El sol abrasa a las 16, cuando unas 20 personas sacan a pulso las bolsas negras a la vereda de Italia 1828. El local del Movimiento Solidario Rosario es un hormiguero, y nadie se queda quieto. Esperan dos colectivos: en uno llevarán la mercadería y en el otro irán los voluntarios que repartirán ropa y juguetes en varios hospitales, y también en los puntos de recorrida habituales del Movimiento. El iniciador y cara más visible, Richard Camarassa, organiza, habla por teléfono, atiende a los medios. Avelina, que además de ser voluntaria es su pareja, da algunas indicaciones sobre cómo distribuir las donaciones, cuántas para internación domiciliaria, dónde ubicar los juguetes, qué hacer con los bolsones navideños. Unas tres horas más tarde, Richard pedirá disculpas a su interlocutor. "Le están por dar el alta a mi mamá, y necesito organizar eso", se excusa mientras intenta llamar por teléfono a una señora que cuide por un rato a su madre. Avelina se acerca, pero no pueden hablar desde su celular porque no tiene crédito. Apenas se termina el reparto en la Maternidad Martin, siguen la recorrida, no hay lugar para dilaciones. Faltarán el Hospital Centenario y el de Niños Zona Norte. En cada centro de salud, les dejan juguetes a los chicos. La jornada terminará cuando se acerquen a los puntos habituales, donde los esperan aquellos que vienen recibiendo cada martes y jueves, de 20 a 21.30, una vianda, una mano tendida, un contacto para tramitar derechos como la documentación, la asignación universal por hijo o una jubilación. "Esto excede a ir dos veces por semana, es una forma de vida", dirá Avelina cuando cuente cómo llegó al Movimiento Solidario Rosario, que lleva siete años de trabajo continuo.
Antes de la recorrida, el trabajo es frenético. Lo recaudado en el recital que realizó Mamita Peyote con la Orquesta infanto‑juvenil El Triángulo en el Anfiteatro, el lunes pasado, ya está embolsado y listo para distribuirse. Es casi un milagro que en tan pocas horas lo hayan logrado, pero lo cierto es que el Movimiento Solidario Rosario convoca a unos 100 voluntarios. En el recibidor de la casa alquilada a puro pulmón y actividades para recaudar dinero quedan algunas pocas bolsas vacías, algún que otro juguete desechado por su mal estado, muy poco. Cuando Eugenia Craviotto, la cantante de Mamita Peyote, se acerque al Vilela para participar de las donaciones, Avelina le dirá que la mayor parte de los juguetes recibidos estaban en buen estado. "Vino una señora con una compra de la juguetería, había algunos juguetes que tenían, por ejemplo, arena, pero muy pocos", le cuenta Avelina. Están contentas por la respuesta en el Anfiteatro, y Eugenia ratifica: "Es decir que la gente entendió la consigna".
Cada cual tiene su tarea asignada. La primera parada es el Hospital de Niños Víctor Vilela, donde los recibe la directora del servicio de Voluntarias, Cecilia Forniglia. Antes de comenzar la recorrida, explica que no repartirán todos los juguetes ese día. "Para Navidad todo el mundo hace donaciones, pero el resto del año no recibimos juguetes, y eso es lo único que piden los chicos", argumenta. De mayo a septiembre, en la temporada de mayor cantidad de internaciones, necesitan esos refugios lúdicos. Las recorridas son por la sala 1 ("la que construyó Messi", aclara la mujer), sobre la sala donada por la Fundación Lio, y donde estarán niños en etapa pre y pos quirúrgica. Hay algunos bebés, varios niños más grandes, prima la calma, y la sonrisa agradecida de los chicos que reciben su regalo. Afuera de cada habitación, los voluntarios escogen un juguete para cada cual. Entra uno o dos a cada sala. Abundan los camiones, los autos. "Mirá, un auto de Power Ranger", le dice la mamá a un nene que tiene una traqueotomía y sonríe, curioso. Por la sala 3 va otro grupo.
No cualquiera se anima a entrar en las salas. En el hospital Provincial, acompañadas por la médica de guardia de pediatría, Magalí Luna, el recorrido comienza en una habitación donde está internada una adolescente de 14 años, Lourdes, ansiosa por obtener el alta y pasar las fiestas en casa. Su papá le dice que el 24 harán un asadito en el patio del hospital para animarla. Lourdes no recibe un juguete, sino un bolsón de pan dulce y otros productos navideños que se reparten también en todos los centros de salud. Una de las voluntarias la alienta: "Vaaamos las fiestas".
La sala de Pediatría del Provincial tiene pintados motivos florales en las paredes, y hay carteles destinados a las mamás: que no cuelguen la ropa en la ventana, por ejemplo. Lucas tiene unos 8 años, es muy vivaz, le cuesta estar quieto. Recibe su regalo y ve que a su mamá le entregan un bolsón. "¿Qué es?", le pregunta. "Un regalo para mí", le contesta la madre, que lleva un mes internada con su hijo. "¿Lo vas a compartir conmigo?", la voz de Lucas suena como una súplica. En el sillón de la acompañante de al lado, Cintia, una chica de 23 años, trata de calmar a su bebé de 2 que llora, está molesto.
