Ya está. Se acabó Lollapalooza 2018, y de qué manera: con un fiestón amenizado por Anderson .Paak, la revelación no sólo de esta edición del festival sino también de la música urbana actual. O al menos es la más sonriente, física y caleidoscópica, sin lugar a dudas. De eso dejó constancia el lunes en la noche en un Vorterix tan agotado como efervescente, en lo que fue el último sideshow del evento. Si una semana antes en el Gran Rex, en otro de los recitales paralelos del encuentro musical creado por Perry Farrell, David Byrne había demostrado que no todo estaba escrito en la cultura pop a través de un espectáculo performático que rankea como lo mejor de 2018, el artista californiano patentó la nueva manera de entender el hip hop en esta época. A tal punto, que rotularlo dentro de la “doble hache” limita su campo de acción. Porque el afrocoreano acude al rap con la misma solvencia y naturalidad con la que ahonda en algunos de sus primos hermanos: el soul, el R&B, el trap y el house.
Lo de .Paak es un recorrido por el heraldo sonoro afroestadounidense del último medio siglo. O más bien por la historia del ritmo. Y es que él la sintetiza frente al micrófono, detrás de la batería, en el arengue y hasta en la forma de contonearse. A pesar de que la música urbana (etiqueta que engloba a los diferentes estilos de la música negra contemporánea) carece de una tradición con raigambre en la Argentina, en los últimos tiempos, sobre todo gracias al desembarco del Lollapalooza en el país, tuvo una mayor exposición. De otra forma, hubiera sido difícil poder ver en un escenario local a Eminem o a Pharrell Wiliams en su momento más “Happy”. Sin embargo, esta edición del evento, amén de la suspensión de su tercera fecha, será recordada por la artillería de artistas del género que condensó. Aunada por la coetaneidad de sus artífices, al igual que por su pretensión al momento de abordar sus propuestas: con frescura, pluralidad y complacencia, a diferencia de la bajada de línea intolerante y arrabalera de sus predecesores de los ‘90.
Chance The Rapper apeló a la sensibilidad espiritual, capaz de piantar un lagrimón, Wiz Khalifa se plantó en el histrionismo, Khaled sacó a relucir su vena femenina y Mac Miller hizo hincapié en la petulancia, (aunque sin caer en lo escatológico ni proyectar el black power en su blanca tez). No obstante, lo de Anderson .Paak trasciende la sorpresa, por más que el puto amo de la música urbana en este momento sea Kendrick Lamar. Y es que .Paak es tan millennial como su progenie y su música desborda 2.0, aunque con onda, fundamento e interactividad. Si bien su actuación en la primera fecha del Lollapalooza generó asombro y descontrol, el sideshow del estadounidense se advertía como uno de los acontecimientos de este año. Se lo esperaba desde hacía tiempo, especialmente después de la aparición de su segundo álbum de estudio, el celebrado Malibu (2016). Apenas se pusieron a la venta las entradas, no sólo se agotaron sino que el predio cambió de Niceto a Vorterix, con una capacidad un poco mayor.
Una vez que acabó el potente recital del acto de apertura, Nathy Peluso, rapera argentina establecida en Madrid que se tornó en una de las sensaciones de la música urbana en español, y del respectivo cantito contra el presidente Macri, .Paak, junto los Free Nationals –la banda que lo acompaña y a la que denomina “la mejor del mundo”–, subió con todo al escenario. Tras estrenar el repertorio con “Come Down”, funk rapeado con aires a James Brown, al que secundó con “The Next Episode”, cover de su admirado Dr. Dre, el músico de 32 años entró rápidamente en modo R&B con “The Waters”. Y siguió bajando un cambio, aunque dentro de un tono más alucinado, en “Glowed Up”, tema de su amigo y colega Kaytranada, para el que prestó su voz, mashupeado con “Ignition”, del legendario R. Kelly. Ya en “The Season/ Carry Me”, el de Oxnard entrevió que es un cantante de soul atrapado en el cuerpo de un rapero. Seduce, se enerva, se apasiona, y para drenar semejante emoción encontrada se sube a la batería y termina por rockearla.
Ahí, detrás de los tambores, se mantuvo para tocar otro soul, esta vez iluminado por Sam Cooke: “Put Me Thru”. Fue Prince en clave de R&B en el exquisito “Heart Don’t Stand a Chance”, y en el potpurrí de “Get Bigger” y “Dang” invocó a su proyecto NxWorries (junto al productor Knxwledge) y su colaboración (más bossanoveada) con Mac Miller. Después de volver al micrófono, sin perder esa sonrisa hechicera y pícara, .Paak sacó a relucir el potencial de los Free Nationals, conformado por un violero groovero, un bajista envolvente, un DJ preciso y un tecladista que evocaba a Barry White con rastas. Y para eso sacó de la manga una riada de temas R&B, que comenzó con “Til It’s Over” y concluyó con “Suede”. Se fueron y volvieron al toque. Claro: faltaba su costado dance, corolario de la fiesta. Su hitazo “Am I Wrong” dio pie a “Lite Weight” (ambos incluidos en Malibu), momento cumbre en el que primó el pogo y hasta piletazo del artista. Lo que cerró “Louh You”. Con la gente prendida fuego, hubo una más, “The Dreamer”, y la vuelta al inicio de todo: el rap.