Un auto panza para arriba en Coronel Suárez, un joven que corría a escondidas de su padre. Una pasión se despertaba y daba la señal de partida. Un motor impulsado por una pasión. Don Alberdi soñaba con manejar autos de carrera pero la juventud y la escasez de recursos eran dos piedras enormes en el camino. Comenzó a usar el coche de su papá para participar de las competencias que se hacían en el pueblo. No quería dejar rastros e ideó un sistema de sogas que le permitía colocar el número en el automóvil sin que quedaran marcas. Así corrió durante 1922 y 1923 con el Essex Sedan modelo 1919 hasta que un vuelco dejó evidencias imposibles de ocultar y desnudó qué hacía verdaderamente cuando pedía prestado el auto.
Los años pasaron, el joven se convirtió en padre y el legado quedó en manos de su hijo Roberto. Desde entonces nunca más se detuvo ese amor, por momentos desmedido, por el automovilismo, uno de los deportes más populares del país. Roberto pudo dedicarse a su afición sin ocultársela a su padre y comenzó a correr con un Ford T armado íntegramente, desde la carrocería hasta el último detalle, en el taller de unos amigos. Cuando se casó, su familia pasó a formar parte del folklore que vive un corredor. Sus tres hijos fueron su equipo oficial: “Nosotros lo acompañábamos a papá a las carreras de Ford T, a las de Turismo Mar y Sierras, a la que fuera. Como corría con el mismo auto que usábamos para ir al pueblo a diario, para las carreras le poníamos amortiguadores especiales y cubiertas Michelin. Eso lo hacía yo. Nunca se le salió una rueda ni revisó una tuerca de una cubierta. Esto lo traigo en la sangre”, rememora orgullosa su hija del medio, María Angélica, una de las precursoras del automovilismo femenino en la Argentina.
Allá por 1968 los Alberdi dejaron la Capital y llevaron su pasión por los fierros hasta San Martín de los Andes. Fue el menor de la dinastía, Roberto, el que en 1985 se compró un Fiat 600 para competir en la Fórmula 850. Y está claro que el destino estaba dispuesto a ofrececrle un guiño a los Alberdi. Roberto llevó su auto a acondicionar al taller de un conocido preparador y mecánico de Cutral Có, Valentín Islas. Mientras charlaban, Islas comentó que había discutido con el piloto de su auto y se había quedado sin conductor para la última fecha del circuito que era en San Martín de los Andes. “Robertito le respondió: “Ah, pero puede ser la ‘Gorda´, como me dicen desde chiquita”, detalla María Angélica.
Sus ojos parecen llenarse de la misma ilusión que la invadió cuando se enteró que iba a tener la oportunidad de competir oficialmente en la Fórmula 850. “Ese día llegué a casa y me encontré con mi hermano que estaba con papá y mamá, esperándome sonrientes. Recuerdo que me dijeron: “No te asustes pero vas a correr en la Fórmula 850 porque un amigo se quedó sin piloto. Mañana llega Valentín con el auto”. Y yo les dije: “¿Cómo no me avisaste antes?”. Y la respuesta que salió de inmediato pone en contexto cómo vivían los Alberdi esto de andar sobre 4 ruedas: “Porque te ibas a enloquecer y no ibas ir ni a trabajar”, relata Angélica que hoy, con 65 años sigue vinculada al automovilismo colaborando con sus sobrinos Emilio, Marcos y Mariano corredores y navegantes de rally.
Más allá de la emoción, ilusión y ganas, la “Gorda” iba a tener que esperar un mes por las típicas inclemencias climáticas (frío, nieve, lluvia). Valentín le prestó el vehículo para que pudiera entrenarse. “No había manejado nunca un auto de carrera, solamente karting en el campo y casero, casero del todo. Entre mi hermano y otro amigo, “Palote”, me llevaban a la pista y uno se ponía adelante y otro atrás. Tenía que acostumbrarme a correr con tierra y entre ellos, tratando de que no me pasara el de atrás y de pasar al de adelante”.
El 18 de enero de 1986 llegó el día de la carrera que, además, era la final de campeonato de la Fórmula 850. Tal vez por ese motivo sumado a ser mujer, la presencia de María Angélica incomodó a varios competidores. Más aún cuando la, por aquel entonces, treintañera hizo el segundo tiempo de clasificación. “En la primera curva grande de la final, apenas se veía al banderillero por la tierra que había. Un corredor de San Martín me agarró de atrás y me tiró a la miércoles, ¡me dobló hasta la punta del cigüenal! Me quedé con una bronca tremenda pero con la sangre calentita para seguir corriendo porque me gustó mucho. Era la única mujer”, dice con orgullo y el pecho inflado. Las palabras brotan de la boca de Angélica con una liviandad y fluidez que parece estar hablando de ayer; no duda de ningún dato y los tiene tan frescos en su memoria como en sus sentimientos. Y completa: “A los varones no les gusta que les ganes. Con el Fiat 600, me volvía siempre con el auto chocado. Aprendí a hacer de chapista para arreglar los bollos. A un corredor local, los lunes en la confitería, le decían: ´Dejate de jorobar, de vuelta te ganó la Gorda´ y se agarraba una moto tremenda. Siempre que estaba cerca mío me quería pasar y yo le tapaba el radio de giro; algún empujón ligaba”.
