Hay algo peor que las películas con moraleja: las sinopsis que explican esa moraleja. En la de Un viaje en el tiempo se lee que “una niña, con la ayuda de tres guías celestiales, realiza un viaje transformador en el que descubriremos que la fortaleza interna se logra al aceptar nuestras individualidades, y que la mejor manera de triunfar sobre el miedo es viajar usando nuestra propia luz”. Que nadie aspire a encontrar un sentido distinto que ése a las peripecias por el tiempo y el espacio de ella, su hermanito y un amigo en busca del padre de los primeros, pues el resultado será igual de inútil que intentar desagotar el Titanic con un baldecito de playa. Sí debe reconocérsele a la película de la “visionaria directora” (sinopsis dixit) Ava DuVernay la transparencia de no esconder nada: todo está a la vista, como si se tratara de un bazar árabe donde en lugar de especias se ofrecen elementos fantásticos espectaculares pero sin sentido del espectáculo, sermoneos evangelizadores escritos por algún pastor brasilero infiltrado en el equipo de guionistas y una corrección política que de tan obvia e impostada da un poco de vergüenza ajena.
Basada en el best seller homónimo de Madeleine L’Engle, catalogado durante años –por lo que se ve aquí, con muchísima razón– como “infilmable”, Un viaje en el tiempo tiene un punto de partida típico de Disney, con la ausencia paterna como gran motor de las acciones. Meg (Storm Reid) es hija de un científico que afirmaba que el universo está dentro nuestro y, por lo tanto, es posible viajar por el espacio con la mente. Algo de razón debía tener, porque cuatro años atrás se fue para no volver. Y es imposible que ese padre rubio de ojos claros (Chris Pine) casado una mujer afroamericana –con quien, además, adoptaron al hermano menor de Meg– no sea un papá buenísimo. En ese contexto, salpimentado con algunos apuntes “de denuncia” sobre el bullying, aparecen tres mujeres sacadas de una de Tim Burton que se autodefinen como guerreras y prometen viajes intergalácticos para hallar la figura faltante. Ellas se llaman Qué, Quién y Cuál y las interpretan Reese Witherspoon, Mindy Kaling y Oprah Winfrey, respectivamente. Sólo por la envergadura de Oprah se entiende que Cuál tenga un tamaño varias veces más grande que el resto y hable siempre desde los cielos: ella es lo más parecido a Dios en este universo plagado de actores y actrices afroamericanos, lo que convierte a Un viaje… en el segundo eslabón de la casa del Mickey atravesado por el empoderamiento negro después de Pantera Negra. Filmada en ostensible primer plano para que se note requetebién quién es, Winfrey usa la pantalla como púlpito prodigando máximas sobre la importancia de ser uno mismo más cercanas al libro de autoayuda que del cine. O del sermón, dado el trasfondo mesiánico del asunto. Con su aparición el film emprenderá el viaje del título, siempre con los motivos de cada parada explicado por un personaje, no sea cosa que alguien no entienda el sentido figurado de lo que sucede.