El recorrido por el Provincial lleva a transitar los pasillos del edificio de mediados del siglo pasado. Salvo una saludable planta Santa Rita que llena de color el paseo, resulta un tanto lúgubre.
Mientras tanto, por calle Alem, mientras esperan a los voluntarios, Adán y Judith también levantan, organizan. Algunos llevan la remera blanca con las letras celestes MSR. El recorrido está por empezar, el termómetro supera ampliamente los 30 grados. Hay algunas botellas de gaseosa. Entre las personas voluntarias, hay un par de niños y niñas. Lautaro tiene 12 años, es decidido, va con su mamá y la pareja de ella ("mi padrastro", dice). Lautaro forma parte hace meses del Movimiento. Le pidió a su mamá que lo llevara, y participa de las recorridas siempre que ella no esté demasiado cansada para llevarlo. Lautaro toma decisiones. "Este juguete para el bebé, este para la nena, éste para el nene", saca de la bolsa negra y separa antes de ingresar en una de las habitaciones. Su participación no es decorativa. "Cuando hacemos la recorrida es también muy activo, sirve el jugo, reparte los vasos, y fue él quien le pidió a su mamá integrarse al movimiento", dice Avelina.
Avelina tiene 22 años, hace tres que se integró al MSR y un año después se enamoró de Richard, que ahora es su pareja. Avelina cuenta en el trayecto entre el Vilela y el Provincial cómo decidió formar parte de esta corriente solidaria. "Hace tres años yo estaba muy mal, tenía acné, y me acuerdo que un día salí de la dermatóloga llorando. Estaba así cuando vi a una familia que revolvía la basura y pensé '¿Qué hago yo llorando por esto? No voy nunca más a un dermatólogo'". Desde entonces, su vida cambió. Las personas que asisten en la ronda centro, que va desde Mendoza y San Martín hasta Corrientes y Córdoba tienen su número de celular, saben que pueden contar con ella más allá de los martes y jueves de 20 a 21.30. Avelina no esconde su preocupación por el aumento de la demanda que reciben. De 25 viandas que repartían hasta el año pasado, ahora son 80. "Y te das cuenta de que tienen mucho hambre, que es su única comida del día. Vienen familias enteras desde lejos para recibir ese plato", describe. El alimento, que para ella siempre fue una excusa para hacer de nexo entre las personas y sus derechos, hoy es mucho más que eso. Aún así, rescata que todavía mantienen buenos vínculos con Ansés, Renaper, Pami, los lugares estatales a los que recurren para tramitar los derechos que corresponden a quienes se acercan, pero no saben cómo acceder. Avelina no oculta su nostalgia por un estado que "durante muchos años estuvo para los que menos tenían", pero no se deja abatir y sigue en su tarea solidaria.
"Cuando hacés algo por los demás, lo que recibís es muchísimo más que lo que das", dice Constanza, de 24 años, actualmente desempleada, a punto de emprender un viaje por Europa donde espera participar también de recorridas solidarias y traer proyectos innovadores a su vuelta. "Empecé hace más de un año, porque estaba muy disconforme con el sistema, con la sociedad, pero me di cuenta de que no valía quejarme, había que construir", dice Constanza sobre su tarea.
En el colectivo está también Silvia, de 38 años, acompañada de su hija de 10. Ella es peluquera, participa hace seis meses pero no siempre va a las recorridas. Es mucho lo que se puede hacer en el Movimiento, hacen falta aportes materiales y de horas de trabajo. Ella quiere brindar un taller de peluquería. Es cristiana, y cree que ayudar es su deber moral. Adán, que se incorporó por su amistad con Richard, cuenta que en el almuerzo que realizaron en la Rural para juntar dinero que les permita solventar el alquiler de la casa, le tocó asar los pollos. Fueron tantos que ahora no quiere ni oler una pata, pero está contento. El es de los que no se bajan en los hospitales porque le cuesta entrar en esos lugares, pero está ahí, organizando, subiendo y bajando cajas, apoyando con la logística. En el ómnibus cuenta que el año próximo van a sumar otras actividades, como talleres de oficio.
En épocas de tanto individualismo, estas personas -muchas y muchos jóvenes veinteañeros, algún que otro mayor‑ dedican sus tardes, sus horas, a tender una mano. Hace calor, y si bien es necesario mucho más que ese granito de arena para vencer las injusticias, pero ellos están ahí, dando su tiempo para otros. "Lo mejor que podés donar es tu tiempo, es lo más caro", dice Judith, contadora y pareja de Adán. El tiempo recobrado en mirar a los ojos de un -o una‑ semejante.