Todavía persiste en el rostro de Carey Mulligan algo de aquella ambigua ingenuidad que definía a su personaje de An Education, esa historia de aprendizaje y madurez situada en la Londres de los 60 con la que la vimos brillar en serio por primera vez. Antes flotaban en nuestra memoria la Kitty nacida de la pluma de Jane Austen en la Orgullo y prejuicio filmada por Joe Wright, o algunos recuerdos dispersos de series como Dr. Who o Bleak House, pero fue esa joven de los suburbios del temprano Swinging London y su efervescente sexualidad de posguerra la que determinó su resistente presencia, marcada por una incansable voluntad y una notable calidez. La inspectora que interpreta en la nueva miniserie de la BBC disponible en Netflix, Collateral, recupera algo de aquella fortaleza secreta, de ese andar con firmeza y seguridad en un mundo de adversidades. Cuando el escritor David Hare, autor de teatro y guionista de películas como Las horas y El lector, le ofreció el personaje de la inspectora Kit Glaspie, Mulligan creyó que no estaría a la altura de semejante tarea. “Nadie va a creer que yo soy un oficial de policía. Es ridículo. Ellos tienen tal autoridad que siempre me han dado miedo”, declaró recientemente en una entrevista a The Independent. Pero esa propuesta en principio arriesgada se transformó en el mayor acierto de la serie, y su personaje en aquel capaz de crecer en los matices sin nunca perder su integridad pese al peligro en ciernes.
Collateral comienza con un hecho aparentemente fortuito: el asesinato de Abdullah Atif, un chico que entrega una pizza en pleno corazón de Londres. La noticia se filtra a la prensa, se sugiere que puede ser un refugiado sirio, emergen voces en disputa respecto a la situación de la inmigración en Inglaterra, se mezclan testigos, políticos y los distintos estamentos de las fuerzas involucradas en la investigación. Hare teje su ficción al calor de los sucesos recientes en una Europa marcada por el recrudecimiento de la xenofobia, las disputas entre conservadores y liberales, el rol de instituciones como la iglesia o las fuerzas armadas, y decide internarse en complejidades de las que no sale del todo airoso. Pese a algunas soluciones deux machina y a la superflua discursividad en la que incurre en los episodios finales, ha logrado convertir a la oficial Glaspie en el centro de su mirada, personaje al que Mulligan le da verdad y carnadura. Embarazada de seis meses, marcada por un pasado de fama y vergüenza como atleta, sujeta a los condicionamientos de una fuerza que mide su intervención en función de aprietes y repercusiones, la protagonista de Collateral se interna en los vericuetos de un complot que deriva hacia las ramificaciones más inesperadas.
Nacida en Londres hace 32 años y de temprana formación teatral, Mulligan ya había trabajado con Hare en la puesta de su obra Skylight, en el West End en 2014 y luego en su paso por Broadway. En tiempos como los actuales del Time’s Up y el Me Too, Hare ha trasladado esa percepción de creciente fortaleza en los personajes femeninos del teatro a la televisión, a sabiendas que esa perspectiva se enriquece con el aporte de quienes los interpretan. Dirigida además por una mujer, S. J. Clarkson, Collateral, aún con sus evidentes vaivenes, presenta varios roles femeninos alejados de los estereotipos de la fragilidad y la dependencia: una vicaria religiosa (Nicola Walker) sumergida en tensiones y deberes eclesiásticos enfrentados a su relación con una joven asiática indocumentada que fue testigo del crimen, la administradora de la pizzería (Hayley Squires) marcada por la culpa y las demandas de su conciencia; y, sobre todo, la capitana Sandrine Shaw (gran trabajo de Jeany Spark), engranaje de un sistema perverso corroído por la permanencia de las estructuras y los códigos de la vieja Inglaterra imperial. Pero por sobre ellas, lo más valioso del aporte de Mulligan a su personaje es la concentración en la capacidad de trabajo y en el profesionalismo de su accionar, aún frente a los vínculos afectivos que establece con el círculo de la víctima. Su embarazo nunca se convierte en un atajo de debilidad ni el accidente que marcó el fin abrupto de su carrera deportiva en una excusa de lacrimógena autocompasión. Menos marcada por las exigencias y algunos maniqueísmos del guión, la figura de Glaspie le debe más a la firmeza y el talento de Mulligan en la interpretación que al peso original de la escritura de Hare.
Mulligan siempre ha sido muy rigurosa con los juicios sobre sus interpretaciones. En una entrevista con Variety hacia fines del año pasado todavía señalaba la inseguridad que la aquejaba durante su trabajo con Baz Luhrmann en El gran Gatsby. Luego de investigar exhaustivamente sobre los años 20 y la personal mirada de F. Scott Fitzgerald, sintió que la monumental e imponente producción de Luhrmann, la presencia de Di Caprio, y esas imágenes creadas en su mente minaban la confianza en un registro que debía estar a la altura de aquella vaporosa y extravagante odisea. Hoy, vista a la distancia, la Daisy de Mulligan es mágica y seductora, epicentro del único pecado de un hombre consagrado a ese amor trágico e inmortal. Todo ese coqueteo descarado y evanescente que define a su Daisy, nacido de su sintonía con el pulso iconoclasta e irreverente de Luhrmann, encuentran su contracara en la reciente Mudbound (que todavía espera estreno en Argentina), en la que su Laura lucha silenciosamente con la frustración de los ocres paisajes de una Mississippi rural y desencantada. Mujeres en tiempos difíciles, atadas a férreos convencionalismos o presentes tumultuosos, a amores trágicos y definitivos como en Nunca me abandones (2010) o gestas homéricas como el sufragio femenino en Las sufragistas (2015), las criaturas de Carey Mulligan siempre concentran su cálida presencia en la voluntad de un desafío.
Mientras hoy interpreta el unipersonal Boys & Girls de Dennis Kelly en el mítico Royal Court Theatre de Londres y espera el estreno de Wildlife, el debut como director de su amigo, el actor Paul Dano, el trabajo de Carey Mulligan siempre trasciende el marco en el que se construye porque sus personajes asumen algo de esa confianza que se percibe en su mirada. En Collateral demuestra que se puede ser el centro de la acción sin restringir otros puntos de vista, que embarazada y todo puede comandar una investigación sin hacer de su condición ni una ventaja ni una excusa, y que puede mirar con atención y humanidad el mundo que la rodea sin convertir la emoción y la empatía en signos de complacencia y debilidad.