La obra de Teresa Pereda no podría ser pensada sin considerar un hacer relacional, una raíz espiritual y una estética propia entroncada en el mundo indígena. La constante en su trabajo está marcada por una dinámica vinculante, al poner en contacto elementos esenciales; puntos geográficos, a partir del trazado de itinerarios; y personas, en el intercambio de tierras, en los gestos de entregar y restituir.
Su operatoria parte de la intuición y la observación. Se pregunta, ahonda e investiga; busca develar aquello que nos mira y nos dice secreta y silenciosamente. Ahonda en los elementos agua y tierra en el interior mismo de las imágenes. Nos cuenta de lo elemental y lo esencial de la materia que hace al hombre. Tierra y agua, partículas de una cosmogonía eterna.
–¿Cómo es tu experiencia física con los materiales agua y tierra?
–Mi instrumental es muy simple: propicio sobre el papel ciertas condiciones que viabilizan las leyes físicas y geológicas y dan inicio a las dinámicas naturales de agua y tierra. En consecuencia, energía, materia, tiempo y espacio interaccionan entre sí y hacen visible el comportamiento de la naturaleza. Mientras mantengo el papel entre mis manos, la mezcla de agua y tierra presenta una marcha lenta, y a la vez, fluida, plena de accidentes, escurrimientos y decantaciones. A partir de esta operatoria, obtengo una superficie parda, un poco áspera, noble, permeable, tenebrosa, semejante al suelo mismo.
–¿Cómo se manifiestan el agua y la tierra en el plano simbólico?
–Soy consciente de que la tierra es material ritual, concentra memoria, me vincula a mis ancestros, a mi propia esencia de Hombre y Mujer. La tierra es materia de reunión, de identificación comunitaria, donde todos quedamos igualados. El agua me sitúa en un nuevo espacio, donde mi propia piel puede extenderse, disolverse. Dejo que fluya. Hago posibles, en pequeña escala, desbordes, tsunamis, aluviones, maremotos, erupciones, remociones de masas. Mientras transita el papel, el agua agita minúsculas partículas. Carbones, tierras, polvo, burbujas que flotan, se desplazan, reposan... para luego decantar, lentamente, cuando la aquieto. Queda su huella opaca, abismal y enigmática. Perduran el sedimento y la pluralidad del tiempo geológico.
–En los dibujos de agua que conforman esta serie, se hace visible una relación ineludible entre el arriba y el abajo. Es decir, ese paisaje que vemos en la superficie pero, además, aquel que está muy por debajo nuestro.
–El agua y la tierra plasman sobre el papel un paisaje que no vemos en nuestro cotidiano existir. Incluso el subsuelo se hace presente, visible. Sobre el suelo recibimos viento, lluvia, humedad o escarcha. Debajo, el calor quieto y un silencio cursado por ríos que no percibimos con los ojos. Al leer los dibujos de arriba hacia abajo emergen las crestas y montículos de cerros y lomadas que constituyen nuestro horizonte visible. Bajando la mirada, interpreto que algunas zonas son aquellas por las cuales me puedo desplazar, y luego, hacia abajo, se presentan los canales que vinculan la superficie terrestre con acuíferos y napas subterráneas, o incluso chimeneas volcánicas que se conectan con el núcleo de la tierra. Estos paisajes me sorprenden por su similitud con las percepciones que suelo intuir.
–Sé que desde tu infancia has tenido pleno contacto con el arte por las mujeres, en tu familia, y con pueblos originarios, por tu padre y tu tía. Entiendo que estos hechos te introdujeron al territorio de las propiedades mágicas de nuestros ancestros y de nuestras culturas primigenias. ¿Qué antecedentes podrías rastrear que gravitaron en esta serie de trabajos? Percibo que en su realización existe un fuerte componente de intuición, casi de adivinación.
–La infancia es un universo completo en sí mismo, y nunca ceso de recordarla. Es como si fuese mi libro escuela. Puedo señalar dos experiencias fundantes. Dos hechos que me marcaron. Una de ellas se relaciona con mi abuela, que tenía capacidades para la rabdomancia. Yo era muy chica, recuerdo estar caminando con ella y ver cómo la horqueta que llevaba en sus manos bajaba; a mi vez, yo la tomaba y ocurría lo mismo. Con ella compartí la experiencia de la rabdomancia, que, de alguna manera, prosperó en estos trabajos, sin yo buscarlo conscientemente. El otro hecho se remonta a mi adolescencia, el día en que, participando de una ceremonia ancestral mapuche, junto con mi tía Isabel, me señalaron con la marca del viento. Me pintaron las mejillas de azul, que es color sagrado... ¿por qué me pintaron? No me lo explicaron, y tampoco lo pregunté. Esa marca azul resultó un hecho mágico que me inició en un camino y me permitió ingresar a un mundo que estaba aparte.
–¿Cómo continuó tu camino a partir de esta marca?
–Con el paso del tiempo, me vinculé más estrechamente con el mundo indígena desde un compromiso personal. Integro, desde hace quince años, la comunidad günün ä küna mapuche Vicente Catrunao Pincén, que se encuentra abocada a un proceso de reetnización y reconstrucción comunitaria. Distintos miembros de la comunidad viajamos dos veces al año, en los meses de mayo y noviembre, a tomar parte en dos rogativas o Nguillatún, en las comunidades picunches del norte del Neuquén. Allí nos congregamos entre trescientas y quinientas personas durante tres días y tres noches. La participación en ellas permite la recuperación y el aprendizaje del amplio y complejo ceremonial-ritual. La Comunidad Pincén me ha elegido para ser partícipe; esto significa ser una hermana. En contrapartida, he asumido determinadas obligaciones, uno de los roles que me ha sido asignado es el de “sacar el tayil” (canto sagrado de las mujeres), que fortalece el quempeu de los bailarines de la propia comunidad. Me involucro entera en este proceso. Es mucho el tiempo compartido, simplemente estando...
–Se percibe una vitalidad profunda relacionada con la gente y la naturaleza. Pero, asimismo, marcan una impronta física en tu trabajo como artista.
–El sentido de la experiencia estética que propongo en mi trabajo está en consonancia con este proceso que voy transitando. Me encuentro aquí por la elección de un camino espiritual, pero, a la vez, se trata de un campo de trabajo, aprendizaje y construcción que involucra mi persona, mi obra y mi quehacer como artista. Para hacer mi trabajo me permito entrar en los ciclos naturales y en el tiempo de ellos, que es muy distinto del nuestro. Allí aprendo lo que no puedo conocer en otros lugares. Se trata de una contemplación en la acción comunitaria.
–Volviendo a los trabajos con la tierra y el agua, ¿cómo describirías tu propia experiencia de tránsito entre el arriba y el abajo en las imágenes que obtenés?
–Mi contacto inicial con cada uno de los lugares es caminar, como forma de enlazar el agua y la tierra con el horizonte. Ingreso, a la vez, a territorios subterráneos que no puedo ver, pero cuya existencia puedo constatar de diversas maneras, “ver” la tierra y el agua con mi intuición y percibirlas, ya que son cuerpos que emiten magnetismo o radiación. Escucho el material y sus resonancias. Hablo con la materia, ella me escucha y, en tanto se comporta, me contesta. Esto me ayuda a hacer el tránsito y a asumir cierta magia por suceder.
En la galería Van Riel, Juncal 790, de lunes a viernes, de 15 a 19, hasta el 20 de abril.
* Artista y curador.