El fútbol argentino consta de Lionel Messi y unos 3.000 equipos afiliados directa o indirectamente a la AFA, cada uno de los cuales tiene un legítimo orgullo del que presumir, también los que jugaron en temporadas pasadas y se disolvieron. En la Semana Santa de hace 30 años, en 1988, la Biblioteca Florentino Ameghino de Venado Tuerto jugó ante 5 mil personas un partido amistoso contra el deslumbrante Newell’s que estaba a punto de consagrarse campeón del fútbol argentino. Vestidos como si fueran payasos, con camisas con botones, bermudas floreadas y medias de diferentes colores -adornadas, además, con pompones-, los muchachos venadenses perdieron apenas 2 a 0, un resultado que podría haber sido la mayor jactancia de una biblioteca que dejaría de jugar a los pocos años y retornaría a su función habitual, la de trazar un puente entre la lectura y su comunidad. Pero si el paso de “la Biblio” por el fútbol tendría que ser sintetizado en una línea, debería ser ésta: fue el único equipo que logró convocar a Osvaldo Soriano, Eduardo Galeano y Mario Benedetti. Dos futbolistas-dirigentes de aquella época recuerdan el nacimiento, auge y disolución del equipo más literario, festivo y culturalmente desafiante del fútbol argentino.
Marcelo Sevilla: “Todo comenzó al final de la dictadura, cuando un grupo de amigos formamos ‘Luz’, un movimiento heterogéneo pro arte, cultura y música al que le incorporamos la problemática de la desaparición de personas: de Venado Tuerto desaparecieron 12. Con el advenimiento de la democracia encontramos un lugar en la Biblioteca Florentino Ameghino, que estaba casi abandonada, y entre 10 y 12 pibes, de 15 a 25 años, la hicimos habitable y le sumamos actividades. El fútbol empezó de casualidad. Un sábado agarramos una pelota de plástico que estaba en la utilería para una obra de teatro de chicos, “La pelota mágica”, y armamos un picadito. Varios éramos futboleros y se hizo habitual jugar los sábados en el patio de la biblioteca. En eso un club del centro organizó un torneo de Fútbol 5 y nos anotamos con el nombre de ‘La Biblio’. Nosotros queríamos correr los límites en todo lo posible, también en el fútbol, y para la camiseta usamos los materiales que teníamos en la utilería del teatro, los disfraces del taller para chicos: eran colores muy llamativos. Otros chicos de ‘La Biblio’ hacían música en medio del partido con sus guitarras criollas y sus flautas dulces y cantaban temas más festivos que de aliento, por ejemplo de Silvio Rodríguez y Joan Manuel Serrat. Perdimos la final pero fue lo de menos”.
Omar Majul: “Era finales de 1985. Nos entusiasmamos y alguien propuso afiliarnos a la liga y jugar el campeonato local. La comunidad del fútbol no nos quería, pero administrativamente no había nada que nos impidiera anotarnos: la biblioteca tenía personería jurídica, antigüedad y socios. Sólo nos faltaba cancha, pero conseguimos una que estaba abandonada en un pueblo, San Eduardo, a 15 kilómetros de Venado. Hacía varios años que la Liga no jugaba en el lugar así que, si la arreglábamos, nos convenía a todos. Mandamos cinco jugadores a trabajar la cancha para que la Liga nos autorice. Hicimos corralitos para hinchas visitantes. Éramos jugadores y dirigentes”.
Sevilla: “Uno de los chicos, que era artista y pintor, propuso que la camiseta fuera roja y amarilla por la pasión y la sabiduría, y quedó. La apuesta por tanto color también era simbólicamente un gesto de resistencia contra dónde veníamos, el de la falta de vida. Al comienzo los colores estaban divididos por la línea del yin y el yang, aunque después quedó en diagonal”.
Majul: “No era una camiseta sino una camisa con botones, y nos gustó porque tenía un logo con una paloma y una lapicera que representaba a la Biblioteca. Tampoco usábamos pantalones sino bermudas multicolores y floridas. Y las medias eran de diferentes colores: una roja y la otra amarilla”.
