Doce años atrás, Pilar Gamboa trabajaba en el kiosco de una estación de servicio. Durante un tiempo, hizo muebles con una técnica llamada decoupage, pero guardaba horas del día para dar clases de teatro en una escuela. Justamente el teatro es el ámbito donde ella, una de las mejores actrices de su generación –tiene 38 años– se mueve como pez en el agua. En poco más de una década, logró ser una referente del teatro independiente, aunque también trabaja en el comercial, sin hacerle caso a los prejuicios que dividen todo como si se tratara de un River-Boca. No solo eso: ya actuó en trece películas, y también brilló en ciclos televisivos como Farsantes, Para vestir santos y Los únicos. Ahora Gamboa es la protagonista de Las Vegas, el nuevo largometraje de Juan Villegas, elegido como la película de apertura del 20º Bafici, que comenzará el 11 de abril. Y además, es una de las protagonistas de La flor, la megapelícula de Mariano Llinás de casi 14 horas de duración (de la cual sólo se vio la primera parte en el Festival de Mar del Plata 2016), que participará de la Competencia Internacional de la muestra porteña. En La flor, Gamboa comparte el elenco con sus amigas y colegas Elisa Carricajo, Valeria Correa y Laura Paredes, las cuatro integrantes de Piel de Lava, el grupo teatral que realizará una retrospectiva en el Teatro Sarmiento, a partir de este viernes (ver recuadro).
Ambientada en 2015, Las Vegas presenta la historia de Martín (Santiago Gobernori) y Laura (Gamboa). Ambos tienen alrededor de 35 años. Dieciocho años atrás, cuando aún eran adolescentes, tuvieron un hijo, Pablo (Valentín “Wos” Oliva). Un romance de verano en las playas de Villa Gesell alcanzó para que Laura quedara embarazada. Pablo nació y ellos siguieron juntos hasta que, un año atrás, decidieron separarse. Pablo, de 17 años, vive con su madre, con quien viaja para pasar unos días en el departamento que es propiedad de su familia. Es la misma casa en la que ella veraneaba en su adolescencia, cuando conoció a Martín y pensó que se había enamorado de él para siempre. Casualmente, Martín decide ir a Villa Gesell en los mismos días, a un departamento en el mismo edificio que Laura, donde él pasaba sus veranos. Viaja con Candela (Valeria Santa), su novia colombiana de 23 años, con quien tiene planeado casarse. Este viaje tal vez sea la oportunidad para que Martín y Laura se reencuentren en el amor, pero sobre todo para reconocerse como padres de Pablo.
“Lo primero que me atrajo fue trabajar con Juan Villegas. Es de una generación de directores de cine que me interesa”, cuenta Gamboa en la entrevista con PáginaI12. “Cuando me llamó y me dijo que quería filmar una comedia también me interesó el género. Uno siempre encasilla y dice ‘comedia o drama’, pero nunca es una cosa o la otra sino que es una mezcla. Cuando leí el guión, me atrajo mucho ser madre de un adolescente. Me gustaba ser madre de un chico de casi 18”, reconoce la actriz.
–¿Coincide con Villegas en que es una comedia sobre el paso del tiempo?
–Sí, coincido. Es una comedia sobre el paso del tiempo, pero también me parece que es más que eso: es sobre los vínculos. Algo que, llevado al paroxismo, es gracioso. Una madre que tuvo un hijo a los 18 años. También me interesaba que la relación parece más de hermanos que de madre e hijo. Como no hay tanta diferencia, por momentos se tratan como hermanos. Y sí, es sobre el paso del tiempo, como lo indica reencontrarse con su ex después de un tiempo y haber tenido un hijo los dos tan jóvenes.
–Los personajes tienen una aparente contradicción: están entrando tardíamente en la adultez a pesar de haber sido padres cuando eran adolescentes.
–No sé si vale esa regla de “aquello que no viviste, te vuelve y lo vivirás”, pero me parece que les pasa un poco eso. Me imagino que al ser madre muy joven, como le pasa a mi personaje, hay ciertas cosas que sí o sí uno se pierde, simplemente porque tiene que cuidar a alguien que importa mucho más que uno. Entonces, después les vuelve una especie de adolescencia tardía y graciosa.
–Usted lee mucho sobre el amor y una vez señaló que la convencía la frase “En un vínculo amoroso hay uno de los dos que pierde el juicio”. ¿Se puede aplicar a su personaje?
-Sí. Y respecto del amor, me gusta. Hay algo de lo romántico que me interesa, pero más que del amor, de los vínculos. Leí el libro de Delphine de Vigan y pensaba en la relación de una madre con una hija. Algo de lo vincular me atrae mucho. Y me parece que en las relaciones de amor siempre hay uno que está más desprotegido que otro. No siempre es así, puede pasar por etapas. A veces es uno y, a veces, el otro, en la misma relación.
–En la película sería su personaje...
