• En los periplos musicales uno encuentra gente diversa, de pelaje amplio y a veces inexplicable. El tipo se presentó luego del ensayo con su pinta de rubio fornido, exultante en su auto veloz y muy simpático. Insistió para que vayamos al río, que probáramos el dulce casero hecho por su santa madre y nos mostraría su colección de armas. Todo lo hicimos pero luego quisimos huir. Por la noche luego del recital se presentó nuevamente para invitarnos a un raid por la movida de su pueblo. Intuyendo lo que se estaba por desatar lo llevé aparte y le comenté que no debíamos salir mucho pues un músico estaba tratando de dejar las drogas y lo protegíamos no andando de caravana. Fue peor. Nos secuestró y con su bólido arribamos al rancho de un isleño quien nos cebaba mates a la vez que con el fulano mediante oración, incienso y rezos trataban de sacarle el demonio del mal que anidaba en nuestro compañero. El resto no sabíamos si reír o llorar. Cuando el tipo dejó el revólver sobre la mesa para trabajar mejor en su magia, lo charlé y le comenté que debía suspender su ritual pues nuestro amigo necesitaba tomar la medicación que había olvidado en el hotel. Nos llevó recomendándonos que no saliéramos porque estábamos todos embrujados. Por la mañana cuando vino a despedirse ya estábamos camuflados entre los equipos del micro. Nuestros cómplices le dijeron que habíamos partido temprano. El tipo, sonriendo con toda su dentadura blanca y su enjundia culminó: !Entonces voy a ver si los alcanzo en la ruta...me faltó recitarles una oración! Y salió arando a bordo de su Torino roncador. Indudablemente hay adhesiones que matan por cansancio.

     
  • Ricky se hacía llamar y era nuestro amigo. Judío de prosapia atorranta, humor negro y una alegría de vivir que lo tornaba imbatible. Era nostalgioso, tremebundo con sus horrores, tierno con los caídos. Leía  Tarántula de Dylan y creía en nosotros, los músicos de la incipiente Trova Rosarina. Una noche lo fue a buscar el Ejército a la casa donde vivía con sus padres y para su suerte no estaba. Por eso nunca le conocimos apellido: sabía el peligro y se resguardaba en un sobrenombre. Me hizo saber por conocidos que me encontraría en la plaza López esa mañana, que le alcanzara algunas cosas y algo de dinero que me dio entre lágrimas su madre, enteraba que su vástago había decidido huir del país. Yo estaba triste por su destierro y temeroso que nos descubrieran pero acudí a la cita. Me bajé del colectivo y lo vi sentadito en un banco. Era para descomponerse de risa: en pleno noviembre de sol Ricky ostentaba un pilotín, lentes oscuros y un sombrerito ridículo. ‑Como para no llamar la atención -fue mí saludo de bienvenida. ‑Shh -me dijo. Estaba transpirando un océano de miedo. Le dejé el paquete con sus documentos y el dinero junto al banco y me fui. Aún recuerdo su disfraz de fugitivo y me pregunto cómo hizo para escaparse a España con ese atuendo que llamaba tanto la atención como si portara una AK 47. Por suerte el destino suele ser generoso con los judíos errantes y geniales.

     
  • Es la tarde de otoño de algún mes del año 1991. Hace frío, garúa, tocan el timbre, el perro ladra. Sale al pasillo, pregunta a los gritos quién es. ‑Del banco Itaú -le responden desde atrás de la puerta. Cuando la abre hay un tipo que se presenta con credencial y dice pertenecer a la Seguridad Bancaria o algo así y está distribuyendo las tarjetas de crédito. La luz del foco le da pleno en la cara al tipo. Lo reconoce y mientras firma la hoja húmeda y extiende el documento, piensa en las paradojas de la vida. Ese mismo gesto, el de extender su DNI es el mismo que tuviera hacía mas de veinte años cuando el mismo tipo, vestido de civil pero perteneciente a las fuerzas represivas repetía el movimiento para corroborar que el músico rosarino no era un extremista furioso viviendo en aquella casa semiabandonada cerca del Hospital de Clínicas, cuando recién arribara a Buenos Aires y pensaba ganarse la vida con la cultura, eso si no lo desaparecían antes. Lo miró de lleno al tipo. Los mismos bigotazos pero con algunas canas. El tiempo pasa pero el miedo persiste. Como en aquella ocasión, también garuaba.

