Las calles de Tijuana –esa ciudad caótica, extrema y violenta– han sido la mejor escuela para el narrador fronterizo Daniel Salinas Basave, ganador por unanimidad de la segunda edición del Premio Literario Fundación El Libro (FEL), dotado de 375.000 pesos, con los cuentos Juglares del Bordo, nueve relatos que giran en torno de un diario imaginario de Tijuana que agoniza como muchos medios gráficos del mundo. El escritor y cronista mexicano agradece “la apertura de criterio” del jurado –integrado por Ana María Shua, Mempo Giardinelli, Eduardo Lalo y Carlos Gamerro– que ha elegido un libro con tantas “expresiones fronterizas” que no entenderían en la ciudad de México. “Yo no pertenezco al mainstream literario, voy muy poco a la Ciudad de México y no tengo nada que ver con el medio literario mexicano comercial”, dice Salinas Basave, que el año pasado fue finalista del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez con Días de whisky malo.
El diario imaginario El Bordo está en otros trabajos de ficción del escritor mexicano: en la novela Vientos de Santa Ana (2016), basada en un hecho real, el asesinato de un periodista en Tijuana en 1988, Héctor “el Gato” Félix, y en Dispárenme como a Blancornelas (2016), seis cuentos sobre reporteros fronterizos. “Una constante en mis trabajos de ficción han sido los reporteros de la frontera. Siempre escribo desde el punto de vista del reportero de la calle, del reportero soldado, del reportero que se soba el lomo, del reportero que sufre. Juglares del Bordo es un poco diferente porque, si bien está presente el periodismo, los personajes principales son más personajes de la calle tijuanense. Hay un cuento sobre una chica que despacha en una gasolinera; un cuento sobre una tragedia real que se produce en un cerro de Mexicali, el Cerro del Centinela, cuando por buscar a una excursionista que murió acabaron falleciendo cuatro rescatistas en un helicóptero; hay un cuento sobre el boom y el fraude inmobiliario; otro cuento fronterizo sobre esas relaciones binacionales de familias partidas por el muro: un hermano nace en Estados Unidos y otro hermano nace en México. Son nueve cuentos enmarcados en la frontera, en donde si bien es cierto que está presente el periodismo no en todos los cuentos el personaje principal es un reportero. Aunque en todos hay un guiño al periodismo”, cuenta Salinas Basave a PáginaI12.
“Juglar del Bordo”, el noveno cuento del libro, está basado en un personaje real, un voceador, como lo llaman en México, “un vendedor de periódicos que trabaja al final de la avenida Internacional en Tijuana, una avenida que corre paralela al muro fronterizo”, precisa el ganador del Premio FEL. “El voceador, que es bastante viejito, tiene una grandísima colección de sombreros, se pinta la cara y usa una nariz de payaso. Tiene sombreros juglares, sombreros con cascabeles, tiene unos sombreros espectaculares y él sale a vender sus periódicos. Me aterra cómo el réquiem de la letra impresa está masacrando a miles de familias”, advierte el escritor mexicano. “A menudo pensamos en los reporteros que se quedan sin trabajo. Pero los reporteros nos las ingeniamos y ahí estamos igual en páginas de Internet haciendo otras cosas. Yo no sé qué va a pasar con los voceadores cuando mueran los medios impresos, como están muriendo en Tijuana y en muchas partes del mundo. ‘Juglar del Bordo’ trata sobre el último ejemplar del periódico; es el último día de trabajo de este voceador, que sale a trabajar como siempre a la avenida Internacional. El cuento se cierra cuando El Bordo muere”.
Salinas Basave (Monterrey, Nuevo León, 1974) trabajó en El Norte de Monterrey y fue miembro de la generación fundadora del diario Frontera, en Tijuana, donde se de- sempeñó como reportero de investigación y asuntos políticos durante diez años. “Vivo en una ciudad violenta: sólo el año pasado hubo 1744 ejecuciones en el municipio de Tijuana, es decir un promedio de cinco asesinatos por día. Es una ciudad que por su posición geográfica, por lo que representa como puerta de entrada al mercado californiano, está condenada a ser ruta de paso de todo negocio ilícito, no solamente el narcotráfico, sino el tráfico de personas, el tráfico de armas, tráfico de órganos, tráfico de lo que se quiera imaginar. Es una ciudad caótica, extrema, intensa, pero a la vez es una ciudad muy noble, una ciudad que para mí es como una madre o como una amante pasional. Tijuana ha sido muy noble conmigo y con millones de personas. Y no me gusta estereotiparla. A menudo a los narradores de la frontera nos estereotipan y dicen que hacemos narcoliteratura. Yo no creo hacer narcoliteratura, yo nunca he hecho un cuento o una ficción en donde el personaje principal sea un capo del narcotráfico o siquiera un policía”, aclara el escritor. “Mis personajes son casi siempre reporteros o son personajes que viven alrededor de la violencia: empleados del servicio médico forense, socorristas, familiares, víctimas... Nunca he caído en la moda de glorificar la vida de los capos del narco por sus extravagancias. Eso me parecería banal y creo que no hace falta otro narcolibro en México”.
–¿Cómo aparece la violencia en el libro?
–La violencia está presente porque está presente en la vida de todos nosotros. Todos los que vivimos en Tijuana tenemos que convivir con la violencia; pero la trato con muchísimo humor negro, con un humor muy socarrón, muy ácido. Al final, lo único que nos queda es la risa de la muerte, la risa de imaginar un servicio forense donde los cadáveres ya no caben y están apilados como en una lata de sardinas. O imaginar un reportero que juega a la clarividencia y escribe notas futuristas sobre las ejecuciones que ocurrirán ese día. Trato de reírme de una manera muy sarcástica de esta situación que vivo todos los días. He visto muchos cadáveres a lo largo de mi vida. Lo que yo escribo no tiene nada que ver con la narcoliteratura: son historias de la calle, son historias de la frontera, son historias de personajes de la esquina, que viven la violencia de rebote porque la lumbre quema a todos.