–Sí, me parece que la más desprotegida soy yo (risas).
–Su personaje tiene un humor cambiante porque combina una cierta dureza con una ternura encantadora ¿Usted la ve así?
–Sí, era un poco el desafío para mí. No es que sea una psiquiátrica bipolar, pero tiene unos rasgos que van de cero a cien en los sentimientos. De golpe, está todo muy bien, y pareciera que una cosita mínima le puede volar la cabeza y desatar las crisis. Pero no quería que fuese todo el tiempo así, que uno no pueda empatizar. Tiene que ver más con la rotura de lo que le pasa. Obviamente no es psiquiátrica, pero cualquier cosa mínima la hace estallar. Y eso me parecía que podía ser algo tierno del personaje. No me fue tan fácil. Me preguntaba: “¿cómo puedo hacer para que también sea querible?”. Porque, en realidad, lo que ella está pidiendo a gritos es que alguien la abrace. Y eso es lo que la hace tierna.
–También participa en La flor, de Mariano Llinás. ¿Cómo fue la experiencia de compartir elenco con sus amigas y colegas de Piel de Lava?
–Me cuesta mucho poner en palabras la experiencia de La flor porque para mí es algo épico lo que hicimos. Digo épico en el sentido más poético y bello. Yo crecí con todos ellos. Y filmamos esa película durante ocho años. Crecí con la mirada de Mariano Llinás en el cine. Entonces, es muy emocionante que se estrene y, además, se estrena la retrospectiva de Piel de Lava en el Teatro Sarmiento. El otro día, les decía a las chicas: “No sé qué sentimiento tener”. Es tan enorme y tan macro lo que uno trabaja durante un montón de tiempo y, de golpe, todo eso se puede ver.
–Como si cobrara vida para los demás, porque para usted ya la tenía.
-Claro, es una manera de vivir con todos ellos, tanto con El Pampero Cine como con Piel de Lava. Ellos trabajan de manera grupal y de manera bastante anárquica. Trabajan como grupo y nosotras también lo hacemos. Entonces, la fusión de esas mentes abrió La flor. Y para mí es una película enorme en todos los sentidos: en su duración y en su poesía. Además, se nos ve crecer: empezamos a filmar a los 27, 28 años y yo ahora tengo 38. Se ve eso a lo largo del film y es muy conmovedor.
–¿Un rodaje tan largo tuvo similitud con los tiempos que implica un ensayo teatral?
–Fue más parecido porque es una película que no se filmó de la manera convencional. Además, es muy independiente, así que a medida que aparecía un dinero, uno salía a filmar. Nosotros hicimos contraplanos dos años después de ciertos planos que habíamos hecho. Fue toda una locura muy iniciática en mi camino de actriz. Con ellos casi que aprendí a ver el mundo. Es mucho más que una película.
–¿Piel de Lava le permite crear con la actuación?
–Sí, es un grupo de cuatro chicas que estamos juntas hace quince años. Hicimos cuatro obras y siempre funcionó como el laboratorio de actuación. Es un grupo donde escribimos las cuatro, dirigimos las cuatro y actuamos las cuatro. Es muy difícil hacerlo. Siempre en el grupo pensamos en la idea de democracia. Y hoy ya nos dimos cuenta de que es anarquía pura y que se puede llevar a cabo.
–¿Qué le atrae del arte colectivo?
–Soy muy fanática de grupos de personas haciendo cosas. Siempre creo que uno no está del todo bien solo, más allá de que tiene que convivir en un mundo con muchas personas. Tener siempre testigos de lo que uno va haciendo, reflexión sobre eso y otras miradas es más que interesante. Me atrae que con las chicas este mecanismo que encontramos para funcionar y trabajar me parece particular. Son como las relaciones de amor, es como una fuerza creativa desde el amor. Trabajar sin un centavo durante un montón de tiempo y aun así seguir pensando y tratando de descubrir... Es el único lugar donde digo: “Como actriz me gustaría probar esto”. Después, afuera a uno lo llaman y tiene que hacer lo que el director le dice. Con nuestra propia poesía, pero también el otro interviene. Y acá funciona de verdad como un laboratorio.
–En menos de una década participó en trece películas. ¿La idea del cine, a diferencia de la televisión, fue pensada como una continuación del trabajo en teatro?
–En general, no premedito mucho cómo van a venir las cosas. No es que uno tiene un deseo y no lo proyecta, pero a priori nunca pienso en términos de carrera. No soy de decir: “Ahora me vendría bien hacer tal cosa”. Se fue dando. Soy una agradecida de que se haya dado de esta manera, también diciendo mucho que no. También uno se construye de lo que va dejando afuera porque tiene la posibilidad de hacerlo, porque no siempre uno puede decir que no si tiene que trabajar. Tampoco mi meta es el dinero; sí quiero pagar el alquiler, vivir bien, las necesidades básicas, pero no tengo la gran ambición económica. Eso me va ayudando a elegir de acuerdo a lo que más me conmueve y lo que me genera más riesgo para hacer como actriz. En ese caso, se empezó a abrir la puerta del cine. Hice películas comerciales como Mamá se fue de viaje, pero también hice muchas óperas primas y otras que están más en el medio. Hay algo del seguir investigando que cuando se abrió a través del cine me sentí muy agradecida porque es muy potente hacer una película.