     
  • La hoja de ruta incluía a ese pueblito perdido en Santa Fe. Allí llegaron dos músicos de la Trova. Una calle asfaltada y un bar. Dentro el jefe comunal y el secretario de Cultura. Ambos muy amables los invitan con puchero y vino. Dejan los bolsos y una señorona les sirve. Darán una charla informal por la tarde y a la noche el recital. ‑Estoy nervioso - comenta por lo bajo el jovencito encargado de la actividad. ‑Tranquilo, la derrota ya la tenemos, nos falta el empate y luego ganar -sugiere uno de ellos y se van a dormir la siesta en un garage improvisado que hace la suerte de camarín; ahí nomás al fondo se levanta el tinglado donde  actuarán. La charla se levanta. Por la noche se cortan 24 entradas. El jovencito está exultante. ‑Es un éxito, un éxito -y abraza a ambos músicos. Ellos, que palpitan el desastre de solo atraer a dos docenas de almas le preguntan si está loco. -No, es que en este pueblo viven casi seiscientas personas, ¡entonces... el porcentaje da como si esto fuese el Luna Park!. Visto así, cualquier sombra hace una noche, se dice el músico y anota la frase para una próxima canción.

     
  • La chica rubia, bonita, que estaba en ese recital de casualidad se acercó al trovero pobre y tan ansioso en coordenadas artísticas. Le espetó, con la superioridad que demuestran las damas acomodadas: ‑Cantás bien, !pero qué mal te vestís!. Y se fue en un arrebol de jeans blancos, culito parado hacia sus lejanas tierras de confort. El tiempo, soberano parcial operó a favor del poeta, ya reconocido en todo el país por sus composiciones. La misma chica, quince años después, y su lindura aún sobresaliente, se le acercó en un camarín y le sonrió. Le sonrió tanto que subirse a su auto rojo, invitarlo a su depto de barrio Martín y hacer el amor fue simple. El se dejaba llevar. Cuando llegaron a su living ella se acomodó en sus brazos y empezó a quitarle prenda a prenda, por algo a él se lo consideraba una estrella de rock y ella una sumisa groopie adinerada. Cuando estuvieron desnudos, él, mirándola a los ojos solo le murmuró, mientras la acariciaba: ‑Me visto mal pero me desvisto bien. Y cerró la noche apagando la luz cenital del dormitorio de la bella tonta.

     
  • Si sos de una clase en que debía honrar a la patria haciendo la colimba, si has padecido mas tiranías que democracias, si te han despreciado, ofendido o arrinconado, si has oído la frase "Váyanse con la música a otra arte" o "Tocás el piano, ¿y de que trabajás?", si por tener el pelo largo te han tildado despectivamente de puto o drogadicto; si por no llevar ropa  a la moda de sucio y desprolijo, si por tener ideas propias de extremista y por no bailar de estúpido... !Bienvenido! Habrás entrado a la Cultura del amasijo, el desprecio y la homofobia. Fuiste de los primeros, hoy la música, el rock son sinónimos de fertilidad económica, independencia y admiración. Fuiste de los primeros, pero has sobrevivido y aún estás para dar batalla.

     
  • Cuando apareció en las radios y en los medios "Mirta de regreso", yo, que aún trabajaba en alguna oscura empresa de esclavo, debía oírla y callarme para no ser descubierto. Ser autor y estar emplazado en un jornalcito miserable manchaba mi prematura honra. Hasta que una mañana lluviosa un compañero se me acercó hasta la cueva donde yugaba y descubrió mi secreto. ‑¿Vos sos el mismo que dicen que es el autor del tema? Dije que sí con la cabeza y pasé a explicarle que todavía mi economía no daba como para irme por eso le rogué guardara mi secreto. Me lo aseguró y luego dijo aquello de "bueno...decime la verdad...el Turco ese que nombrás... ¿es por mí, no?". Obviamente le apodaban Turco. Le brillaban los ojos. Le mentí para que no me delatara además de condescendencia y en el mejor de los sentidos, por cariño y otro poco por piedad. Todos queremos ser nombrados, pertenecer a algo, trascender en una historia. Por algo, amigos, estoy escribiendo y firmando esto.

 

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