Hay viajeros de lugares y viajeros de personas. Bernardo Conde Narváez pertenece al segundo grupo. Sus compañeros de camino y sus anfitriones son los protagonistas de su obra como cronista de viajes. Este año trae un nuevo libro bajo el brazo, que lleva el hermoso título de Hay que ser fuerte para estar vivo al atardecer y un dibujo de tapa que retrata al autor con el atuendo de morral en bandolera, anteojos oscuros, sombrero y alpargatas. Una mujer afro posa a su lado y los dos fuman habanos, porque de eso se trata: de un viaje a Cuba y del recorrido por La Habana.

Conde Narváez no es el viajero romántico que contempla, sino el viajero curioso que pregunta. No se demora en describir atmósferas: "Cuando en La Habana llueve, llueve", afirma lacónico. Preguntando se entera de que el gángster Al Capone estuvo antes que él (mucho antes) en la habitación 606, la misma que ocupa en el hotel. Caminando llega a un callejón increíble, el Callejón de Hamel, donde anota los versos de un poeta Cachilo cubano. Viajar solo parece deprimirlo, empujarlo a una empatía dolorosa con las víctimas de las injusticias sociales del lugar.

Hay que ser fuerte para estar vivo al atardecer es ante todo un centón, o una obra de pasajes: un libro donde el autor más que un escritor es un editor, alguien que corta y pega recortes de textos de otros autores, pero consignando rigurosamente cada autoría. Este método viene ganando terreno en sus libros, donde parece confiar cada vez menos en su propia escritura y cada vez más en su rol de compilador de información relevante sobre los sitios que visita; en su afán de objetividad, el turista cede la palabra al guía del museo. No sólo eso; el viajero solitario, mientras espera que pare la lluvia tropical, se encierra con los libros de poesía que lleva para leer en el viaje y los lee: copia poemas, el hotel se convierte en biblioteca.

¿Qué pensar de semejante triunfo del patchwork? ¿El libro no ya como obra de un autor sino como álbum de recortes, carpeta, colección? ¿El libro como plasmación impresa y analógica de un modo contemporáneo de relacionarnos con la realidad que implica navegar buscando datos en el dispositivo móvil sin cesar? ¿Ofrecer una recopilación en papel de información histórica bien elegida como alternativa al "googlealo"? ¿O el libro como inventario, forma de consignar cada nombre y cada fecha; un asistente del relato oral, la enciclopedia de un saber sin autor?