Es básicamente imposible escribir sobre Bill Murray sin sonar como un fan excitado. Allí está la ilustre carrera cinematográfica en la que parece siempre trabajar con los mejores directores y robarse toda película en la que aparezca. Actualmente está de nuevo en la palestra junto a Wes Anderson, dándole su voz a un personaje en Isla de perros, la más alocada animación protagonizada por caninos que pueda encontrarse. Además, la semana pasada anunció que estará brindando dos conciertos en el Reino Unido con Jan Volger, el mismo con quien hizo el disco New Worlds editado el año pasado, una mezcla de música clásica, standards de los Estados Unidos y lecturas literarias. El disco fue un éxito. El 4 de junio estará actuando en el Royal Festival Hall de Londres.
Y después, claro, está la carrera en Internet, en la que es un simple espectador y en la que todos en las redes sociales se la pasan posteando historias sobre lo cool que es el ex cazafantasmas. Si tenés una fiesta, ¿a quién vas a llamar? La leyenda dice que Murray es el principal y mejor colado a las fiestas.
El actor de 67 años no cree en su propia prensa, aunque no hace nada para disipar los rumores que lo pintan como un tiro al aire, el excéntrico mayor de Hollywood. Sus numerosos adoradores compran fundas de teléfono con su imagen, hay un libro para colorear de Bill Murray y una plétora de sitios web que celebran su grandeza. Entonces, ¿qué se siente ser semejante figura mítica, amada, consentida y adorada por tantas personas? Cuando en el Festival Internacional de Cine de Berlín se le preguntó sobre la atención que recibe, Murray entregó su célebre sonrisa torcida: “Bueno, no me desagrada. Se siente bien”. Y luego dejó caer el gancho. “Al mismo tiempo pensás, bueno, será hasta que descubran quién soy realmente. Será algo descorazonador. Algo triste para toda esa gente con stickers en sus autos o lo que sea”.
De cualquier manera, Anderson lo conoce bien, sabe quién es, y aún es fan de él. Cuando el realizador necesitó a alguien que recibiera su Oso de Plata al mejor director, envió a Murray. ¿Quién más? Por supuesto, el actor se robó el show con una gran línea: “Nunca pensé que iría al trabajo como un perro y volvería con un oso”.
Otra historia legendaria tiene que ver con lo difícil que es ponerse en contacto con Murray. No tiene agente y no le gusta hablar por teléfono. Más de un director ha hablado sobre lo problemático que es rastrearlo. En 2014, el director de St. Vincent, Theodore Melfi, aseguró que había tenido que llamar a un 1-800 y luego sentarse a esperar que el actor recibiera el mensaje. Lo recibió. Pero parece que se le pueden mandar mensajes de texto. El no sabe si todavía tiene un contestador: “Hmmm... no lo sé. No estoy seguro. No lo uso mucho, no soy tan organizado como parezco”.
Lo que sí usa mucho es al mismo Anderson. En las dos décadas que pasaron desde que colaboró con el realizador en la ácida comedia Rushmore han trabajado juntos ocho veces. Isla de perros es la segunda película de animación y en ella Murray presta sus dulces tonos para interpretar a Boss, un chucho manchado que fue mascota del equipo de béisbol de las ligas menores Megasaki Dragons. Eso era antes de que todos los perros en Japón fueron exiliados a Trash Island luego de que un brote de gripe amenazar a las vidas humanas. Un niño, Atari, llega a descubrir cómo su perro le demuestra lo difícil que es para un hombre vivir sin su mejor amigo.
Y parece que Murray tampoco querría vivir sin Anderson. A pesar de su profesada desorganización, es un rasgo que admira en los demás: “Anderson tiene una mente muy bien organizada, y vigila si las cosas están ordenadas de manera tal que él simplemente pueda dedicarse a la próxima cosa. Quiero decir, en su casa... hay pilas de cosas, pero nada está fuera de lugar. Todo está bien ubicado. Y uno piensa, ¿esto es una instalación artística o un hogar? Pero es la manera en la que vive su vida”. Murray también adora la “cualidad intencional” de Anderson. “Nada lo disuade de lo que él quiere hacer. Si hace un plan, va y lo cumple. Ejecuta”.
El actor está mejor ubicado que ningún otro para decir cómo su amigo creativo ha cambiado a través de los años. Su respuesta es que Anderson aún actúa como si fuera un chico de 11 años: “Los personajes en Isla de perros viven en este mundo de niños de 11 años. Leí un interesante texto de Henry Miller llamado ‘Estoy cumpliendo 80 en el que decía que la cosa sobre cumplir 80 años es que tenés 80 años de experiencia, pero podés actuar como si tuvieras 60. Sé lo que significa. Todavía sé cómo actuar como si tuviera 35 años. Con lo que, en lugar de perder contacto con eso, podés aprovechar la experiencia. Ese es el caso de Wes, y no sé cuánto tiempo pasó desde que hicimos nuestra primera película juntos, pero él aún puede comportarse como si tuviera 11 pero también como si tuviera 40”.
Isla de perros ha sido definida como una metáfora y una respuesta al ascenso de Donald Trump, a pesar del hecho de que la película lleva realizándose desde hace varios años. Según dice Murray, “que estas cosas estén sucediendo es una especie de colisión milagrosa, una coincidencia. No fue intencional que fuera así de política. Quiero decir, ¿quién iba a pensar que la política de esta película fuera a resonar con las políticas del mundo, que el extremismo de los Kobayashis tratando de erradicar a los perros podía ser tal alegoría de lo que está sucediendo en el planeta, en mi país? Con lo que es una coincidencia, pero creo que es lo que sucede con los verdaderos artistas, de algún modo pueden sentir algo antes de que esté allí”.
¿Y quién podía pensar que Murray podría tener un álbum que llegara al número 1 en el ranking de música clásica de Billboard en 2017? Es un hecho que asombra al mismo Murray, y está claro que la experiencia le está dando un inmenso trabajo. “Me encontré con Jan Volger, que es de Berlín y un cellista mundialmente famoso, y nos hicimos amigos. Tenemos una orquesta. Bueno, tenemos cuatro personas, hay un violín, piano, cello y yo en gira, presentando un show, y el show es fantástico. Simplemente soy muy afortunado de estar con estos tipos, la estoy pasando muy bien: ellos son espectaculares y el show es grande”. El concierto es una combinación de música y recitados. Murray lee fragmentos de París era un fiesta de Ernest Hemingway, The deerslayer de James Fenimore Cooper y Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain, mientras los músicos tocan piezas de Ravel y de Bach. Como supo hacer en Perdidos en Tokio, Murray también canta. Fue idea de Volger el unir la música con la performance y la persona del actor, y dejó a Murray en una crisis existencial. “¿Pero por qué soy más exitoso como actor que como músico? No lo sé. A veces pienso que podría haber sido una estrella de rock and roll”.
Lo cierto es que Bill Murray lo es.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.