Sevilla: “Por arriba de las medias usábamos pompones. Dos chicas, que eran novias de jugadores, hilaban tejidos, hacían pulóveres, y nos propusieron sumar los pompones. Todo lo que era delirante encajaba. No hacíamos nada prohibido pero hacíamos cosas que nadie hacía.”
Majul: “Nuestra hinchada no decía malas palabras, aplaudía los goles de los rivales y llevaba banderas con mensajes poéticos, como ‘La vida ataca a los molinos’, una referencia al Quijote, ‘Enamórese’ y ‘Estamos de acuerdo con la vida’”. Los hinchas rivales nos gritaban de todo, empezando por ‘payasos’. Venado es muy especial, la parte católica influye mucho, y todo lo que sale de lo común no era bien visto”.
Sevilla: “Cuando íbamos a los pueblos más pequeños, con gente muy parroquial, nos gritaban dos insultos que eran graves en los ‘80: ‘putos’ y ‘comunistas’”.
Majul: “Teníamos pelo largo, éramos jóvenes, bailábamos, comíamos dos asados por día, estábamos de fiesta, usábamos bermudas floreadas y encima les ganábamos. Eran rivales fuertes, como Argentino de Firmat, con profesionales y todo, pero les ganábamos igual”.
Sevilla: “Muchos habíamos jugado al fútbol en las inferiores en el club Centenario. El equipo estaba formado por muchos ‘originarios’ de la biblioteca, artistas, músicos y poetas, pero también se sumaron amigos que habían jugado en Centenario y después se volcaron al arte o la literatura. En la liga nos fue bien desde el comienzo. En 1986, el primer año, ascendimos de la B a la A y de yapa jugamos el Regional, que clasificaba al Nacional B de la época. Enfrentamos a un equipo de Arroyo Seco en el que jugaba Sergio Berti, que después salió campeón con River. En 1987 debutamos en la A de la Liga, salimos campeones y en la ciudad se produjo un efecto de difusión grande, una verdadera explosión de masividad en la biblioteca, y se abrió el juego para un montón de ambientes y esferas”.
Majul: “Lo importante era que creciera ‘la Biblio’. El fútbol fue un pretexto para fomentar la lectura, los libros, el teatro y la poesía. El fin último era atraer gente para que se vincule con los libros”.
Sevilla: “La inserción en el fútbol fue un éxito: multiplicamos por diez los libros para ofrecer como servicio en la biblioteca pero al mismo tiempo empezamos a sentir que teníamos límites. Viajábamos a Buenos Aires o Rosario y veíamos que había debates y planteos que en Venado Tuerto llegaban tarde y mal. Leíamos en una revista de psicoanálisis que todo el mundo hablaba de Lacan y acá nadie sabía qué era el psicoanálisis ni quién era Lacan. Era un mundo de novedades, descubríamos autores. Quisimos conocer a Sergio Rodríguez, un psicoanalista, para mostrarle lo que hacíamos: nos recibió y lo invitamos a venir un fin de semana a Venado Tuerto. Le encantó la experiencia y nos dijo ‘tienen que conocer a tal’. Así empezó todo: los escritores, psicoanalistas y músicos que nos venían a conocer nos recomendaban entre ellos. Un fin de semana nos visitó Osvaldo Soriano. Nos preguntó qué libro suyo nos había gustado pero no, nadie había leído ninguno de sus libros, sólo sus artículos de Página 12. Pensábamos era periodista. Al día siguiente jugamos en Murphy y Osvaldo posó con nosotros en la cancha. Me dijo ‘Daría cualquier cosa por volver a jugar’. Desde entonces hicimos una relación con él, de ir a comer su casa en Buenos Aires, y Osvaldo nos siguió abriendo el camino. Así también nos visitó Galeano. Era increíble. Eduardo vio que teníamos pegadas en las paredes frases de otros escritores, por ejemplo una de Benedetti, y nos dijo: ‘Si les gusta Mario, voy a tratar de convencerlo para que venga. Es muy amigo mío’. ¡Y Benedetti también vino! Y Tomás Abraham. Y muchos más. Hoy es hasta políticamente correcto que un escritor y un intelectual vayan a la cancha, pero en ese momento eran universos divorciados, que se recelaban. Una biblioteca era una cosa recoleta, elitista, de poca circulación de gente”.
