Como salir a caminar una agobiante tarde de verano y que de repente te alcance en forma de lluviecita el riego de un jardín. Ese punto exacto de felicidad. El nuevo disco de Los Reyes del Falsete está tan repleto de melodías, de coros en distintos planos, de vientos, de cuerdas, de detalles de producción y guitarras recortadas intensificando toda esa euforia, que es inevitable relacionarlo con alguna imagen sensorial. “Nos reencontramos con el divertimento, la alegría, eso que teníamos al principio pero que ahora pudimos recuperar tras algunas cosas que vivimos”, cuentan estos oriundos de Adrogué, herederos a su modo de la tradición electro-lúdica y rockera que orbita alrededor del Tío Bizarro en el Conurbano Sur (Perdedores Pop, Travesti, DChampions, Placer son algunas de las bandas que escuchaban o iban a ver). Y que ahora viven sus mejores días. “Todos nos comentan que es nuestro disco más logrado, que se nota un crecimiento. Y si bien para nosotros es difícil juzgar porque en un punto seguimos siendo esos mismos pibes ‘que pegaron el estirón’, sí sentimos que fue la primera vez que pudimos concretar casi exactamente lo que teníamos en mente”, dice Juan Martín Cianfagna, más conocido como Juanchy Manchy, guitarrista y cantante de este trío que completan los hermanos Nico y Tomás Corley (más conocidos también como Nica y Tifa Rex; guitarra, batería y voces, respectivamente), sobre Lo que nos junta, el disco en cuestión. Y este presente que no sólo confirma lo que se decía de ellos (esa gracia para entretejer temas entre progresivos y pop; antes un poco más desprolijos e inconscientes, ahora del todo contagiosos y rutilantes) sino que incluso los coloca en un estadío superior.

“Nos sacamos todos los gustos, cumplimos con lo que hace rato teníamos ganas de hacer”, acuerda Tifa, que supo quedarse hasta altas horas de la madrugada puliendo detalles de las canciones. “Por ahí nos levantábamos al día siguiente y directamente nos llamábamos por teléfono porque habíamos estado soñando con el disco. Literal. Se nos había metido tan la cabeza de una manera que no había pasado antes”, cuenta para graficar el nivel de obsesión que manejaban. También se desvelaron por la programación; amalgamar electrónica y rock de una manera que no habían podido lograr antes. “El efecto, por ejemplo, del parlante que se rompe en ‘1998’ era algo que veníamos queriendo hacer casi desde que empezamos a tocar, pasa que no sabíamos cómo, así que tuvimos que aguantarnos hasta ahora. Lo mismo lo de ponerle distorsión a las voces, samplear cosas de música clásica o conseguir que un tema se convierta en electrónico sin que casi te des cuenta”, señala sobre “Lo que nos separa”, el tema clave del disco, el que junto con “Legolandia” (el instrumental hecho con un programita añejo de computación; favorito instantáneo entre los fans para sorpresa de la propia banda) valen por sí mismos la escucha del álbum. En el caso de “Lo que nos separa”, por su ambición pop, sus coros cuasi faraónicos y la citada transición entre electrónica y rock. “Viajan sin pensar en nada/ Si se entienden es porque no hablan/ Lo que los junta es nada/ y es lo mismo que los separa/ Nada”, cantan los Reyes en un giro hacia la reflexión tautológica que también abarca el resto del disco y que reemplaza un poco aquellos leitmotivs medio happening (“Contale al mundo que lo amás”, “Ver las cosas como son”) que los caracterizaba, aunque ahí está “Super Chino” y su arengadora escena de chicos-que-compran-vino-nacional-en-un-chino para relativizar un poco la apuesta. 

Ahora bien: el presente de la banda no siempre fue así de feliz y venturoso. De hecho en el período 2013-14, poco antes de empezar a cranear este disco bisagra, Los Reyes del Falsete estuvieron a punto de separarse. “Estábamos re mal. A punto de cagarnos a piñas los tres. De verdad. Nos veíamos y nos odiábamos”, suelta Juanchy. Y explica: “Después de grabar Días Nuestros, nuestro segundo álbum, pasó que arreglamos con Warner y también con Geiser (subsidiaria de PopArt) y un poco coqueteamos con la idea de tener difusión comercial y tocar en grandes festivales. Y resulta que tuvimos un poquito de eso (porque nunca te dan mucho, siempre es poquito) pero también un montón de cumplir horarios, planificar movimientos, mecanizar ensayos. Y nos quemamos, nos quedamos vacíos. Nos empezamos a odiar”. Sigue Nica: “Un día nos llamó Juanchy, se sentó y nos dijo: ‘Muchachos yo así no sigo más. No la paso bien. ¡Nos olvidamos de lo que es pasarla bien!’”. Los Reyes, la banda que había hecho un culto de disfrutar sobre el escenario, se había convertido en lo contrario; su caricatura. “Ese momento fue crucial”, recuerda Nica, “porque me dije: ‘si se termina esto, ¿qué hago? ¿qué soy? ¿Sigo con la facultad, con el laburo? ¿Armo otra banda? ¡No! ¡Yo quiero seguir con Los Reyes!’”. 