–Con trabajos tan diferentes, ¿qué busca en un personaje para aceptar un protagónico?
–No lo miro sólo como “mi” personaje. Me gustan las historias. Entonces, lo que más busco es que el guión me guste; más allá de mi personaje, que me guste lo que hay que contar. Si me interesa, la historia seguro que me voy a subir a contarla. Si la historia está buena, lo que tengo que actuar para mí va ser interesante. Pero nunca lo pienso como: “¡Ah! Qué bueno esto, pero en la totalidad no me gusta tanto”. En general, van de la mano.
–¿Cómo fue el “aprendizaje” de la actuación en la televisión para alguien con tanto teatro encima?
–Al principio, fue un aprendizaje muy desolador porque, además, empecé a trabajar en tele bastante tarde y tampoco hice tanta TV. Hice algunos programas, pero no muchos. Y empecé a los 30 años en la tele, después de haber trabajado diez años en algunas películas que había empezado a hacer y, sobre todo, en teatro. Consistió en entender los lenguajes, los soportes. Eso siempre es difícil. Uno ve a los que se criaron en la tele y que se desenvuelven como pez en el agua... Lo único que hacía, cuando arranqué en la tele, era mirar cómo trabajaban los demás y hasta incluso decir: “Che, perdón. Si nadie me explica, voy a arruinar todas las tomas. Necesito que alguien me diga cómo es”. En general, cuando uno dice: “Che, no sé nada, ¿quién me explica?”, la gente te ayuda. Y estuvo bueno. La tele es como una gimnasia de la actuación. No hay tanto pensamiento por fuera. Hay formatos que tienen más pensamiento que otros, en los unitarios quizá se trabaja un poco más, pero si estás haciendo una tira es salir ahí y resolver en el momento. Y eso también como actor genera cosas interesantes de uno mismo, que no conoce y que sólo lo logra estando ahí en el ruedo.
–¿Cómo se sobrelleva la carga emocional de trabajar con la locura de un personaje?
–Tengo una relación muy lúdica con la actuación, no soy muy psicologista para actuar. No es que termina una función y quedo tomada por el personaje.
–Tiene que ver más con la energía que le pone, ¿no?
–Soy una actriz muy emocional. Uso las emociones y lo que me pasa. Lo que sucede es que, a veces, la gimnasia de usar tu propia emoción te deja un poco agotado cuando terminan las funciones. No quedo enroscada psicológicamente con la locura pero quedo agotada emocionalmente porque uso la propia emoción para que eso que estoy haciendo sea “verdadero” o creíble y que el espectador diga: “Eso que estoy viendo está pasando”.
–¿Y en toda composición hay una postura ideológica del actor o eso depende solamente de la mirada del director?
–Hay ideología en todos lados, hasta cuando uno toma un café. En lo pequeño tenés ideología todo el tiempo. El actor va con su propia ideología, pero después me parece que lo que se produce no es la ideología del actor ni del director. Siempre es algo que está más en el medio, como una unión de lenguajes. Una película no es de una persona sino que termina siendo de todas esas humanidades que estuvieron ahí. Es un trabajo megagrupal el de una película. Lo digo aunque haga un unipersonal en teatro: de todas maneras hay un director, un asistente, gente que te va siguiendo el proceso. La actividad siempre es grupal. Entonces, está atravesada por la ideología de todos. En ese sentido, es interesante porque no es la bajada de uno sólo.
–¿Es de hacer la diferenciación entre lo comercial y lo independiente? ¿Siente alguna diferencia en cuanto a libertad de creación?
–Claramente son espacios distintos. Tampoco voy a ser ingenua de decir “Todo es lo mismo”, porque no es verdad, pero en relación a la libertad, en un lado y en el otro siempre intento ser yo misma. No es que si voy a hacer algo comercial voy a decir “Acá me voy a comportar más así”. Me comporto de la misma manera en todas las producciones. O por lo menos, intento eso. Quizá lo comercial por momentos es más apabullante porque la estructura es más grande y uno sabe bien por dónde moverse, pero cuando sos vos mismo vas atravesando todo y aquello que te parece el Himalaya de comercial, finalmente termina siendo un rodaje con otro actor con el que terminás pasando la letra y es similar. A las composiciones siempre las pienso con libertad. Nunca me dijeron: “Porque es comercial lo tenés que hacer más así porque si no la gente se va a aburrir”. Nunca nadie me hizo esa bajada.