Majul: “Lo que queríamos era emparentar los libros con el futbol y la biblioteca comenzó a crecer. Se formó una facultad libre, sin título oficial, en la que los alumnos estudiaban las materias que les interesaban, con profesores de primer nivel, como León Rozitchner o Juan Carlos Portantiero”.
Sevilla: “Horacio González nos dijo que teníamos que sistematizarnos y nos acercó un primer proyecto. Pero ahí nomás, en 1987, y en coincidencia con un ambiente social de nostalgia autoritaria, de levantamientos militares, hubo un escándalo grande con ‘la Biblio’. A mucha gente no le gustaba nuestra movida”.
Majul: “Nuestro técnico (Dionisio Rubio) era un comisario retirado, por lo que había un choque de culturas con los pibes que jugábamos. Él no quería que usáramos bermudas, por ejemplo, pero se tuvo que adaptar. Nos apreciábamos mutuamente, y él nos protegía. En esa época llamabas la atención y enseguida te ponían a un policía al lado”.
Sevilla: “Para salir del asedio, en Semana Santa de 1988 decidimos organizar un evento importante, un amistoso contra Newell’s. El técnico era el Piojo Yudica, estaban el Tata Martino, (Juan Manuel) Llop, Abel Balbo recién arrancaba, un equipazo que pocas semanas después saldría campeón de Primera. Pero justo había un fin de semana de receso porque la selección estaba en Europa y se nos ocurrió armar un partido. Era una locura, nuestro presidente tenía 23 años, el vice, 21, insolventes todos, sin un peso, y Newell’s nos pedía 30.000 dólares. Alquilamos la cancha más grande de Venado y pintamos tapiales para generar expectativa. Unos amigos nos prestaron la plata pero dependíamos de la recaudación para devolverla. Y encima llovió toda la semana previa. Si nos salía mal, teníamos que exiliarnos. Al final fue un día maravilloso, jugamos un primer tiempo muy digno, empatamos 0 a 0 y recién nos ganaron al final, 2 a 0, con goles de (Sergio) Almirón y (Víctor Rogelio) ‘Condorito’ Ramos. Antes del partido Martino me preguntó adentro de la cancha por qué nos vestíamos así. Y la ‘Chancha’ (Ariel) Cozzoni se quedó loco con el buzo de nuestro arquero, que tenía un frac y un moño dibujados”.
Majul: “En 1988 volvimos a salir campeones de Venado Tuerto. ¡Bicampeones! Y jugamos dos Regionales más. Los relatores de los pueblos más chicos decían ‘serán lo que serán pero juegan bien’”.
Sevilla: “Nos quedó una gran relación con Newell’s y jugamos el preliminar de su semifinal de la Libertadores de 1988 contra San Lorenzo, en la cancha de Central. Fue contra la Reserva de ellos, y la dirigía (Marcelo) Bielsa. Antes del partido tuvo la deferencia de hacernos saber que había emisarios viendo a sus jugadores, por lo que haría muchos cambios en el entretiempo para sacar una diferencia de goles y facilitar el lucimiento de su equipo. El 5 era el ‘Toto’ (Eduardo) Berizzo. Igual les empatamos 1 a 1. La hinchada de San Lorenzo hinchaba por nosotros. El proyecto del fútbol en ‘la Biblio’ terminó al poco tiempo. No teníamos infraestructura y se hacía difícil seguir así. ¿Mi conclusión de todo esto? Hace poco escribí al respecto y mi planteo es que no hay que sacar ninguna conclusión. Simplemente, que quede en la memoria de la gente”.