Fueron 30 años de vida, 30 años de convivencia con aquella ciudad que le daba las espaldas al río, la ciudad que votó a Carballo, a Bercovich, a Ruggieri, a Usandizaga, la que recuerda la fila de colectivos en Avellaneda y 9 de Julio para ir a Ezeiza a recibir a Perón, la de la melena acampanada de Bóveda, la del peinado prolijo de Capurro, la del Chango Gramajo promocionando la gaseosa Nora, la ciudad que se pudo sacar la foto con la nieve aquel julio del '73, la ciudad de los interventores, la de Evaristo, la de la Cafetera de Mori, la del Expreso de la Noche.

En la actualidad, solo queda como testigo una revolución de letras en la esquina de San Juan y Entre Ríos que dicen: Robelito, exitosa extensión juvenil de la firma, y muy celebrada por los revisionistas rosarinos. En cada hito o movimiento cotidiano de la ciudad, Robel estuvo: con sus Kansas de lona dura, con los pantalones de polycot, con las sargas colegiales, las camisas de viyela, los primeros pantalones Huapi; conviviendo con la misma ciudad que se levantaba y se desplazaba: con sus edificios Panal en Pellegrini, con las marchas de los pibes de Humanidades o con el tren obrero de Pérez.

¿Cuántos vaqueros de Robel fueron al Rosariazo y cuántos a Joan Baez en el Cine Real?

¿Cuántas camisas de Lavilisto recibieron a Alfonsín en el Monumento?

Mi recuerdo de Robel es confuso, pero es así como me siento cómodo describiéndolo. Un mundo de mostradores, "Rapidísimo" de Radio Rivadavia sonando distorsionado por el cielo de fluorescentes, un mundo donde la venta convivía con el mundillo político, con la vida futbolera rosarina que para aquellos años gozaba de la mejor salud.

Robel tenía la política de la rotación constante, de marcar apenas los márgenes de ganancia, de las buenas comisiones a los empleados, de mucha publicidad, de la sonoridad fuerte; ni hablar de los reales obsequios que la firma ofrecía a los primeros compradores ‑a veces sin obligación de compra: de pelotas, discos‑  o la venta de los 100 pantalones del día a precios ridículos. Me siento tentado de escribir que los regalos de sidra y pan dulce se daban por alguna inclinación política, pero no. Ni mi viejo ni Juan Carlos venían de franjas militantes, se habían conocido como empleados de una tienda cercana y decidieron jugar el partido con los pocos recursos con los que contaban. Aventura que prosperó rápido, que generó trabajo, felicidad y compañerismo.

Todo transcurrió desde finales de los años 50 hasta finales de los años 80, entre democracias débiles, dictaduras férreas, entre la primaveras constitucionales, entre Leo Dan, El Club del Clan, Floreal Ruiz, Juan Gerardo Mármora, los Magazine de Nino Bravo, las camperas con corderito, los anatómicos Casi, Da Meo Patacca, el jamón serrano que vendía Pompeo, los troles rusos, el autotrol, el playback de Demis Roussos. Mientras todo eso sucedía, Robel te vendía el pantalón y te regalaba el cinturón.

Robel no pertenecía a la elite de los negocios de ropa, ni le preocupaba. Nunca fue un Juven's, un Seiko marplatense, un Baron Sport, un Tops. Su base estaba en los trabajadores que pudieran llegar a su primer oficio, en los casamientos de los clubes de barrio, en las bolsas de Robel que estuvieron en cada navidad difícil, vistiendo a los muchachos que iban a ver a Julio Sosa, los que seguían a Vox Dei en Unión, los que esperaban a Osvaldo Pugliese en Newell's, los que iban en caravana a bailar a Kalahari en Acebal.

Robel está en la foto de la ciudad, en el inventario de la memoria rosarina, es un sonido fantasma que todavía me parece escuchar en las canchas rosarinas, junto a Pastas Caprianas, a la Proveeduría Deportiva, Pinturerías Martín y a Casa Lía.

Mi viejo, Martín Rodríguez, y su socio y amigo de toda la vida, Juan Carlos Beltrame, hicieron este "suceso" comercial devenido en mito. Los tiempos irán corriendo, y se desvanecerá el recuerdo, pero el "Robel y Siempre Robel" estará por siempre alojado en alguien o en algún lugar, quizás en alguna plataforma digital donde curiosamente ahora se aloja su recuerdo.

Recuerdo a mi padre acompañando a algún cliente hasta el probador, silbando algo de Horacio Salgán, describiendo con euforia el tango Triunfal por Piazzolla, viviendo como a él más le gustaba.

El tiempo es el mejor autor, dice Chaplin. La vida actual pide consignas constantes, frases que nos ayuden a llevar el día a día. Yo decidí anotar ayer en el pizarrón de mi hijo Gaspar: "Todos somos Robel".

 

Robel fue fundado en noviembre de 1957 por Juan Carlos Beltrame y Martín Rodríguez.