Y en este punto hace su ingreso una figura fundamental. Nombrado en cada nota que ofrecen por el cariño y la genuina admiración que le profesan (y no es para menos: desde que Santi Rial de DChampions los presentó en 2011, el amor fue a primera vista y no dejó de crecer), Litto Nebbia adoptó a Nica, Tifa y Juanchy casi como una suerte de sobrinos musicales predilectos. No por nada grabó y cantó con ellos en “Los Niños” de Días Nuestros (aparece en el video y todo) y no dejó de destacarlos cada vez que pudo (invitación a tocar en el Colón incluída). Sin embargo, y en este crítico caso puntual, Litto –que detesta dar cátedra– operó de manera diferente. En vez de escucharlos y a continuación darles un consejo, pasó a la acción. Primero los incluyó como coristas en su octeto para llevárselos de gira por todo el país (“¡Tuvimos que armar armonías para más de setenta temas!”, se entusiasma Juanchy). Y después les hizo grabar la friolera de seis discos en un año (cinco dentro de su colección de reversiones de clásicos del rock nacional; y el restante, un tributo al Merseybeat del Río de la Plata junto a leyendas como los Shakers o los Mockers). 

“Grabamos todos esos discos sabiendo que no iban a tener una difusión, que no iban a sonar en la radio, que no iban a ser discos ‘exitosos’. Y aún así, ¡los disfrutamos un montón! Ahí nos dimos cuenta de que mientras nosotros, los supuestamente jóvenes, nos ahogábamos en un vaso de agua, él, Litto Nebbia, un tipo de 65 años, era capaz de ser mucho más fresco y disfrutar de la música que hacía como cuando tenía 14. Hicimos click”, cuenta Juanchy. Un extenso y terapéutico tiempo compartido, coinciden los tres, que “cortó de cuajo” cualquier tara previa y los “curó” definitivamente de la enfermedad que como grupo los aquejaba. “Empezamos a cantar más, a compartir muchos estudios con él, a tener mil charlas durante las giras y a reírnos un montón”, cuenta Nica. “Nos empapamos de sus anécdotas y de su amor a la música; de hacer lo que tenés ganas y de que no te importe nada más”, agrega Tifa. Y concluyen: “Aprendimos que el concepto de ‘vivir de la música’ es algo que por ahí tenés pensado y aprendido pero que no terminás de aplicar hasta que de verdad te decidís. Y Litto nos mostró que la única forma de decidirte es que la música no te importe más que a vos. Y que el camino no es sólo estar al servicio de la canción sino también no pedirle nada a cambio. Y en eso estamos”. 

Así las cosas, lo que vino después –como suele decirse– cayó de maduro: seguir con la banda y grabar el disco de sus vidas. No “el mejor”; sino el que más satisfechos los dejara. El que como banda les volviese a dar felicidad. “Juanchy nos decía todo el tiempo: ‘Van a ver que este disco va a ser el disco sanador, el que nos cure como pasó con Litto’. Y con Tifa un poco nos reíamos. Pero al final, como siempre, Juanchy tuvo razón”, reconoce Nica, que históricamente ofició como el más cerebral del grupo, pero que últimamente anda con ganas de tirar para el lado más intuitivo y sensible de la Fuerza. “Hoy cualquier problema que tengo lo hablo con ellos. Entre las giras, los ensayos y todos estos años grabando y haciendo música, pasamos más tiempo juntos que con nuestras parejas y familias”, señala. Y su hermano Tifa hace cuentas: desde que sus padres decidieron “hacer pool” para llevarlos al primario (cada uno a un grado distinto, sumando también a los otros hermanos de Juanchy y los Corley) ya llevan dos tercios de su vida compartiendo momentos y conociéndose. “Todavía éramos amigos en esa época, aunque en Facebook hay una foto de cuando nuestra madre no tenía con quién dejarnos y no tuvo mejor idea que llevarnos a lo de Juancha, que justo cumplía años, y entonces aparecemos soplando las velitas con él y sus compañeros de grado”, cuenta. 

Poco tiempo después (una Navidad en la que Juanchy hacía una fiesta y Nica recuerda caminar con Tifa las dos cuadras que los separaba de su casa para poder participar del festejo) ya no hizo falta que sus padres los vincularan. Lo que al día de hoy los convoca ya existía. “Si después de tantos años en lo que nos junta, en seguida pienso es esas ansias que siempre tuvimos de querer hacer algo con lo que tenemos”, reflexiona Juanchy. Y regala este momento único extraído de su corazón: “Me acuerdo de cuando todavía ni tocábamos juntos, ni siquiera teníamos banda, pero ya nos habíamos empezado a juntar en lo que hoy es nuestra sala de ensayo. Un lugar en el que todavía no había nada, solo pinturas de Nico porque ya en esa época le gustaba pintar, pero donde igual ya nos poníamos a hacer percusión sobre botellas de cerveza vacías y a cantar en el aire. No sabíamos tocar. Pero no podíamos parar. Creo que eso todavía es la esencia de estar juntos hoy”.