Se cumplieron 10 años de que Los Dogos, el primer equipo de fútbol gay, se reuniera como respuesta a los dichos de Daniel Pasarella, director técnico de la Selección Nacional cuando dijo que no quería jugadores con pelo largo ni aritos, ni homosexuales. El aviso de convocatoria salió en la revista NX y aparecieron más de 30 interesados para jugar a la pelota entre pares, sin tener que ocultar quiénes eran ni fingir hacer lo que no hacían.
Cuando entré al equipo, en el 2009, encontré un espacio donde podía disfrutar sin que la competencia y la desesperación por ganar opacaran el placer del juego. El nivel de tolerancia a los errores era distinto al de los equipos pakis, donde la equivocación podía ser motivo de insultos y trompadas, y la disidencia sexual motivo de burla y castigo. Un hilo de hermandad nos atravesaba, como si nuestra sexualidad fuese motivo para festejar y estar juntos; y lo era. Hacíamos comentarios gays. Comíamos asados lokeando, hablando de fútbol y de nuestra putés. Con el paso del tiempo se fueron formando más y más equipos diversos: De Los Dogos se desprendió la SAF, apareció GAPEF que juegan en Boedo y son más de 300, ADAPLI, FGR, Los osos, donde convivimos con distintas identidades: trans, héteros, gays, pakis- queer, y de vez en cuando alguna cis.
Además de darme historias para narrar, de hacer amigos nuevos, y esperar los sábados para jugar, conocí mucha gente del ambiente. Para esta nota contacté a un ramillete de jugadores gays, de las inferiores, directores técnicos, entrenadores, coach; la mayoría no quiso hablar (como era de esperar), otros aceptaron bajo seudónimo y muchos no contestaron los mensajes; una pena porque cada persona es una historia para hacer un perfil (como lo hice en el libro Juego de chicos). El mago me confió sus puntos de vista, pero pidió quedar en este seudónimo. Paco,un conocido kinesiologo me dio una entrevista muy a calzón quitado. (ver en página siguiente) El Chulo habló sin tapujos, aunque es de otra época, y su historia nos remite al 86, cuando River ganó la Libertadores; parece que algunas cosas cambian, pero otras todavía siguen igual…
El abuso por su nombre
El mago, 26 años, vivió en un pensionado y después se mudó a un departamento; sus padres pudieron pagarlo. Jugó en equipos de primera división, en la B Nacional, y en la B del Metro, pero le cuesta hablar para Soy. Lo piensa. Más tarde me tira un texto por WhatsApp. Yo sé quién es él pero prefiere no dar su nombre. Después me clava el visto, pero no contesta mis mensajes. Finalmente se decide, habla, y me cuenta lo que puede: "No tengo mucho para decir desde mi experiencia. Vi amigos y conocidos que eran víctima de estas situaciones, sé que existe, es algo naturalizado en el ambiente del futbol y muchas veces avalado por dirigentes, juegan con las necesidades de los pibes pensionados y al venir de lugares donde no sobran recursos quedan expuestos a este tipo de abusos. Es algo que se veía todos los días. Vos pensá, esto del pibe que viene del interior, que tiene padres laburantes o que viene de una villa, que no tiene para vestirse de Armani, para usar perfumes o un reloj, pero, sin embargo es el estereotipo que el mundo del futbol impone… Y el abusador va por ese lado, siempre seduciendo con algo material. En su momento yo lo veía naturalizado y si no hubiese saltado este tema ni me hubiese acordado de este tipo de cosas que pasan los pibes pensionados, no lo hubiese pensado de esta forma…", dice El mago abriendo las puertas a la reflexión, repensando lo que era obvio y no se cuestionaba, porque era moneda corriente; aunque un par de zapatillas que les dan no es lo mismo que recaudan cuando, después de formarlos, los venden al exterior.
La historia viene de lejos
Así, entre partido y partido, bajo el sol o las estrellas, conocí al Chulo, que hoy pasa los 40. Atravesó una mala experiencia como jugador en la reserva en un equipo de primera. Por eso eligió un equipo gay, donde nadie cuestionaba nuestra forma de correr, de taconear, o de ser. Cuando tenía cinco años la familia de Chulo perdió las propiedades que tenían, incluido el departamento de Las Heras y Bustamante. Después de la pérdida, su papá se fugó y no lo vieron a ver. La mamá se los llevó a Misiones. Tenía trece años cuando volvió solo y terminó en González Catán. Su primer empleo fue en una mueblería. Por las mañanas sacaba los muebles al costado de la ruta y cuando los autos paraban en el semáforo, él se acercaba y les ofrecía los cachivaches que había lijado y barnizado. Cansado de la mueblería llegó al estadio de River. Hizo una recorrida. En la sala principal estaba el gimnasio, comida, toallas, y ropa de gimnasia por todas partes. El jugador Enrique lo llamó y le presentó a un par de compañeros; y le ofreció comer lo que quisiera. Enseguida se dio cuenta de que ése era el lugar donde siempre había quería estar. A los dos días empezó a trabajar como canchero: cortando y arreglando el césped de la cancha. River tenía otro campo donde sembraban el pasto, lo cortaban en cuadrados y lo ponían con arena en la cancha principal. Guardaban las herramientas de trabajo en un cuartito. Ahí, a veces entraban Gordillo, el Loco Enríquez y otros jugadores, a tomar agua y descansar. Gordillo le regaló unos botines que no le iba a nadie, porque calzaba 38. Goicochea le dio un buzo y un pantalón. Al poco tiempo Chulo empezó a entrenar en las inferiores. Muchas veces no se iba a la casa porque, si salía a las ocho y tenía que levantarse a las seis, se quedaba sin transporte. Entonces, empezó a dormir en el cuartito de las herramientas. Otras, cuando salía, daba vueltas por el centro hasta que amaneciera. Algunas noches durmió en los bancos de la Plaza San Martín.
Un día, después de cortar el pasto, y de entrenar a la tarde, se estaba bañando con sus compañeros en el vestuario, hasta que desaparecieron. Chulo se quedó solo. A los pocos segundos apareció el fotógrafo del club, que tendría unos cincuenta años, y empezó a bañarse al lado de él mirándole la pija. Después se la agarró. Chulo le sacó la mano. - Si querés venir a mi cuarto- le dijo el fotógrafo -mañana te saco fotos con Alonso, Funes, Alzamendi, Gutiérrez, con quien vos quieras… Bien entrada la noche el fotógrafo pasó y se la chupó. Chulo se hizo el dormido, pero le gustó, tanto como la plata que le dejó al costado del rastrillo, y las fotos que le tomaría al día siguiente con los jugadores que él quería. A partir de esa noche, cuando necesitaba plata, Chulo lo dejaba entrar.
Jugando de 11 con la reserva de River, en Mendoza, se le hinchó la rodilla. Le dijeron que tenía filtraciones. No se quería operar porque tenía miedo y le hicieron la cama, según me cuenta Chulo en una parrilla de San Telmo apoyado en un mantel de hule mojado. Le ofrecieron irse, pero como él no quería, le pusieron cocaína en el bolso. "Ahí ya cobraba un sueldito, no solo por trabajar como canchero y tener chicos a mi cargo, sino también por jugar al fútbol. Me tocó hacer la colimba, y cuando salí no quise saber más nada con el club. Terminé trabajando de mozo, hice de todo un poco. La cama, creo yo, me la hicieron por otra cosa; porque sabían que a mí me empezaban a gustar los hombres".