La secuencia no deja de dar vértigo pese a ser conocida. El 30 de marzo de 1982 se produjeron en la Capital y muchas ciudades argentinas manifestaciones masivas, desafiantes, contra la dictadura cívico militar. Las convocó la Confederación General del Trabajo (CGT).
El 2 de abril, las Fuerzas Armadas desembarcaron y tomaron las Islas Malvinas. Caracterizar a la invasión como un reflejo reactivo al repudio ciudadano es, posiblemente, distorsivo: la movida militar se venía madurando desde antes. Perola aventura bélica respondía al creciente descrédito de la dictadura, a la necesidad de generar un escenario que la relegitimara.
Es común aseverar que la dictadura no cayó como consecuencia del rechazo al terrorismo de estado sino al fracaso de la política económica, potenciado por la derrota en Malvinas. La narrativa, que contiene detalles correctos, peca por incompleta. También se había cuarteado el imperio del terror, eje fundante de la etapa. La decadencia de la tiranía venía en subibaja con el ascenso de la sociedad civil.
Lo dramatizaban, lo ponían en escena, las marchas del 30 de marzo, con el pueblo como sujeto y el secretario general de la CGT, Saúl Ubaldini. Un líder intuitivo, carismático, bastante ajeno a las estructuras gremiales añosas, convocante. El más popular de los referentes cegetistas, piensa uno. El mayor orador de masas de esa extracción, uno de los muy contados que conseguía escucha atenta en las calles.
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La gravedad de Malvinas, la sangre derramada, las vidas segadas o dañadas de los pibes de la guerra, la vasta adhesión a una jugada que merecía muy otro trato,justifican la evocación y la existencia de la efeméride, eclipsando en exceso la gesta del 30 marzo.
Fue la movilización pionera de la restauración democrática. La que insinuó las que se vienen sucediendo desde hace 36 años. Los argentinos volcándose a las calles, demandando, vetando, construyendo agenda y ciudadanía. Enfrentando, cuando así cuadra, a las policías o las Fuerzas Armadas bravas.
Tras la impasse impuesta a sangre y fuego desde el 24 de marzo de 1976, resurgió una de las constantes del sistema político: el protagonismo de la revuelta popular que, como sabemos, continúa vivita y coleando.