Desde los ya lejanos tiempos de White Stripes, está claro que Jack White aporta al gremio de los distintos. En aquella época fue el entonces novedoso planteo de ocupar el escenario solo con guitarra y batería; después llegarían sus experimentos con The Dead Weather y The Raconteurs, la solidez de sus discos solistas Blunderbuss y Lazaretto y la revalorización del formato vinílico a través del sello Third Man Records. En un mainstream bien etiquetado por fórmulas y sistemas, el multiinstrumentista nunca tuvo empacho en patear tableros y encontrar las vías para hacer convivir la modernidad con el sonido de Nashville, New Orleans o, a la hora de afilar el aire, el rock más garagero de su Detroit natal. Por eso, a cuatro años del extraordinario Lazaretto, la aparición de Boarding House Reach no podía sino llamar a apagar todo otro sonido y prestarle atención. Los distintos producen eso: sacan algo nuevo y hay que escucharlo.
Y sin embargo, el tercer solista de John Anthony Gillis deja un sabor agridulce, la confirmación de que incluso los diferentes a veces eligen mal el camino. Momentos que llevan a la pregunta de “¿era necesario esto?”, a la sensación de que aun los mejores productores pueden necesitar una segunda voz que pelotee sus ideas. No es que Boarding House Reach sea un álbum fallido; es que algunos pasajes son derivas sin rumbo, ejercicios de autocomplacencia que poco tienen que ver con lo mejor de Jack. Termina siendo preferible la formulaica “Over and over and over”, que bien podría ser un tema de los White Stripes (de hecho pertenece a esa era), al forzado y desmadejado rap de “Ice Station Zebra”. Combinaciones como las de “Abulia and Akrasia” e “Hypermisophoniac”, o “Get In The Mind Shaft”, llevan a pensar en los collages de Beastie Boys, pero sin su maestría para manejar los climas. “Everything You’ve Ever Learned” parece ir hacia algún lado, pero cuando desemboca en el ataque de batería con sintetizadores tiene gusto a poco. Hay algo que no funciona allí, y llama la atención precisamente porque el oyente está acostumbrado a que Jack White haga funcionar hasta lo que parece irremediablemente roto.
Por suerte, hay más en el disco cuya portada presenta a un White androginizado a la Bowie o Lou Reed de los ‘70. Cuando Jack se acuerda de las canciones, BHR alcanza sus mejores picos; de hecho, la apertura con el soberbio “Connected by Love” produce un entusiasmo que hace más dudoso lo que viene después. “Corporation”, con ese mix entre la guitarra furiosamente distorsionada y el sonido de clavinet, lleva a lo mejor de sus discos anteriores; “What’s Done Is Done” pone en juego un recurso conocido, el jugoso intercambio con una voz femenina (en este caso, Esther Rose), pero al darle el protagonismo a la canción antes que al regodeo con el “arreglo loco”, el resultado es mucho más satisfactorio. Y donde el deseo de experimentar mejor funciona es en “Respect Commander”, con sus cambios de marcha, el comienzo frenético con sonidos a la Art of Noise y su segunda parte de furibundo carnaval eléctrico. Allí reaparece el Jack White que utiliza el estudio no como parque de juegos sin ton ni son, sino como herramienta para la creación de un sonido personal, inconfundible y, sí, valioso.
A medida que el tiempo pase y se imponga la perspectiva, probablemente Boarding House Reach adopte el lugar que tuvo Neither Fish Nor Flesh para Terence Trent D’Arby, el Black Album para Prince o el Metal Machine Music para Lou: discos en los que el personaje se comió un poco al creador, pero al cabo no alcanzaron para desmentir su talento. A Jack White también se le bancan los deslices. Es lo que se hace con los distintos.