Francisco Javier fue el protagonista de la conmemoración del Día Internacional del Teatro en el Teatro Nacional Cervantes (TNC). Se trata de un encuentro que se celebra todos los 27 de marzo en más de noventa países y que aquí organiza el Centro Argentino del Instituto Internacional del Teatro (ITI), del que Javier fue secretario general durante 40 años, hasta su muerte en septiembre de 2017. De hecho, él tenía un rol preponderante en la organización de la ceremonia; esta fue la primera que se realizó sin su presencia. Actores que trabajaron junto a él representaron fragmentos de obras emblemáticas; fueron leídos pasajes de libros suyos y desmenuzadas sus ideas; su sobrina recordó rasgos de su carácter.
Fotografías de su rostro en distintas épocas invadían en tamaño gigante el escenario de la sala Orestes Caviglia, donde se realizó el evento con entrada gratuita y conducción de Alejandra Darín y Walter Quiroz. Luego de que Pepe Soriano y Cristina Banegas leyeran mensajes correspondientes a la efeméride, Javier fue evocado en sus facetas como director, investigador, traductor, autor y docente, y como amigo. Actores que trabajaron junto a él en alguna de sus 70 puestas resumieron aspectos de su teoría y praxis: Román Caracciolo repasó los “cimientos” que desembocaron en Los Volatineros, grupo que el maestro dirigió desde 1970. Lilí Grinberg se refirió a su relación con los textos de Jean Giraudoux; Gabriel Rossi leyó un pasaje de su último libro La práctica teatral, crónicas informales de mi aproximación al teatro francés.
Caracciolo, miembro de Los Volatineros como Roberto Saiz y Julián Howard, sostuvo: “Le resultaba muy grato que todo lo que proponía lo probáramos. Si nos pedía que nos paráramos de cabeza, lo probábamos. Para Javier, el teatro era el actor. Sabía guiarlo para que pudiera llegar a hacer lo que imaginaba”. El actor contó que un argentino residente en Suecia escribió una tesis sobre los espectáculos del grupo, que se encuentra en proceso de traducción y será editada por el Instituto Nacional del Teatro. “Le preocupaba y asombraba el misterio en el que estamos sumergidos. Utilizaba el humor y la ironía como estrategias del discurso”, aportó Grinberg.
Esta mirada se plasmó en los fragmentos de obras que se fueron sucediendo: Roberto Saiz interpretó “Los nombres”, un segmento de ¡Hola, Fontanarrosa!, que en 1978 estrenó en la Casa de Castagnino. Luego, Mauricio Dayub y Toni Lestingi mostraron algo de A lo loco, sobre una obra de Marcel Achard estrenada en Andamio 90 en 1993. Livia Fernán y Teresa Gómez presentaron secuencias de La indigna señora B, versión de La vieja dama indigna, de Bertolt Brecht. Ingrid Pelicori y Rita Terranova interpretaron una escena de Sol de noche, de Cristina Escofet, estrenada en el TNC en 2012. De la risa a la emoción: el clima mutaba a medida que transcurrían los fragmentos y los discursos que homenajeaban al “incansable creador”, como lo definieron los conductores.
El cierre estuvo a cargo de una ovacionada Marikena Monti, invitada por ser, como Javier, “puente entre las culturas francesa y argentina”. Entre otros temas, interpretó “La vie en rose”, de Edith Piaf, y “Chanson des vieux amants”, de Jacques Brel. “El que realiza una vocación en el teatro ama profundamente al arte. Uno está ya tan cansado de escuchar sobre la desesperación de la fama. Pero no hay desesperación de amor al arte. El teatro es el lugar que queda, en lugares misteriosos de Buenos Aires, donde se ama al arte y se busca crear cosas artísticas. Es el caso de Francisco, un gran artista como director”, expresó.
El teatro fue otro protagonista de la jornada. Cada año, el ITI encarga a referentes de los cinco continentes la elaboración de mensajes alusivos. Pepe Soriano leyó un fragmento del que redactó la dramaturga mexicana Sabina Berman en representación de las Américas: una reflexión que parte de la relación entre un mamut y una tribu para remitir a la capacidad de la especie humana de imitar lo que no es, de representar al Otro. Cristina Banegas fue elegida por el Centro Argentino para compartir un mensaje nacional. “Que el teatro siga sucediendo a través de los siglos, con tantas fragilidades, crisis económicas, accidentes, guerras y represión; que podamos seguir celebrando en el planeta entero el teatro, es porque los seres humanos seguimos creyendo que es posible ese encuentro, esa correntada de pura ficción que nos deja estremecidos (...). El teatro es la prueba de que es necesario ese encuentro, la prueba de que otro existe. Es indeleble, poética de cada tiempo de nuestra historia y nuestras culturas.”
En el pequeño escritorio a un costado del escenario, Graciela Lurati, sobrina de Javier, contó que convivió con él los últimos años de su vida. “Su amor por el teatro era el motor de su inagotable energía y la fuente de sus proyectos. Su escritorio era un lugar sagrado lleno de libros. Pasaba horas escribiendo y traduciendo”, contó. Habló sobre su relación con Eugène Ionesco y leyó un mensaje enviado por Patrice Pavis. El acto contó con la curaduría de Carlos Di Pasquo y Ana Seoane; dirección técnica y diseño de iluminación de Fernándo Díaz; y guión de Ricardo Sassone.