Mi relación con Andrés Rivera comenzó hace doce años cuando me vino a ver para que publicara su obra. El primer título que le contraté fue Esto por ahora y desde entonces llevo publicados quince libros. Andrés logró crear un estilo propio: leés dos páginas y te das cuenta que son sólo de él. Su narrativa hace de la historia el material de origen de la escritura. En un primer período, entre los 50 y 60, los personajes eran portavoces del optimismo y de una confianza en la racionalidad histórica que conduciría finalmente a que los explotados ejercieran el poder. Después de diez años de silencio narrativo, que coinciden más o menos con la dictadura, surge una etapa en la que adquiere el principio de economía de su escritura, algo que todos admiramos. Rivera te dice con el veinte por ciento de las palabras, sin perder profundidad ni hacer chato el texto.
Sus relatos posteriores complejizan la representación del poder, que ya no está concebido de una manera compacta. Muchas son historias de derrotados, inclusive cuando toma un personaje que en su momento fue un triunfador, como Juan Manuel de Rosas en El farmer, está exiliado, sin poder y es un viejo que recuerda su pasado para ajustar cuentas. Juan José Castelli también es un derrotado, en La revolución es un sueño eterno, que cuenta desde su derrota y su enfermedad; no está en la etapa jacobina y combativa. En Ese manco Paz sucede lo mismo: a partir de la derrota empieza a contar, dialogando en espejo con Rosas. La historia es una excusa para reflexionar sobre el poder, el sexo, la muerte y los argentinos, que son las preocupaciones de Rivera. Para mí es fundamental cuando hace aparecer dos personajes marginales: Lucas y Daiana –Lucas va a matar a Arturo Reedson, el alter ego de Rivera–, dos chicos que no tienen moral ni ética y sobreviven como pueden; personajes que reflejan cómo el menemismo destruyó el tejido social al quebrar la relación con el mundo laboral.
Este es un fin de año muy triste también por la muerte de Alberto Laiseca; es una generación de escritores que dio mucho a la literatura argentina y el paso del tiempo nos va privando de tenerlos entre nosotros y que siguieran escribiendo. Eso me genera mucha tristeza; es una pena perder a estos maestros que dejan un hueco que será difícil de llenar. La mejor herencia que nos puede dejar un escritor son sus libros y en la medida que yo siga en este oficio trataré de mantener vivos los libros de Rivera.
* Editor de Seix Barral.