio, lo que tal vez otros, nosotros, no llegamos a percibir con esa lucidez que nos deja sin palabras. La hija de mi amiga preguntó lo que había que preguntar: las respuestas no le cerraban. Mi hija se dio cuenta de que ese trapo verde, que no solo reclama por la interrupción legal de embarazo sino que también habla de la libertad, es más que un pañuelo, y que tenía que estar ahí, en su intimidad.

   La ola feminista sigue salpicando, empapando conciencias. Y no se detiene.