En materia gasífera, la producción de enero siempre supera la de febrero, y tiende a ubicarse entre las más altas del año. Es, por tanto, un importante indicador del estado de situación, sobre todo cuando se lo compara con los mismos meses de años anteriores. Pues bien, sucede que el tercer año de gestión neoliberal comienza con el peor valor para el mes de enero desde 2014. La desaceleración es fortísima, al pasar de un ritmo de crecimiento de la producción del 2,8 por ciento al 0,7. El pésimo arranque es obra de los siguientes factores:

  • Las petroleras más importantes siguen demorando inversiones, que se encuentran muy por debajo del ritmo logrado por el Plan Gas que estuvo vigente entre 2012 y 2015.
  • El nuevo Plan Gas macrista está dirigido a los nuevos actores, más pequeños y cuya producción no sólo incide poco o nada en el total nacional sino que no logra compensar la caída o el estancamiento de las más grandes. Entre esos nuevos actores, cabe señalar fundamentalmente a Tecpetrol, Exxon Mobil y Shell. Mucho más lejos figuran otras empresas nacionales, como CGC, de Eurnekian, y extranjeras de menor tamaño.
  • La propuesta de cancelación de la deuda del Plan Gas de 2017 no fue la esperada por las principales productoras, sobre todo YPF, primera productora de gas del país, que resulta la más afectada.
  • El yacimiento Vega Pléyade (VP), heredado del gobierno anterior y responsable del 7 por ciento de la producción nacional de gas, comenzó a inyectar a partir de febrero de 2016. Su impacto fue notable, explicando más del 90 por ciento del crecimiento de la nueva producción en 2016. En 2017 no logró compensar la caída generalizada, mientras que en enero de 2018 su producción ya fue 20 por ciento menor que la del mismo mes del año pasado.
  • La cartelización entre distribuidoras y productoras, apañada y alentada por el ministro Aranguren a través de los acuerdos de noviembre del año pasado, estableció un único precio del gas para cada cuenca, en lugar de definirse por pozo. El offshore vale lo mismo que el onshore, y todavía más grave, hay un delta favorable a la neuquina en detrimento de las restantes cuencas, sobre todo en relación a la Austral. Si agregamos que en la neuquina los únicos que están pisando fuerte son los nuevos actores -mientras que las grandes deben modificar sus proyectos originales y adaptarse a las condiciones del Plan Gas macrista-, claramente el objetivo de Aranguren es mantener una producción entre    estancada y a la baja.
  • El declarado cambio oficialista en la meta de lograr el “abastecimiento” en lugar del “autoabastecimiento” explica la política gasífera en beneficio del Grupo Shell. La menor producción no es un problema, al contrario, es una oportunidad mayor de negocios para la firma angloholandesa, pues será compensada por más importaciones de Chile (el proveedor del país trasandino es Shell) y más GNL (Shell cuadruplicó su participación en las ventas de este gas a la Argentina entre 2016 y 2017).
  • El único proyecto de producción del que Aranguren puede darse corte, Fortín de Piedra (Tecpetrol), demora la producción prometida o pareciera ser menor a la esperada. En la audiencia de noviembre de 2017, el representante de Techint adelantó que al cabo del primer trimestre de este año el proyecto estaría rondando los 5 millones de m3 por día (y hacia fines de 2018 unos 10 millones diarios). Pues bien, la producción a enero fue de 1,3 millones. Resulta difícil creer que se alcance lo prometido.
  • Finalmente, con la plena vigencia, desde este año, de la política de liberalización de las importaciones de petróleo, gas y combustibles, sumada a precios del petróleo totalmente alineados al extranjero, el dúo Shell-Trafigura desplaza a YPF como testigos del downstream, y los precios de los combustibles tenderán a desmejorar el panorama.

* Director de Oetec.