Había terminado la secundaria, todavía vivía en Banfield, donde nací, y como viajaba para estudiar a Capital, algunos días aprovechaba para pasar por lo de Pepe de Abraxas, donde me hacía copiar discos por 15 pesos. Todavía me acuerdo de su mail, creo que era pepe_death_in_june, probablemente arroba hotmail. Nunca tuve un archivo de discos y el CDR estaba hecho a mi medida, en su berrretismo, porque no había gesto de coleccionista en mí, sino más bien la pura voracidad de ir atravesando y probando todo, arengada por los primeros resplandores de Internet. Eran los 2000 y mis estantes eran pura fotocopia y Verbatim; por ese momento yo empezaba a escuchar los discos de Wire y The Fall. De esos dos post punks ingleses, The Fall era mi favorito, porque ahí encontraba la profundidad de la voz de Mark E. Smith, la plasticidad del sonido de sus vocales, y el zumbido de lanzamiento de sus frases al aire, impactantes como piedras. Y, sobre todo, y transformando todo, los coros y guitarras de Brix. The Fall sonaba a una especie de religión vital que era luz y sombra a la vez. 

Un amigo, Tadeo, me había hecho incursionar en la banda, que para mí más que banda era una onda y un universo, y si lo pienso bien creo que fue una noche muy precisa la que sellé mi fanatismo por ellos. Caminando por San Telmo, caímos en una verdulería, en la que estaba por tocar Mujercitas Terror. Esperamos a que arrancara sentados en el cordón de la vereda y apenas se acomodaron para tocar ya los idolatraba. Carmen, de la que más tarde me hice amiga, y con la que por un tiempo nos juntamos a escribir y a grabar algún experimento, tocaba descalza, entre cajones de verdura y hojas de lechuga arrugadas en el piso, con sus uñas de los pies perfectamente pintadas de azul. Marcelo tejía y destejía la guitarra al tocar, y Daniela vestida de blanco y maquillada como una novia gótica, eran totalmente increíbles. Yo venía escuchando The Fall, y en esa noche, y para mí, las dos bandas se enlazaron como una sola. Después de esa noche me copié casi todos los discos de The Fall, y me obsesioné con una canción: “The Garden” del disco en el que Brix se siente más, con su timbre pop, Perverted by language:  “The Garden” es como una plegaria, un relato larguísimo, mítico, de unos dioses caprichosos que van haciendo cosas, inician el mundo con una creación pop. Y en lugar de creación parece que hicieran un collage, para una tapa de disco de los ´90. 

El asunto es que yo trabajaba en una biblioteca, por ese tiempo, y empezó a venir un chico que estaba de paso en Buenos Aires pero que vivía en un pueblo del sur de Inglaterra. Él estaba escribiendo algo largo, una novela. Libro va, libro viene, nos enganchamos y, al llegar el verano, me invitó a visitar su pueblo. Yo feliz, no tanto por viajar sino porque conseguimos dos tickets para ver a The Fall en un lugar cerca de Manchester. Éramos muy jóvenes y no nos conocíamos tanto, tal vez eso explica que intempestivamente y en medio del viaje, yo quise separarme y seguir viaje sola.

Pasé unos días en un hostel repleto de surtidores de gaseosa y gente en ojotas, hasta que llegó el día del recital. Recuerdo que un mexicano que charlaba con todo el mundo me dio indicaciones para llegar. No era cerca, tenía que dar algunas vueltas y tomar un tren que me dejaba en Victoria, una estación que después reconocí en alguna película de Hitchcock. Cuando finalmente llegué al lugar, lo primero que sentí era que estaba en una callecita de Lomas de Zamora. Reconocía con extrañeza la familiaridad extrema de esas casas bajas y arbustos cortados con geometría escolar. El espacio del recital era un pequeño galpón con olor a pileta de natación, mezcla de bodegón, gimnasio antiguo, y club social. Bajé unas escaleras y me encontré con un Mark E. Smith resplandeciente, cantando a dos micrófonos, mezcla de preacher y niño punk. El recital tuvo sus momentos, aunque recuerdo la percepción de que estaba más frente a un músico genial con instrumentistas y ya no frente a esa pandilla pop expresionista con la que mis discos me habían hecho fantasear. Sin Brix, aunque con una tecladista y corista en esa misma fórmula, faltaba la parte para mí fundamental de The Fall. Fin de la noche. Logré volver gracias a un amable aventón de unos periodistas de rock cincuentones, por suerte, porque me había indigestado con una sobredosis de Fisherman´s friend (esas pastillas de mentol inglesas minúsculas y peligrosamente fuertes) y me era imposible desplazarme hasta ninguna parada de colectivos.   

Años después, con otro amigo músico muy querido, Leandro Uría, encaramos la traducción de una larga entrevista de Mark E. que todavía tenemos en borradores, un libro repleto de anécdotas increíbles que algún día terminaremos. Perverted by Language es el sexto disco de The Fall, fue lanzado el 12/12/1983, así que esta semana está cumpliendo 33 años de edad. Leí hace poco en internet que cuando John Peel escuchó por primera vez “Eat yself fitter”, uno de los temas de este disco, se desmayó –literalmente– de la emoción.


Paula Trama nació en Temperley en 1982, es poeta y música. Trabaja como profesora de Literatura en el Instituto Vocacional de Arte y coordina talleres de escritura de canciones. Publicó La yegua y el caballo no existen por Editorial Diatriba (2010) y Rosa y Negro por Determinado Rumor (2012). Como solista lanzó un LP intitulado AAAAAAAAAAA (2011). En 2012 formó la banda Los Besos junto a Fede Fragalá, Rodo Ingaramo, Sebastián Rey y Victor Rallis, con quienes editó dos EPs, 1 y 2 (2013) y un LP, Un disco de Los Besos (2015). Este año, con Inés Copertino, fundó Susi Pireli (dúo de voz, guitarra, teclados y pistas).