La realidad es mucho más que cualquier relato. Los sueños también.

No es un 08 firmado. Le termino de anunciar que esta es/será la última sesión y apenas alcanzo a sostener la mirada de sus ojos café. No es fácil, como la primera vez me desparraman ganas/deseos de estar en un café y que desde el otro lado de la mesa, sus ojos café me miraran como el sol anunciando un nuevo día. "Ya me está gustando más de lo normal".

Feuerbach con Fonsi. Luis/Ludwig.

Intensidad, silencio. Mientras "lo mirado mira", algo del infinito va equilibrándose en la indefinida reciprocidad cotidiana. La ausencia de palabras no es el vacío de la expresión.

Después de 20 años tuve que volver a persignarme en el ritual de los Testigos de Freud/Lacan porque... Hacía cuatro meses, todas las madrugadas desesperaba en una pesadilla irrecordable, desembocando en perversas materialidades. Taquicardia pegajosa, cerrazón en la garganta y dolor en los brazos. Repugnante sensación de asfixia pequeño burguesa, que parece estar de moda en estos "tiempos que prefieren la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser". Ataque de pánico. ¿Ansiedad? ¡Sube, sube, sube!

Consultas, radiografías, análisis y encefalogramas en medio de la adolescencia tardía. Nada en contra. "Algo de la azotea" diagnosticó Raimondi, el cardiólogo. Y no me quedó otra que entregarme a los que "curan de palabra", caer en el derrame de la República de la Sexta. Donde cada dos humanos hay tres sicólogo/as y medio.

Sucedió gracias a la recomendación de una amiga, pero "nada sucede por casualidad, si sucede es porque lo buscamos" dijo el Tata Martino antes de alzar la copa del 19 de junio del 2013. Mis analistas siempre son mujeres. Sólo con pensarlo se me acelera el pulso.

En sesiones le compartí los abrazos que nunca podré dar, el beso frío de la boca de un FAL que por décadas sentí en la nuca, la tortura reciente y puntual de las 3 de la mañana. Todos los días, todas las semanas, todos los sueños inmediatos, vencidos y la oportunidad del descanso hecha un estropicio. La continuidad sin fin del inaprensible chisme síquico, el relato que lograba inaccesibilidad para seguir con la impunidad de su chantaje de terror. La jodida incertidumbre desbordándome en la vigilia al no poder "recordar" las estructuras/imágenes amenazantes, la historia inexpresada acosándome en el suplicio donde lo racional no se diferencia de lo instintivo. Miedo clase mierda. Olvidar los "sucesos originarios", recordar/hacer‑realidad sólo el malestar individual que hace sentir/sufrir.

Cada vez que le decía que había una relación entre los trolls macristas y mi extraviada pesadilla, ella trataba de limitar la carcajada.

-‑Su pesadilla no es un meme ‑-, me repetía. Despacito, con algunas "herramientas" brindadas en la sala de análisis. Algunos gestos precisos,  cierta mirada sencilla y el silencio mismo como asistencia terapéutica. Pases de gol que no siempre convertían, aunque la pesadilla iba disolviendo frecuencia y profundidad.

Del tilo al taichi, de la valeriana a los Senoi, del registro gradual de la respiración a la religiosidad de los 45 minutos. Sin diván, pero ritual al fin. "Pasito a pasito, suave, suavecito" fueron diluyéndose los síntomas del "storytelling" de mi inconsciente. La pesadilla empezó a tener secuencias distantes; de alguna manera la empezaba a agarrar por territorios de la infancia. Al mismo tiempo, demasiados contornos para una sola mujer, las cotizaciones del afecto/deseo aumentando en la frontera de la piel y las buenas costumbres. La transferencia en análisis no es un formulario que se "resuelve" on‑line.

Habíamos acordado dejar el consultorio por las fiestas de fin de año. En el regreso, intento explicar que ya pude descifrarla jodida complicación, alcanzo a desatar las omisiones originales de mi pesadilla sin las cadenas de los mitos griegos.

-‑¿Y qué era lo que lo atormentaba? -‑me pregunta.

Le contesto que me da "cosa", que ya tendría que haber resuelto eso a mi edad. Su mirada no me da respiro, me arrincona, tengo que decirlo:

-‑Descubría que los Reyes Magos eran los padres.

La analista es desbordada por una sonrisa, asumo que no alcanzaré "la belleza que es un rompecabezas". Para salir de mi incomodidad y poder terminar esta terapia corta, busco auxilio en Thomas Merton y le repito la cita de memoria: "Estemos orgullosos de las palabras que se nos dan para nada; no para adoctrinar, no para refutar a nadie, no para demostrar que nadie sea absurdo, sino para señalar, más allá de todos los objetos, el silencio donde nada puede decirse."

La realidad es mucho más que cualquier relato. Los sueños también.

 

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