Durante los cuatro años que corrió en la fórmula 850, Angélica estableció una gran relación con la Asociación Volantes de General Roca (AVGR). Este vínculo fue el origen de su participación en la Copa de Damas, categoría compuesta exclusivamente por pilotos mujeres con autos Nissan Sentra 1.6 que comenzó en 1994 y culminó a fines de los 90. La organización quería federalizar la Copa con corredoras de todo el país y la AVGR la convocó a María. En la prueba de manejo quedó seleccionada. “Hugo Videla, el director deportivo de la Copa de Damas, después de tomarme la prueba, me contó que cuando vio cómo había agarrado el volante y que había ido con mis botas de competición ya había puesto los ojos en mí”, recuerda Alberdi. Esa misma noche fue confirmada para participar de la Copa de Damas. El problema era conseguir los 2000 dólares del alquiler del auto y costear los gastos de todos los viajes. “Yo trabajaba en Chapelco y bueno, no sé cómo pero conseguí la plata y fui a correr la primera carrera. ¡Ah no, los nervios! Me tocó el número 29. ¡Y era televisada, se veía en todo el país!”.
La participación en la Copa de Damas implicó un salto al profesionalismo que sorprendió a la piloto acostumbrada a resolver todos los detalles junto con su familia. Cuando corría en la 850, carburaba sola el auto, cambiaba las cubiertas, desmontaba los paneles. Sus sobrinos, Emilio y sus hermanos mellizos Marcos y Mariano, la acompañaban. Emilio, quizás siguiendo los pasos de su tía con el Ford T de su abuelo, con apenas 11 años tenía en el bolsillo la llave 10, un destornillador y la llave bujía. Las cosas habían cambiado: “Acá te daban una planilla y tenías que poner si estaba blando de suspensión, si sentías un ruido, si frenaba demasiado o muy poco, si estaba desparejo. Había un lote de mecánicos que arreglaban todo. Pasás de canillita a campeón porque ni te ensuciás las manos”.
Al ser categoría soporte del TC 2000, las pilotos estaban en contacto con corredores renombrados como “Cocho” López, el “Gurí” Martínez o “Tito” Bessone cuya ex esposa, Alejandra, también corría. René Zanata solía prestarle a Alberdi un auxiliar suyo y un cartel para marcar los tiempos en las pruebas libres. La asistente de Angélica, su madre, le tomaba los datos: “Tenía milésimas de diferencia con los tiempos oficiales de la torre”, recuerda. Y si bien el mantenimiento del auto y los viajes y estadías implicaron un enorme esfuerzo para la corredora de Coronel Suárez, en 1995, María Angélica se consagró campeona de la Copa de Damas. “Mi papá llegó a verme competir en la Copa y cuando salí campeona y llegué a San Martín, se encargó de que los bomberos me pasearan en la autobomba. Mi familia fue mi gran puntal y sostén”, afirma con un dejo de nostalgia y llena de agradecimiento.
Alberdi no cree que actualmente sea necesaria una categoría exclusiva para mujeres. Las pilotos deberían poder competir con los hombres como Julia Ballario en el Top Race o Tatiana Calderón en la GP3 Series. “Los hombres deben acostumbrarse a que una mujer les gane. El orgullo machista no se los permite. Una vez que te ponés el casco, cerrás la puerta del auto y ponés el cinturón de seguridad, ahí no hay sexo. El mundo, de alguna manera está manejado por hombres y venimos de una cultura que no permite que una mujer pueda estar igual, a la par de ellos. Los más jóvenes ya no son tan así, como mis sobrinos que lavan platos, cambian pañales y no se les cae la hombría por eso, todo lo contrario. Son más hombres que nunca”.
Tras su paso por la Copa, vendría una pequeña participación en el TC Neuquino, gracias a la invitación de un amigo: “Corrí dos carreras pero era muy difícil costear un Falcon como el que tenía que alquilar”. Y no se detuvo porque también tuvo una incursión en el rally como piloto: “Fue la carrera más divertida que corrí en mi vida. Eso de ir hablándote con el que va al lado tuyo (su sobrino Emilio fue su navegante). Nunca había corrido con un acompañante y llevar a alguien que te va dando ánimo e instrucciones es muy lindo. ¡Además mi sobrino, que me había ayudado desde chiquito con los Fiat 600!”, rememora y se emociona.
Hoy, como toda Alberdi sigue ligada a su deporte, el que la apasiona y le dedica fines de semanas enteros, viajes, esfuerzo y tiempo, mucho tiempo. Sus días parecen durar más que los del resto, tal vez fue así como logró hacer tantas cosas en su vida. Consigue publicidades para los autos de sus sobrinos y promueve la actividad a nivel local sin descuidar su trabajo en FM de la Montaña, que conserva desde hace 24 años, y su participación ocasional en la organización de carreras de trail running.
Como un viento fuerte y arrasador que baja de la montaña, se desplaza por la ciudad en su Golcito, como ella lo llama, y no hay persona que no la salude: “Es que por mi trabajo conocí a cuanta persona puso un local (vende publicidades en la radio en la que trabaja). Además estuve mucho tiempo en la cooperadora del hospital, fui bombera voluntaria, radioaficionada, soy del grupo fundador de la Fiesta Nacional de la Navidad Cordillerana, fui de las primeras en guiar la excursión en lancha por el lago Lácar, colaboro con los chicos de Motocross en la organización de las carreras locales, ¿qué más hice?”, repasa. Sin vergüenza a decir su edad, su energía parece inagotable y su carácter, forjado por la voluntad, la pasión y la determinación de hacer lo que ama es lo que la mueve todos los días. Casi sin saberlo, Angélica junto con el resto de las pilotos, abrieron un camino para las mujeres que soñaban con dedicarse a correr. Se animaron a competir con varones e, incluso, a ganarles en una época en la que el deporte parecía inaccesible para su género. Quizás haya sido ese ADN modificado por su abuelo, o que “siempre hice las cosas a coraje”. Lo importante es que lo hizo.