La indomable prosa barroca de Gabriela Cabezón Cámara es un torbellino vertiginoso en el arte de nombrar y mezclar, de revolver y combinar tradiciones. La hermana Cleo, una travesti de metro noventa de peluca rubia y lacia que la hace parecer “una especie de Doris Day de albañilería”, dice comunicarse con la Virgen y predica en la villa hipervigilada El Poso, en la zona Norte del Gran Buenos Aires. “Dale la mano al fatigado ingenio/ Amor, y al frágil y cansado estilo,/ para cantar aquella que se ha vuelto/ inmortal ciudadana de los cielos/ ¿inmortal y ciudadana?/ ¿era Evita la finada?,/ ¿la poesía es de Perón?/ ¿of the first trabajador?/ No, de Petrarca y era/ al aura, al laurel./ A su Laura in the vergel/ le cantaba azul un ala,/ I love you y ajerejé,/ al compás de una vigüela/ ahí se ponía a remembrear/ ella era onda la Gioconda/ and she was, ella re-was/ y no solo como Troya”, recita Cleo en un velorio “más triste que un viernes santo”, los versos que compuso junto a Qüity, una cronista de la sección policial de la que se enamora. Juntas tendrán una hija y vivirán una gran aventura que las llevará del Conurbano a Miami. A casi diez años de su publicación, mañana vuelve a reeditarse la excepcional novela La virgen cabeza (2009), en la colección 8M. “Esta circulación de kiosco con PáginaI12, mi diario favorito, me pone muy feliz porque hace que el libro sea más accesible, porque las personas que no van a las librerías, y que no se gastarían 250 o 300 pesos en un libro, pueden acceder muchísimo más fácil. Y eso me encanta”, cuenta la escritora.
–Cuando se publicó la novela en 2009, la visibilidad del mundo de las travestis era minúscula. Hoy han ganado mayor visibilidad, ¿no?
–Sí, es cierto. En 2009 todavía se estaba peleando por el derecho a llevar el nombre y la inscripción del género autopercibido. La visibilidad de la comunidad trans es mucho mayor. La pelea ahora es por el cupo laboral. Si bien la visibilidad es mayor, todavía cuesta. De hecho el cupo se está peleando a brazo partido en la provincia y esperamos que se cumpla con la ley. Si no se cumple, las chicas van a saber perfectamente qué hacer y las vamos a apoyar. Ahí está Marlene (Wayar) liderando esa lucha, entre otras compañeras trans militantes.
–En el prólogo de la novela, Liliana Viola se refiere al “barroco fierita”. ¿El estilo barroco permite subrayar el delirio y el goce? ¿El barroco habilita la exageración?
–El barroco no es el estilo del exceso, de la exageración. Me parece que da cuenta de los contrastes, que tiene que ver más con lo popular, con lo vivo. La austeridad y el minimalismo son formas de contar más ligadas a lo norteamericano, si querés a lo protestante, y no a nuestra cultura. Yo vivo en una calle, Cochabamba, que tiene todo el día unos veinte pibes que toman birra; en la esquina hay un supermercado chino y la china cada vez que le va naciendo un bebé me canta: “Argentina, Argentina, Argentina”. Al otro lado de la calle, están los bolivianos con su mambo, con su historia. La superposición, el roce de lo diferente, con su goce y con sus fuertes tensiones, es lo que me interesa. El estilo barroco es un posicionamiento político fuerte que me permite mezclar en la misma prosa algo del habla más popular con algunos versos de Petrarca, con alguna historia de La Odisea, con la descripción de la arquitectura de una villa, con el goce de los cuerpos, con el dolor por la muerte, con la música a todo lo que da, con el momento de silencio y de angustia en una isla, mientras la marea va y viene. Todo esto tiene que ver con nuestro mundo y es lo que me parece más vivo. Lo otro puede ser muy hermoso, pero yo lo veo muy artificioso; es un poco lo que dijo María Moreno cuando abrió el Filba hace un par de años atrás: el minimalismo es muy de culo fruncido. Yo estoy más por abrirlo y gozar.
–La religiosidad popular en la villa, más allá de las diferencias, ¿es el aglutinador que permite vivir juntos?
–Sí, hay algo de la religiosidad popular, de la religiosidad no normalizada por ninguna institución, como el Gauchito Gil, que es aglutinador porque nuestro psiquismo y nuestros lazos sociales tienen que ver con condiciones materiales, pero también con aquello simbólico que emerge de ahí y que es lo que podemos elaborar para estar en el mundo. Los no normalizados, los no legislados por ninguna institución, son los que están más vivos por fuera de las estructuras de poder. El Gauchito Gil es un hombre asesinado injustamente por una fuerza de seguridad. En la villa son víctimas constantemente del gatillo fácil, como sabemos y como hoy se está denunciando todos los días. Los fenómenos de la religiosidad popular tienen que ver con una forma de resistencia.
–El mundo travesti se despliega con mucho humor en La virgen cabeza. ¿De dónde viene ese humor? ¿Es el humor de la desesperación?
–El humor travesti del que traté de dar cuenta en La virgen cabeza es un humor de la desesperación. El humor es una de las tretas del débil, una treta magnífica, genial. El humor travesti que conocí cuando era adolescente era puro arte. Cuando tenía 16 años, me hice amiga de una chica que apenas la conocí se llamaba Lucas –después se llamó Lulú y Paula– que era travesti, prostituta callejera… era una nena que sobrevivía como podía en un mundo de una hostilidad feroz; era la época de los edictos y a la tercera vez que les aplicaban el edicto las metían en cana tres meses. Imaginate una adolescente, una nenita en cana, cómo la pasaba… La policía se las garchaba a cambio de no meterlas en cana. Era realmente muy duro. Recuerdo ir caminando con ella por el Abasto –por Lavalle o Guardia Vieja, no recuerdo exactamente la calle– y nos tiraban con botellas. Las botellas eran para ella. Era muy difícil la vida travesti en esa época. El humor de ella y de todas sus amigas era increíble. Yo me reía desde que me levantaba hasta que me iba a dormir cuando estaba con ellas. Ese humor era una especie de bomba que desarmaba prejuicios. No siempre los podía desarmar porque los prejuicios de entonces eran de hierro. Pero era una treta maravillosa. Y yo traté de dar cuenta del humor como arma para abrirse un lugar en el mundo.
–Cuando se describe la estatua de la virgen, aparece una pregunta que podría disparar una intensa reflexión política en la novela: “¿Por qué cuerpos tan débiles y cabezas tan desorbitadas?”
–Esta pregunta no me la había hecho nadie…. El motivo de por qué eso es anecdótico. Una vez fui a San Pedro y entre los paseos que hice fui a un lugar que se llamaba “El sueño del Tano”, que tenía que ver con un concurso que hacían en televisión o algo así. El que ganaba le podía cumplir el sueño a alguien. En este caso, “el Tano” creo que era albañil y también escultor. Entonces el sueño del Tano era tener un lugar donde exhibir sus esculturas. Las esculturas eran de cuerpo muy flaquito y muy cabezonas. Tal vez tenga que ver con esa cuestión que muchas veces genera la opresión. Los poderosos se pueden adueñar de tu cuerpo unas horas por día, cuando te obligan a estar en una silla de mierda haciendo un trabajo que no necesariamente te gusta; casi seguro que no. Ellos tienen ese poder de tenerte ahí sentada porque necesitás comer. O te tienen presa o lo que fuera. La cabeza queda como ese lugar de resistencia donde sos libre, donde podés generar las herramientas para juntarte con otros. Tiene que ver con esa posibilidad de resistir y de construir armas nuevas con los otros.