“¿Querés ser Marty Friedman?” La pregunta suena a película de los 90, pero presenta las facultades musicales y sociales que marcan la particular historia de un músico de Washington que, después de rodar por el mundo como primera guitarra de Megadeth –en su formación más recordada–, decidió tirar todo por el aire para mudarse a Japón, donde no tenía conocidos, amigos ni trabajo. Quienes se interesen podrán hoy revistar esa experiencia, a partir del encuentro “Un viaje al corazón de la cultura japonesa”, propuesto por el Gobierno de la Ciudad en colaboración con la embajada nipona y la Federación de Asociaciones Nikkei de la Argentina.
El encuentro se iniciará a las 21.30 en la Usina del Arte (Agustín Caffarena 1) y presentará al virtuoso guitarrista abierto a relatar su vivencia como inmigrante y luego como ciudadano japonés, hecho que consolidó en 2012, al casarse con la chelista local Hiyori Okuda. En el marco del 120º aniversario del inicio de las relaciones diplomáticas argentino-japonesas, la charla abierta promete derivar en algún tipo de “sorpresa” de otra índole, ya que el guitarrista llega al país junto con los músicos de su banda –dos japoneses y un estadounidense–, con quienes tiene conciertos pautados para ciudades como Rosario, Bariloche y la misma Buenos Aires (donde encabezará mañana el Guitarfest en el teatro Caras y Caretas, Sarmiento 2037). “Una de las cosas que me enamoraron de Japón fue su música, el amor que depositan ahí. Es muy inspirador ver cómo la gente siente y disfruta de eso acá, no es algo muy distinto de lo que pasa en la Argentina”, afirma.
Friedman le responde a PáginaI12 desde su casa en el barrio tokiota de Shinjuku, antes de volar a Sudamérica para la gira presentación de Wall of Sound (2017), su más reciente trabajo de estudio, integrado por once pistas, de las cuales tan solo una contiene voces. El atractivo álbum es el primero desde la prometedora salida de Inferno (2014), ahora con intenciones similares pero más intensas. El mismo músico así lo concibe: “Me encantó Inferno, fue un verdadero desafío proponerme ir para adelante; este disco terminó siendo un Inferno evolucionado, más triste y más fuerte”, opina.
La incesante agitación artística y su diversidad de gustos (desde la clásica hasta el J-Pop, pasando por el heavy metal) lo llevaron a pergeñar solos históricos junto a Megadeth (el de “Tornado of Souls” sin dudas califica entre los más icónicos), donde su labor junto a Dave Mustaine fue fundamental para amalgamar las armonías con las distorsiones hasta obtener un producto herrumbroso y altamente musical a la vez. Esa “potencia accesible” recrudece a su manera en Wall of Sound, para que nada, ni siquiera el título inspirado en la creación de Phil Spector, parezca casualidad. “Para mí, los arreglos son lo más importante por lejos”, precisa. “Hay algunas melodías interesantes, perfecto. Ahora, ¿cómo presentar esas melodías de tal manera que hagan a la gente llorar, sentir felicidad o erizarle la piel? Ese es el desafío que me gusta y en el que gasto la mayor parte de la energía. Después de todo eso, la performance también importa”.
Friedman fue nombrado “Embajador de la herencia japonesa”, título que conservará al menos hasta los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. El guitarrista vive en Japón desde 2003, país con el que se relacionó de adolescente a través de la música –vaya sorpresa–, cuando viviendo en Hawai fue atrapado por la música enka. De emular aquellas voces con la guitarra a girar con Megadeth y Cacophony (junto a Jason Becker) por el país nipón hasta aprender las bases de su lengua, el músico empezó a pisar fuerte en su nueva casa a través de la televisión, con programas populares como Mr. Heavy Metal, o Rock Fujiyama, en los que pudo maridar sus contactos y conocimientos de música occidental con los intereses de la población local. “Hoy estoy muy integrado en la cultura japonesa, pero sigo siendo ciudadano estadounidense –aclara–. A veces me pienso como un ciudadano del mundo, lo suficientemente afortunado como para tocar con y para gente de todas partes. Me sentí muy conectado aun antes de mudarme, incluso cuando venía a hacer algún concierto”.
Es la idiosincrasia musical japonesa una de las cosas que más lo sedujeron, dada la fuerte predilección por la producción local y la complejidad de su propuesta pop, menos cooptada por el exhibicionismo o las distopías occidentales. “Creo que en Japón hay, en general, mucho menos imaginario negativo que en otras partes del mundo, aunque en cualquier lado se pueda encontrar todo tipo de mensaje. Sí es cierto que los charts acá tienden a incluir mucha más música positiva”, destaca Friedman, que hace poco tipió las últimas líneas de su autobiografía, a salir en 2019. “Nunca antes había hablado de mi vida personal en los medios. Hay muchos extraños encuentros románticos, así como una mirada muy profunda sobre el día a día con todas las bandas en las que estuve, y en la que estoy ahora”, promete.