Ahora el Presidente alaba la dizque disminución de la pobreza. Contento como un niño cuando miente y cree que nadie se da cuenta, anda diciendo que “bajó la pobreza” y que es del 25 por ciento.
Sería gracioso sino fuera que es grave. Le dibujaron los números del Indec y del ministerio de la incalificable y muy británica Sra. Stanley, para que ahora ande diciendo que en la Argentina neoliberal sólo uno de cada 4 ciudadan@s es pobre. Mentira grande como un elefante, basta mirar alrededor.
El desempleo masivo que genera este gobierno, más la despoblación rural y de cientos de localidades que ahora son pueblos fantasmas, choca con el dato que ellos mismos declaran: que para no ser pobre hay que tener ingresos de más de 17 mil pesos.
Esa contradicción que desnuda una mentira tan burda como repugnante, es otro modo de abusar de un pueblo harto pero confundido y abrumado por el sistema mediático oficial que, ahora mismo, ya ni oculta las multimillonarias cuentas offshore de funcionarios macristas como el “amigo” Caputo o el “espía” Arribas. Si hasta el ministro Aranguren confesó, en el diario La Nación, con cara de granito y sin vergüenza alguna: “Todavía tengo la plata en el exterior, ya veré el momento de repatriarla”. Y tomá para vos.
Lo que están haciendo es dibujar estadísticas. Incluso ahora hasta niegan las mediciones de la para con ellos siempre complaciente Universidad Católica Argentina (UCA), que dicen que es pobre el 31% de la población.
Cualquier persona honesta y con ojos para mirar alrededor sabe que la pobreza en nuestro país es mucho mayor y es estructural. Por lo menos la mitad de la población está en emergencia de salud, de educación y de previsión social. Nunca estuvo socialmente tan mal esta tierra nuestra. Ni con los milicos ni con Menem. Por eso resulta grotesco que estos tipos mientan tan descaradamente para tener un poco de aire en medio del clamor puteador. Estos tipos no conocen el interior de Salta, de Jujuy ni de Santiago del Estero; no ven la emigración creciente de la Patagonia ni la miseria que crece en los conurbanos de las ciudades de Córdoba, Rosario y tantas otras como Río Turbio, Sierra Grande e incluso Azul, ganadas hoy por el desempleo y la desilusión debidos al cierre de industrias y la avalancha de importaciones.
Lo que los sacadólares del gobierno llaman “recuperación laboral” son apenas empleos basura y changas. Y en ese contexto de mentiras, mientras cacarean con la exportación de limones a los Estados Unidos, silencian la importación de limones chilenos que se ven en cualquier frutería del Chaco, Corrientes y Misiones. Junto con naranjas importadas de Valencia, España, que son como escupitajos en la cara de miles de productores de naranjas de Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe y el norte bonaerense.
Estos tipos no tienen límites porque no tienen vergüenza, y su voracidad empresarial es infinita. Y lo peor es que seguirán sin límites mientras perdure la dictadura de Clarín, La Nación, TN y demás fabricantes de “posverdades”, o sea mentiras, y mientras la así llamada “justicia” continúe en manos de tantos fulleros con diploma.
En ese contexto, la pobreza sigue siendo un signo vergonzoso de esta tierra. Un contrasentido, un absurdo, una extravagancia. Y una deuda que nadie hasta ahora, ningún gobierno de las últimas seis décadas, consiguió realmente eliminar.
Hubo momentos de recuperación, ciertamente, de la mano de activas políticas de estado, y de hecho en los años 70 se dio la paradoja más estentórea: el auge de la violencia política contestataria se produjo justo cuando los índices de pobreza eran más bajos; y la respuesta del sistema dominante (oligárquico, cívico-militar, empresarial y eclesiástico) fue el terrorismo de estado más brutal, feroz, cínico y genocida de toda nuestra historia.
Es durísimo reflexionar seriamente sobre la pobreza, porque no hay gobierno de los últimos 63 años, por lo menos, que haya revirado estructuralmente la pobreza y la indigencia. A algunos, como el kirchnerismo, hay que reconocerles una firme intencionalidad y no pocas acciones y legislaciones. Que permitieron un descenso de aquella pobreza que tras la crisis de 2001 había alcanzado guarismos escandalosos: el 57,5 por ciento de los argentinos, que sumaban entonces 20.815.000 personas viviendo en hogares pobres. Y de ese total, 9.955.000 eran indigentes, todo esto según el diario Clarín del 1º de febrero de 2003, en base a datos del Indec (que entonces se suponía creíble e infalible).
Pero los números, chúcaros siempre, siguieron siendo altísimos doce años después: el 15 de julio de 2015 el diario Ámbito Financiero, basado en datos de la UCA, informaba que el 28,7 por ciento de los argentinos seguía en la pobreza, el 6,4 por ciento de los cuales no superaba “el umbral de indigencia”.
Si los números cantan, como dicen los quinieleros, ahí están y es inútil debatir ahora si fue mérito del kirchnerismo disminuir 30 puntos la pobreza, o si fue fracaso no haberla erradicado o al menos bajarla más.
Como sea, lo cierto es que ahora, cuando el presidente se muestra otra vez patético diciendo tonterías y un poco más y bailando con globitos porque le pasaron números dibujados, la pobreza y la indigencia que afecta a casi media Argentina sigue siendo la contradicción más irracional y grotesca de esta república.
Y lo peor es que estos tipos sólo tienen dos respuestas para el dolor, la bronca y la desesperación popular: la violencia represiva y la mentira sistemática.
En eso sí que no hay “cambiemos” que valga. Y así nos va.